PSICOLOGíA
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Cómo conseguir la felicidad
Por Silvia Ons *
En el seminario “La ética del psicoanálisis”, Jacques Lacan dice que el sujeto que comienza un análisis quiere la felicidad; pero el analista sabe de aquello que Freud afirma: la felicidad no tiene nido posible ni en el microcosmos ni en el macrocosmos. La demanda del analizante y el deseo del analista no coinciden. La felicidad es equiparada al Soberano Bien de los antiguos, al telos aristotélico, la meta a alcanzar, la causa final como bien al que aspiran las cosas: “Esto es lo que conviene recordar en el momento en el que el analista se encuentra en posición de responder a quien le demanda la felicidad. La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él, el analista, sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le demanda, el Soberano Bien, él no lo tiene, sin duda, sino que, además, sabe que no existe”. Más adelante, refiriéndose al deseo del analista, afirma que “no puede desear lo imposible”, es decir, el Soberano Bien de la demanda de felicidad. Así, la felicidad aparece ligada con los ideales y con el deseo neurótico como deseo de lo imposible, distinguido, en este sentido, del deseo del analista.
Sin embargo después, en “Televisión”, Lacan dirá: “Los seres hablantes son felices, felices por naturaleza, es incluso de ella todo lo que les queda”. Jacques-Alain Miller comenta esta cita diciendo que, así como la pulsión siempre busca la satisfacción, el deseo conlleva insatisfacción: por ello, a nivel de la pulsión el sujeto es siempre feliz, y esta felicidad no se articula con una meta a alcanzar sino con un presente no reconocido. Esta felicidad no es esclava del deseo, ya que está referida al goce. Inclusive, podríamos decir que el deseo mismo, en su articulación con la falta –“desear lo imposible”–, impide que el sujeto pueda conciliarse con esa felicidad pulsional. Una frase del artículo de Lacan “Kant con Sade” ilustra la contraposición entre ambos términos: “La felicidad se rehúsa a quien no renuncie a la vía del deseo”.
En la última parte de su enseñanza, Lacan privilegió la perspectiva del “saber hacer” con el síntoma, arreglárselas con el goce, no embrollarse más de la cuenta. En una conferencia de 1975 (publicada en Scilicet Nº 6-7), dice que al análisis no hay que empujarlo muy lejos: “Cuando un analizante piensa que él está feliz de vivir, es suficiente”. Miller considera que en ese “feliz de vivir” se trata de una felicidad no basada en la búsqueda del tener ni en el esperar; curada, entonces, de las desdichas del deseo que la malogra. Lacan refirió haber visto cómo la esperanza, “las mañanas que cantan”, conducía a varias personas al suicidio. Ya Nietzsche presentó a la esperanza como la mayor de las infelicidades. Considero que el conflicto entre el deseo –que espera siempre otra cosa– y el goce marca todo el pensamiento occidental, del cual la “vivencia de satisfacción” freudiana es deudora.
* Coordinadora del ciclo “El psicoanálisis en la cultura”, en la Biblioteca Nacional. Fragmento del trabajo “La promesa analítica”.
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