PSICOLOGíA • SUBNOTA › PADRES ANONADADOS
› Por Clelia Conde *
Hoy día la tecnociencia nos afecta de maneras que ignoramos. Hay amplios efectos en el lazo social, que aparecen indirectamente en lo que se dice en los análisis: como el recurso adolescente –y a veces no tanto– de remitirse a la prueba de la lectura de los WhatsApp para argumentar una pelea, o la utilización de los screen shots para mostrar, en ocasión de un malentendido, lo que se escribió, en lugar de relatarlo. Lo cierto es que lo escrito no tiene tono, no permite la significancia que se advierte en los matices de la voz: entonces, eso que se supone aclara la mayor parte de las veces oscurece.
En el análisis con niños y adolescentes el atravesamiento de la tecnociencia no permite escapatoria. Es la atmósfera en que el niño se mueve. Un punto que hace al trabajo diario en esta clínica es que el objeto del que se trata, por ejemplo en el juego virtual, no tiene reglas que por su propio funcionamiento lleven al corte. Y el partenaire del juego virtual, que en apariencia puede estar ausente, como en los juegos en red, en cuanto al cuerpo, por otro lado está presente de una manera intrusiva, ya que distintos jugadores pueden ocupar en diversos momentos un rol y ser indistinguibles para el que está jugando.
Estos juegos, a diferencia de los juguetes tradicionales, no se pueden mezclar o utilizar para otros fines, no participan de la estructura del collage. En general tienen fines acumulativos, dado que no hay un final objetivizado; cada juego puede prolongarse eternamente en sus nuevas versiones, y lo que marcaba un corte, como el pasaje de pantallas, puede ser anulado o salteado, siempre en función de la lógica de la acumulación. El Facebook, el Twitter, el WhatsApp no presentan un corte intrínseco a la función que cumplen, sino que el corte debe ser producido desde el niño mismo o desde los padres. Pero, ¿cómo podría hacerse propio ese corte en los niños si no aparece en relación a un pedido de los padres? Y es interesante lo que les sucede a los padres con este tipo de juegos: el adulto se encuentra, parcialmente o por completo, por fuera de esta lógica, hay un salto generacional. En lo que se refiere a lo virtual, el niño o el adolescente se encuentra en una situación de saber mayor a la del padre. Esto puede ser efectivamente así o tal vez sea sólo un fantasma, pero actúa de una forma efectiva.
Gran parte de los padres que acuden a los tratamientos de los hijos refieren este anonadamiento: no saber cuándo cortar, por no saber cómo es el juego, no saber como hacen los otros padres, no saber cuándo es “normal” tener Facebook o celular; no saber si es lógico, o no, contestar mensajes de texto o verificar el Twitter durante la cena. Por supuesto, este anonadamiento encubre algo relativo a la fascinación generada por aquello que funcionaría sin que nada lo autorice; algo que funcionaría sin necesidad de que un decir, el que fuera, lo acompañe. Este es un fantasma cercano para todos, el de la existencia de una verdad que no necesitara ser medio-dicha, que funcionara sin deuda y sin antecedencia.
Otros aspectos de la economía globalizada que influyen crecientemente en la idea de que hay una manera de hacer las cosas; una manera, que además se puede googlear. El momento de los cortes –el destete, el control de esfínteres– está inscripto en la web, pero la web no dice que toda trasmisión para ser tal, debe ser particularizada. No hay en esto un Bien, y lo menos peor es la manera singular que cada padre pone en juego –los cuidados del lado de la madre, la ley del lado del padre–. Y que todo eso no redunde en un mandato superyoico irrefrenable depende de que haya esa particularidad.
A lo largo de la historia, hay momentos de enorme dificultad entre las generaciones: por ejemplo, en el siglo XX, las generaciones de posguerra con respecto a aquellas que sufrieron el hambre y la pérdida. Hay relatos, como los de Heinrich Böll o Peter Handke, que describen la mudez, la imposibilidad de trasmisión de una generación a la siguiente. Sin embargo, en esos casos, el saber sobre lo acontecido, el dolor sin palabras, está del lado de los padres, y el obstáculo es la transmisión a los hijos, quienes deberán armar una suposición sobre lo inefable o intrasmisible.
Respecto de los objetos que pone en circulación la tecnociencia parece acontecer al revés: son los padres los que se ven obligados a armar una suposición respecto de lo que allí está en juego, pero ¿es posible hacer un puente entre el ejercicio de ese goce y el de alguno conocido por ellos? El goce de los productos de la ciencia es relativamente nuevo. Esos productos, que no dejan resto, presentan características nuevas para la subjetividad. Sin embargo la ignorancia (supuesta) de lo que allí sucede, ese anonadamiento, es la contracara de una fascinación que producto de una ilusión, ya descripta por Freud en Malestar en la cultura, la de un goce que no esté afectado de ninguna imposibilidad, una verdad que no necesitara ser dicha.
El ambiente de objetos construidos no vivientes (Norberto Ferreyra, El otro insomnio, ed. Kliné) es un efecto de la ciencia en la vida cotidiana y viene a marcar una forma de ley sin ley. El poder de los aparatos pareciera suplantar un poder que no hay, y muchas veces daría la impresión de que ese poder no se toca, de puro miedo a que no haya otro.
* Texto extractado de un artículo que aparecerá en el próximo número de la revista Imago Agenda.
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