Jue 09.05.2002

PSICOLOGíA • SUBNOTA  › LAS MALAS PALABRAS Y LAS PALABRAS MAGICAS

“Mierda” nunca tuvo mal olor

Por Juan Carlos Mosca *

En general, las palabras se diferencian en cultas o vulgares respecto de temas de alcoba y partes anatómicas. También en referencia a funciones corporales, comer, beber, excretar, dormir; asimismo observamos esta distinción cuando se trata de nombrar enfermedades, especialmente si son graves.
El lenguaje vulgar parece más cercano al cuerpo; en el extremo opuesto, las palabras cultas, sobre todo si son palabras de uso científico, parecen más alejadas. Pero en el caso del lenguaje científico o médico en ciertas ocasiones se da la relación inversa: el nombre médico de una enfermedad grave es eludido por una referencia alusiva.
Vemos en todo esto el efecto imaginario, como si fuera posible que una palabra se acerque a lo real más que otra.
Resulta interesante la articulación entre la palabra mágica y la “mala palabra”. No pueden ser nombradas en cualquier circunstancia. Sea por riesgosas u obscenas. Como el verdadero nombre de Dios, que no puede ser nombrado en público.
San Agustín afirma en Del maestro que la palabra “ciénaga” es preferible a la ciénaga; Lacan alude a esto en su Seminario I diciendo que la palabra “basura” no tiene mal olor. Sin embargo, no es lo mismo decir “mierda” que “excremento” o nombrar los órganos sexuales por su nombre médico o por su denominación vulgar; uno es preferido en el uso público y el otro en el privado. Pero si algún personaje público enfermó y murió de cáncer, tal vez leamos en el diario o escuchemos en los medios de comunicación que “padeció una larga y penosa enfermedad”.
Tanto en la palabra mágica como en la mala palabra parecerá concretarse una mayor aproximación a la cosa nombrada. Así, las palabras tienen olor; o esparcen la enfermedad.
Eduardo Foulkes ubica la palabra culta, como nominación, cercana a la función del nombre propio, poner un significante en el lugar de una falta; y a la denominación vulgar, como las “palabras de alcoba”, del lado del nombre común.
Para Agustín, el conocimiento de las cosas es preferible a los signos porque encuentra que la verdad tiene exterioridad respecto de la palabra, exterioridad que él resuelve ubicando la verdad en Dios. Nuevamente llegamos al nombre de Dios.
Dios se presenta bajo la forma de la zarza ardiente, el fuego. Su nombre no puede ser nombrado; sólo dice: “Soy el que soy”. Y su rostro no puede ser visto, ya que no tiene semblante. “Semblante” designa el parecer, aparentar, que ex-siste en el lugar de un vacío.

* Psicoanalista. Integrante del Foro Reanudando con Joyce. El texto publicado forma parte del trabajo “El poeta y las palabras”.

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