PSICOLOGíA
• SUBNOTA
“El arma del crimen es desconocida”
› Por L. G.
Pierre Vidal Naquet (Los asesinos de la memoria, Siglo XXI, 1994) sitúa la circulación histórico-política del término “desaparecido” y el acto de “desaparición” de personas en un texto de Tucídides del año 424/423 a.C. referido al destino de los ilotas en manos de los espartanos: “Poco después se los haría desaparecer, y nadie sabría de qué manera cada uno de ellos habría sido eliminado”. Y agrega Naquet: “Los ilotas ‘desaparecen’, son ‘eliminados’ –lo cual también podría traducirse como ‘destruidos’–, pero las palabras que designan la matanza, la muerte, no se pronuncian y el arma del crimen permanece desconocida”. Los eufemismos tienen su origen en la historia antigua, pero son de una actualidad que retorna con la fuerza de lo que Naquet designa como la desaparición de cada uno –según recuerda, desde el título, su libro Los asesinos de la memoria, donde puede leerse: “Cada víctima tenía su propia historia y siempre se ignorará cómo se administró la muerte, en forma individual, colectiva o en pequeños grupos”–.
La desaparición de cuerpos remite a la diferencia entre sepultura (cuerpo e inscripción inseparables) y cenotafio (la sepultura de los marineros muertos en el mar y arrojados al agua), en el que el cuerpo no está en la tumba. Estos cenotafios están acompañados de enunciados que recuerdan las virtudes del muerto, aunque lo importante en ellos sean los datos de filiación del cuerpo perdido, inscriptos en la lápida. Tema de más de un coloquio, la relación entre escritura y muerte pasa aquí a un primer plano. Los que sostienen esta teoría de la escritura como elaboración del duelo consideran que la escritura puede concebirse como una prolongación de la sepultura –el primer gesto que acompaña la celebración de los funerales y le da una simbolización a la muerte–.
Nota madre
Subnotas
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“El arma del crimen es desconocida”
› Por L. G.