PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por RENE DESCARTES *
La cólera es una especie de odio o aversión que experimentamos contra los que cometen algún mal o han tratado de perjudicar, no a cualquiera, sino particularmente a nosotros mismos. Así, contiene lo mismo que la indignación y añade estar fundada en un acto que nos afecta y del que sentimos deseos de vengarnos. Pues este deseo la acompaña casi siempre, y se opone directamente al agradecimiento como la indignación al favor. Pero es incomparablemente más violenta que estas tres pasiones, porque el deseo de rechazar las cosas perjudiciales y de vengarse es el más acuciante de todos.
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Los signos externos de esta pasión son diferentes según los diversos temperamentos de las personas y la diversidad de las pasiones que la componen o se le unen. Así, se ve que unos palidecen o tiemblan cuando se encolerizan y que otros enrojecen e incluso lloran. Y se cree que la cólera de los que palidecen es más terrible que la de los que enrojecen.
La razón de esto es que, cuando uno ve que no puede vengarse de otra manera que con gestos y palabras, se emplea todo el calor y toda la fuerza desde el comienzo, lo que hace que uno enrojezca; aparte de que, a veces, el pesar y la compasión que se siente por uno mismo, por no poder vengarse de otra manera, es causa de que se llore.
Por el contrario, los que se reservan y se deciden por una mayor venganza se ponen tristes al pensar a lo que quedan obligados por la acción que los encoleriza; y algunas veces sienten también temor por los males que pueden seguirse de la resolución que han tomado. Lo que al comienzo los pone pálidos. Pero cuando llega, después, el momento de ejecutar su venganza, se hacen todavía más ardorosos cuanto más fríos han estado al comienzo.
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Se pueden distinguir dos clases de cólera; una rápida y con abundantes manifestaciones exteriores, pero que, no obstante, produce pocos efectos y puede ser fácilmente apaciguada; otra que no se manifiesta tanto al principio, pero que roe más el corazón y produce efectos más peligrosos. Los más bondadosos y con más amor están más sujetos a la primera. Ya que no proviene de un odio tan profundo, sino de una aversión de momento, que los sorprende porque, inclinándose a imaginar que todas las cosas deben ir según el modo que consideran el mejor, tan pronto como ocurre de otra manera les extraña, y se enfurecen por ello. Pero esta conmoción apenas dura, porque la fuerza de la sorpresa no continúa, y tan pronto como se dan cuenta de que el motivo que les ha enfadado no les debía haber conmovido tanto, se arrepienten de ello.
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La otra especie de cólera, en la que predominan el odio y la tristeza, no es tan aparente a primera vista, sino, acaso, en que hace que la cara se ponga pálida. Pero su fuerza aumenta poco a poco por la agitación que un deseo ardiente de venganza produce en la sangre, que, estando mezclada con la bilis que es impulsada hacia el corazón desde la parte inferior del hígado y del bazo, produce en él un calor muy áspero y picante. Y así como son las almas más generosas las más agradecidas, del mismo modo son estas otras, más orgullosas y más bajas y débiles, las que más se dejan llevar por esta clase de cólera; pues las injurias parecen tanto más grandes cuanto más hace el orgullo que uno se estime; y también cuanto más se estiman los bienes de que privan, que se estiman tanto más cuanto más baja y débil es el alma, a causa de que dependen de otro.
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Aunque esta pasión, la de la cólera, sea útil al darnos fuerza para rechazar las injurias, no hay sin embargo ninguna pasión cuyos excesos sedeban evitar con mayor cuidado, porque, turbando el juicio, hace que frecuentemente se cometan faltas de las que después hay que arrepentirse, e incluso porque impide a veces rechazar estas injurias tan bien como se haría si se estuviese menos conmovido. Mas, como no hay nada que la haga tan excesiva como el orgullo, creo que la generosidad es el mejor remedio que puede encontrarse contra sus excesos, porque, haciendo que se estimen en poco todos los bienes de que uno puede ser privado y que, por el contrario, se estime mucho la libertad y el absoluto dominio de sí mismo, que cesa de tenerse cuando podemos ser ofendidos por cualquiera, la generosidad hace que se sienta sólo desprecio, o todo lo más indignación, por las injurias con que los otros acostumbran a ofender.
* Textos pertenecientes al Tratado de las pasiones del alma, extractados de Referencias en la Obra de Lacan, Nº 29 (publicación cuatrimestral de la Fundación del Campo Freudiano en la Argentina).
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