PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por C. L.
El orgasmo es un punto de desvanecimiento del sujeto como dividido. Entre el goce orgásmico y el sujeto propiamente dicho hay un tiempo de exclusión; la presencia del uno produce la ausencia del otro. La consecuencia clínica para una mujer es que incluso la experiencia orgásmica más afirmada, más plena, siempre la desestabiliza como sujeto. La experiencia orgásmica le quita al sujeto sus cimientos identificatorios, así como el aporte que encuentra en el objeto que lo divide.
Es el goce otro que hace estragos en el sujeto, aniquilándolo durante un instante. Los efectos subjetivos de este eclipse nunca faltan: van desde la más liviana desorientación hasta la angustia profunda, pasando por todos los grados de la confusión y de la evitación. Esto aclara el sentido de ciertas frigideces. Y la aspiración de los místicos, como todos sus textos lo proclaman, ¿qué es si no abolirse en el Otro, abolirse como sujeto de cualquier proyecto de criatura?
No hay nada parecido del lado hombre, puesto que el goce fálico, lejos de estar en oposición con el cimiento identificatorio del sujeto, al contrario, lo constituye. Esto es tan verdadero que, en el caso de que esté confrontado a alguna prueba de impotencia o de fracaso, el hombre recurre muy a menudo al ejercicio de su órgano: sea en la relación con una mujer, con un hombre o en la masturbación; este ejercicio vale siempre como reaseguramiento. Una mujer, cuando la aplasta el fracaso, recurre frecuentemente a la seducción; a veces, también, recurre a la competencia en el tener fálico, pero muy raramente recurre al goce sexual propiamente dicho, que aumentaría el aniquilamiento.
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