PSICOLOGíA • SUBNOTA
› Por L. H.
Las relaciones entre las depresiones y la enfermedad coronaria son bidireccionales y se han identificado en la clínica desde mucho antes de que se constataran con estudios epidemiológicos retrospectivos y prospectivos. Por un lado, los estados de tensión, extenuación y tristeza duplican las posibilidades de presentar un accidente coronario, y la irritabilidad, el agotamiento y los deseos de muerte resultaron ser los ítem más predictivos de infarto, en el estudio más importante que se ha llevado a cabo hasta la fecha.
Por otra parte, se calcula que alrededor de un 30 por ciento de los pacientes con infarto de miocardio presentan sintomatología depresiva de relevancia clínica; ese estado depresivo asociado constituye un factor de riesgo que incrementa la mortalidad. El tratamiento de los estados depresivos debería ser obligatorio en los protocolos cardiológicos de seguimiento post-infarto. Por lo demás, parece que no todos los estados depresivos determinan los mismos riesgos, ya que el riesgo de accidente coronario y la probabilidad de muerte por fracaso cardíaco es mayor entre los pacientes depresivos con sintomatología ansiosa y hostil.
Además, los estados depresivos tienen manifestaciones gastrointestinales que son muy variadas –anorexia, disfagia, dispepsia, meteorismo, diarreas, estreñimiento, etcétera–. Los sujetos con alteraciones gastrointestinales tienen muchas más probabilidades de haber padecido episodios depresivos previos que los controles sanos, y en los pacientes con colon irritable la prevalencia de depresión mayor llega al 29 por ciento, mucho más que en pacientes con otros diagnósticos médicos.
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