Dom 08.07.2007

REPORTAJES  › TESTIMONIOS EN EL ANIVERSARIO DE LA MASACRE EN BELGRANO

Una historia de palotinos

Hace 31 años una patota entró en la iglesia de San Patricio y mató a sacerdotes y seminaristas. El crimen marcó a esa comunidad y es ahora sujeto de un documental. El testimonio de Roberto Killmeatte, ex cura y compañero de las víctimas.

› Por Laura Vales

¿Quién diría que ese hombre que acaba de entrar, protegido del frío por una campera gris y una bufanda, alguna vez fue sacerdote? Llega con su mujer, Ana, y apenas se acomoda en la silla cuenta que nunca le gustaron las sotanas. Lo dice y se abalanza sobre el plato de facturas en un gesto que rompe cualquier pose. El entrevistado es Roberto Killmeatte, sobreviviente de la masacre de San Patricio, ocurrida el 4 de julio de 1976 cuando un grupo de tareas de la Esma entró en la parroquia de los palotinos, en el barrio de Belgrano, y asesinó a tres sacerdotes y dos seminaristas. El miércoles se cumplieron 31 años de los crímenes.

En la mesa del reportaje también están Pablo Zubizarreta y Juan Pablo Young, directores del documental 4 de Julio, que recrea aquella historia. Cuando ocurrió, ellos eran muy chicos: tenían 3 y 6 años. Todavía no se conocían, aunque los dos vivían cerca, a pocas cuadras de la iglesia de Estomba y Echeverría.

Killmeatte y otros seminaristas habían llegado allí en 1973. “Estudiábamos en Brasil, en la Universidad de Santa María –recuerda Killmeatte–, pero con la vuelta de Perón y el clima que se vivía en la Argentina quisimos terminar de estudiar dentro del país. Aunque inicialmente pensábamos en alquilar una casa en la que instalarnos con uno de los curas, la congregación nos mandó a la iglesia de San Patricio; entonces pedimos que, ya que íbamos a instalarnos ahí, los padres (Alfredo) Kelly y (Alfredo) Leaden vinieran con nosotros, como responsables de la parroquia.”

Killmeatte y sus compañeros eran una camada novedosa dentro de la congregación palotina; un grupo que se sentía identificado con la Teología de la Liberación y la opción por los pobres. Como parte de ese proyecto, habían abierto una misión en Los Juríes, en Santiago del Estero.

Young, que junto a Zubizarreta investigó durante cinco años la historia de los palotinos, define al grupo como parte de una propuesta de cambio que entendía lo político-religioso como dos pedazos inseparables de la misión pastoral. La mayoría de los seminaristas, cuenta, eran además estudiantes universitarios. No es de extrañar que cuando se mudaron a Belgrano trastrocaran las costumbres de la parroquia, hasta entonces de corte tradicional. Se negaron a tener cocinera, dejaron de cobrar los casamientos, los novicios no usaban vestimenta clerical y trabajaban fuera. En el documental hay vecinos que recuerdan las homilías del padre Alfredo Kelly, de tono encendido y contenido, irritante para algunos sectores de la feligresía.

4 de julio

Ya avanzado el ’76, después del golpe, el padre Kelly daría un sermón que reflejó uno de esos picos de tensión, cuando denunció desde el púlpito que se estaban haciendo remates de los bienes robados a los desaparecidos y que feligreses de San Patricio habían participado de ellos. La homilía quedó en la memoria como “el sermón de las cucarachas”, calificativo que Kelly usó para describir a quienes, dijo, ya no podía seguir llamando ovejas de su rebaño. Poco después, Kelly supo que estaba circulando por el barrio una carta en la que un grupo de feligreses pedía su destitución, acusándolo de “comunista”. El sacerdote escribió en su diario personal sobre su preocupación por el tema. Horas antes de los asesinatos, durante la cena, también habló de estos movimientos, preocupado por las consecuencias que podrían implicar. La noche de los crímenes, el 4 de julio de 1976, hubo testigos que vieron a un Peugeot negro estacionado frente a la iglesia, con cuatro hombres en su interior. Entre estos testigos, jóvenes reunidos en una casa vecina, estaba el hijo de un militar, que hizo la denuncia a la comisaría, que mandó a un patrullero. Un policía habló con los del auto y les dijo después a los denunciantes que no se preocuparan. Antes de retirarse, desde el patrullero soltaron que iba a haber un operativo para “reventar a unos zurdos”.

A la mañana siguiente, el organista de la iglesia encontró los cinco cuerpos, acribillados en una habitación. Los asesinados fueron Salvador Barbeito, de 29 años, profesor de filosofía y psicología y rector del Colegio San Marón; Emilio Barletti, de 23 años, también profesor, que estaba por recibirse de abogado. Entre los sacerdotes, el padre Alfredo Leaden, de 57 años, era delegado de la congregación de los palotinos irlandeses; Alfredo Duffau, de 65 años, era director del colegio de San Vicente Paloti y Alfredo Kelly, de 40 años, era párroco de San Patricio.

Al lado de los cadáveres había escrita una leyenda: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes”.

Killmeatte estudiaba teología en Colombia cuando ocurrió la masacre. Le mandaron un telegrama con la noticia de las muertes y la orden de no regresar a Buenos Aires. El entonces seminarista volvió a los dos meses.

–¿Por qué?

–Ya no quería estudiar más. Ellos eran la gente con la que había compartido los años más importantes de mi vida, porque desde el ’69 estábamos estudiando juntos, y de golpe estaban todos muertos.

–¿Quería saber qué les había pasado?

(Asiente.) –Pero cuando llegué me encontré con que dentro de la congregación había habido cambios importantes.

–¿En qué sentido?

–Se comienzan a tejer dudas internas, se nos ponía en duda: que Emilio (Barletti, uno de los seminaristas) era zurdo, que si teníamos armas... En el fondo, la congregación había entendido que los asesinatos habían ocurrido por nuestra culpa, la de los estudiantes.

Para Killmeatte comenzaría un vida de paria: lo mandaron a Roma a no hacer nada; consiguió volver a la Argentina pero en muy poco tiempo lo enviaron de nuevo a Irlanda. Aunque ya había terminado de estudiar, demoraban su ordenación sin razones. En 1978, luego de pasar por largos interrogatorios, le permitieron convertirse en sacerdote. Pidió como destino la parroquia de Belgrano, donde lo relegaron a un lugar secundario: ocuparse de la misa de los niños. Zubizarreta tiene una foto de esa época: es uno de los niños que aparecen rodeando al sacerdote en una suelta de globos. “Fue un día en que Roberto hizo volar una piñata con papelitos con mensajes para Dios. Para un chico, ¿qué más simple y más gráfico que eso? Ese tipo de cosas nos hacían participar en la iglesia desde otro lugar. Pero más allá de Roberto, también estaba la sensación de que en esa parroquia había un peso muy fuerte, una carga. Ahí había sucedido algo muy pesado... yo lo percibía, y también percibía el miedo. Eso fue muy importante en mi infancia.” Mientras estuvo a cargo de la misa de los niños, Killmeatte armó un grupo de catequistas y profesionales y destinó lo recaudado en las colectas a un proyecto de autoconstrucción de viviendas para un asentamiento. Quizás ésa haya sido la razón por la que, nuevamente, le dieron la orden de cambiar de destino, esta vez a Los Juríes, la antigua misión de la orden en Santiago del Estero.

Sin castigo

El crimen de los palotinos nunca tuvo justicia. Hubo una causa abierta durante la dictadura que quedó en la nada. En 1983, el juez federal Néstor Blondi reabrió el caso.

–¿Qué se supo de los autores de los asesinatos?

Young: –Las pruebas fueron recopiladas por el periodista Eduardo Kimel en su investigación La masacre de San Patricio. El primer elemento fuerte es que un marino de baja graduación, Miguel Angel Balbi, se presentó en el juzgado de Blondi y manifestó que un compañero de armas, de nombre Claudio Vallejos, le había confesado que él manejó uno de los coches en el operativo, mientras otros compañeros de armas entraban. Dio nombres: Antonio Pernías como quien dirigió todo, el teniente de Fragata Aristegui y el suboficial Cubalo. Otro elemento fue la declaración que hizo Graciela Daleo, sobreviviente de la Esma, que contó que Antonio Pernías se jactaba de haber sido el que había matado a los palotinos.

Pero la investigación no avanzaría. Vallejos, el chofer, no pudo ser ubicado por la Justicia (se fugó a Brasil). Llamado a declarar, Pernías negó cualquier relación con el caso. Mientras el expediente volvía a quedar congelado, Killmeatte organizaba en Los Juríes a los pequeños productores y campesinos. Y otra vez, sus superiores de la congregación le ordenaron abandonar la zona. Ese año Killmeatte se retiró del sacerdocio. Hoy vive en Bariloche. Se casó y tiene dos chicos. Tiene una chacra y armó una cooperativa de pequeños productores que, en cierta forma, es la continuidad de su trabajo anterior.

–¿Le costó irse?

Killmeatte se ríe: –Cuando uno deja el sacerdocio debe hacer un proceso llamado de reducción al estado laical. Yo, cabeza dura, me puse firme en que quería dejar en claro por qué me iba. “¿Y por qué se va usted?” “Me voy por cuestiones sociales”, “No, usted no puede decir eso”... No me querían dar la reducción. “Va a ser más rápido si dice otra cosa”. Diez años tardaron. Y me la dieron en latín.

La masacre de los palotinos fue un punto de inflexión dentro de los sectores de la Iglesia que buscaban un cambio. A partir de entonces, el miedo –y en especial la complicidad de la jerarquía eclesiástica con los crímenes– paralizó cualquier acción que fuera en esa línea. Young y Zubizarreta recuerdan que al mes siguiente mataron a Angelelli; luego a las monjas francesas, a la hija de (Emilio) Mignone, a otros cientos de laicos que trabajaban en las villas. Su documental aborda un punto hasta ahora poco transitado del tema, el de la complicidad de los propios feligreses con la persecución a los religiosos. Pero también refleja el trabajo de quienes sobrevivieron por defender la memoria. Young dice: “Si no hubiera conocido la vida de Roberto, no hubiera terminado de entender lo que pasó en San Patricio”. 4 de Julio contiene las dos historias, cada una iluminando a la otra.

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