REPORTAJES › ENTREVISTA CON FELIPE GONZALEZ, EX PRESIDENTE DE ESPAÑA
El ex primer ministro español salió de su bajo perfil de los últimos años para darle un extenso reportaje al diario El País, de España, en el que toca su relación con el primer ministro Zapatero, critica el oportunismo del Partido Popular y dice que aprendió a no creerle a la ETA.
› Por María Antonia Iglesias *
En una calurosa mañana de sábado, en su casa de Madrid, Felipe González ha mantenido una larga conversación con El País. Es la primera vez que habla de Zapatero, de la derecha y de los motivos de su silencio de los últimos tiempos.
–Usted no es muy dado a los discursos últimamente. Llevaba mucho tiempo callado, apartado, refugiado en su exilio interior.
–Yo no estoy callado, aunque admito que muchos compañeros tienen también esa misma percepción que usted. Pero no es cierto, no he estado callado en ningún momento. He estado hablando durante los últimos doce años permanentemente. Es verdad que he tratado de no hacer demasiado ruido, pero no he dejado de reflexionar hacia dentro y hacia fuera sobre las realidades que nos afectan, desde Europa hasta América, China o Africa.
–No se vaya tan lejos. ¿Por qué no habla nunca sobre este país, sobre su situación política?
–Porque no me toca. Me costó mucho trabajo apartarme de la pantalla, de la primera línea de la comunicación. Y es verdad que como, a nivel internacional, lo que no está en la CNN no existe, también se produce eso, y mucho más agudamente, en la política nacional. Si no estás en la televisión, es que no estás, y en eso sí que me he retraído, es cierto.
–¿Por qué?
–Por una razón para la que me ha costado muchísimo trabajo reentrenar mi cabeza. Durante décadas, mi cabeza ha estado entrenada, por obligación, para recibir información y, al tiempo que la recibía, la reciclaba en forma de respuesta. Esto fue así en todos los ámbitos de mis responsabilidades políticas. En la última, como presidente del gobierno durante casi catorce años, se convirtió en un hábito. Uno tiene que comprender que, cuando ya no es el responsable de dar las respuestas, le toca callarse.
–Su silencio resulta aún más clamoroso cuando en este país hay tanto ruido.
–Sí, sí. Y además, uno de los grandes dramas es que la mayor parte de los ruidos son vacíos. Es asombroso que haya tanto ruido con el problema de ETA cuando tenemos una amenaza más importante en esa materia. Yo he gobernado con cincuenta muertos de ETA y Adolfo Suárez, con setenta y con ochenta. Y resulta que entonces parecía que ETA tenía menos importancia que la que hoy le atribuyen, cuando ahora está muy debilitada, aunque pueda matar, ¡eh!, que eso lo digo por propia experiencia, que en algún momento puede matar. Pero ETA está derrotada. Y la cuestión está clara: ¿por qué es más importante ETA ahora que está derrotada que hace veinticinco años, cuando secuestraba y mataba en la dimensión que todos hemos conocido? ¡Es que no es verdad; ETA no es más importante ahora! ¡Es una manipulación política irresponsable! Pero aun es más ofensivo que haya gente que diga que es “un milagro” que se detenga a los terroristas de ETA. Porque yo que he estado en la sala de máquinas, igual que estuvo, por cierto, quien dice ahora esa barbaridad. Sé que el mundo de los milagros pertenece a quienes se oponen a la educación para la ciudadanía. Lo que se está produciendo no es un milagro, sino el resultado de la eficacia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Esto es lo que me turba de nuestra situación política: que estamos viviendo de falsos problemas.
–Esa estrategia que ha utilizado el PP de crear el problema, de incendiar el país para luego ofrecerse de bombero, parecía producirles resultados.
–Sí, esa estrategia les ha funcionado un tiempo, pero yo creo que, como siempre pasa, la sobredosis produce efectos indeseables, imprevisibles. Lo malo no es que produzca sólo desafección, sino que también produce hastío, rechazo. Siempre he pensado que todo lo exagerado es ridículo y eso en política es una regla absolutamente de oro. Trasladarse a una playa de Ibiza arremangado para descubrir un prestige ibicenco es un despropósito que crea una imagen de ridículo penosa.
–¿Pero usted calculaba que esta estrategia de agitación del PP en la calle podía enardecer tanto a la gente, crispar la situación y enfrentar a los españoles como se ha pretendido?
–Siempre he temido que el PP acabara en ese intento de buscar el enfrentamiento entre las gentes de este país. Por eso siempre he dado tanta importancia a la responsabilidad de los líderes políticos.
–No sé lo que usted piensa del patriotismo que exhibe el PP.
–Es muy subjetivo eso, porque cada uno ama a su patria a su manera. Yo no soy partidario de entrar en las definiciones sobre el patriotismo de esta derecha que tenemos. Yo creo que está, probablemente sin darse cuenta, como una parte de la jerarquía de la Iglesia, en una regresión increíble. Es el comportamiento de una nueva generación de la derecha que está instalada en una posición preconstitucional. Ese es un revisionismo implícito de la transición que además contagia, contamina a otros que responden con otro revisionismo desde el lado contrario. Y, además, no conduce a nada, sólo a romper las áreas de consenso que nos hacen fuertes, y también al fracaso. Y si España no encuentra la alternativa de centroderecha que toda sociedad templada y fuerte necesita, la conducirá al fracaso, y no tanto al fracaso de la alternativa de centroderecha como a desequilibrar las relaciones sociales en el país.
–¿Cree que el PP está preparado para perder de nuevo las elecciones?
–Por educación democrática deberían perderlas, pero en términos generales pienso que quien rechaza la derrota es muy peligroso como gobernante. Estoy pensando en lo que pasó el 14M, en lo que yo viví entre el ’93 y el ’96. Tengo claro que quien no sabe perder no sabe ganar.
–Aquellos años noventa, pero también todos los anteriores. Su tiempo político fue un tiempo convulso, pero lleno de encrucijadas, de decisiones difíciles. Sin embargo, el fantasma de las dos Españas no se paseaba por el país como ahora. ¿Lo evitó usted, lo está agitando la derecha o lo está provocando el gobierno?
–Yo tuve mucha suerte, porque mis propósitos para el país, mis objetivos, no sólo coincidían con aspiraciones profundas de la mayoría que me apoyaba, sino con las aspiraciones profundas de la otra parte de la sociedad que no me había votado, pero que coincidía en esos objetivos. A eso le llamo yo suerte: tener un apoyo social muy amplio, más allá de las fronteras de voto. Sin embargo, en lo que respecta al problema de las dos Españas, es verdad que yo fui particularmente sensible, pero también que entonces era bastante más responsable la oposición, durante muchos años, para comprender que había que hacer cosas como la transformación de las fuerzas armadas, revisar las relaciones con la Iglesia y con un Concordato que tiene difícil encaje constitucional y que la mantiene, todavía hoy, en una situación incomparable respecto de cualquier otro país.
–Entonces, ¿por qué cree usted que la jerarquía de la Iglesia mantiene una actitud tan beligerante con el gobierno de Zapatero?
–¡Me parece incomprensible, realmente incomprensible! Y la guinda para esa incomprensión mía es ese rechazo a la educación para la ciudadanía que he tratado de analizar para ver si hay trampa detrás. Me habría preocupado menos que la Iglesia hubiera querido participar en la formación de los ciudadanos, porque es obvio para la Iglesia del siglo XXI que haya ciudadanos formados en los valores de una Constitución democrática, convivencial, que tiene la flexibilidad de acoger a todos en su seno, incluso a los enemigos de la Constitución. Es obvio que para esa Iglesia debería ser un bien objetivo. Creo que la razón última de esa beligerancia de la Iglesia española está en que en ella, en sus dirigentes, hay una regresión integrista preconcilio Vaticano II.
–El de la Iglesia es el último de los problemas con los que se ha enfrentado Zapatero. Pero la cuestión territorial y la negociación con ETA se le han acumulado casi sin solución de continuidad. Parece inevitable responsabilizar al presidente del gobierno por haber abierto esas dos zanjas al mismo tiempo, ¿no?
–Yo podría hacer un deslizamiento y decir qué cosas no me gustan de las políticas del gobierno. Y lo haría si hubiera una oposición sensata. Sin embargo, ante la insensatez de la oposición, esa parte, que sería una parte razonablemente crítica, porque creo que ha hecho cosas bastante buenas y bien hechas, pues me la callo. Y me la callo y lo reconozco: confieso que no hago la parte crítica de algunas de las políticas del gobierno porque no hay una oposición responsable para manejar incluso el aporte de ideas que podría suponer esa crítica. Los dirigentes del PP son totalmente irresponsables, están desmesurados, están en una regresión que llaman radical, pero no es radical, es de otra naturaleza, grave, y no les voy a hacer ningún favor, ningún juego. Pero ya que entramos en uno de los asuntos, el de ETA, le diré que la diferencia entre el tratamiento de la tregua que ha vivido Zapatero y el de la tregua que vivió Aznar, es que Zapatero, como se ha visto, no sólo no cedió, sino que no bajó la guardia de la vigilancia. Y esa diferencia es sustancial. Hasta el punto de que cuando oí hace pocos días una reflexión en público del señor Aznar, que se podía haber ahorrado, sobre los desastres de la tregua gestionada por Zapatero, Aznar estaba viviendo un lapsus porque estaba reviviendo los desastres de su propia gestión de la tregua. Con una sola diferencia: que Zapatero, que estaba en la oposición, no hizo ningún gesto para poner de relieve esos errores manifiestos, desde la primera palabra hasta el último día de la tregua. En una especie de revival, este señor Aznar describe lo que él hizo mal y se lo cuelga a Zapatero. Por tanto, incluso con las diferencias que yo podría tener del tratamiento de la tregua, quizá porque a uno le ha golpeado la vida y desconfía más, la gestión de la tregua en sí misma, la relación con el terrorismo que ha hecho Zapatero es muchísimo mejor que la de Aznar, ¡sin duda!
–En cualquier caso, Zapatero parece no tener complejos respecto de usted, aunque, al mismo tiempo, huya de su sombra.
–La verdad es que yo no soy capaz de juzgar cuál es la motivación personal de Zapatero para actuar de una u otra forma. Ni me toca ni soy capaz de hacerlo. Que haya afirmado su liderazgo sin mi sombra no sólo lo acepto, sino que lo aplaudo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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