De atender la barra del boliche La Cantina de Miramar, Roberto Juárez Amaya casi pasó a vestir el traje a barras, sospechado de falso testimonio. El traspié de Amaya fue un nuevo revés para la vapuleada defensa policial. Los jueces no le creyeron cuando afirmó que a los boliches de la Costa “no entran menores”, tras un día de testimonios en contrario. Otro mozo sostuvo que un día después de su declaración ante la fiscalía, en febrero de 2001, y cuando Natalia aún no había aparecido, “el Mono” Suárez fue al boliche a apretarlos. Amaya no sólo lo negó: dijo que no lo conocía. Para colmo, dijo desconocer quién es el dueño de La Cantina, a la sazón, David Viola, presidente del Concejo Deliberante local, y hermanastro del vestido a barras.
En Miramar, las gentes parecen agruparse por nombres o apellidos. Los Rodríguez como peritos de Rastros sin rumbo; los Ricardos (Suárez, Anselmini y Panadero) como detenidos o con pedido de detención este último. Ahora, los Robertos, como testigos in furcio in fragantis. Juárez Amaya y Marchiore, ambos mozos de La Cantina, donde Natalia fue vista conversando con dos hombres que coinciden con la descripción de al menos uno de los Ricardos (Suárez), entraron en serias contradicciones.
Ambos aseguraron que “los menores tienen prohibida la entrada y el alcohol”. El lunes, durante la primera jornada, todos los testigos habían señalado lo contrario. Marchiore agregó que Suárez se presentó un día después de su declaración para interrogarlo sobre el tema. Pero Amaya negó conocer al policía. Tampoco conocía al dueño del local, que es su propio hermanastro, David Viola, presidente del Concejo por la UCR. El encubrimiento confirma la existencia de la zona liberada. Marchiore y Amaya fueron careados a puertas cerradas.