Vie 14.03.2008

SOCIEDAD  › SEXO EN NUEVA YORK Y PURITANISMO EN ESTADOS UNIDOS

De pecadores y políticos

› Por Antonio Caño *

Desde Washington

Cada escándalo sexual en Estados Unidos viene a confirmar a los ojos europeos el puritanismo de un país que es capaz de destituir a un gobernador por haber utilizado los servicios de una prostituta, pero no se plantea la destitución de un presidente por el error de una guerra que está a punto de costarle 4000 muertos.

Planteado así, nada que objetar. La desproporción es tan descomunal que sobra toda explicación. Pero, como suele ocurrir, eso es sólo un ángulo de esta historia, que tiene más y más complejas interpretaciones.

Fuera de pequeñas faltas que no conllevan habitualmente procesamiento judicial, el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, no ha cometido más delito, por lo que se sabe hasta ahora, que el de pagar (mucho) por sexo. Eso ha sido suficiente como para que la oposición lo amenazase con abrir un proceso de destitución (impeachment) si no renunciaba en 48 horas. Convencido de que sus propios compañeros de partido votarían contra él, Spitzer se fue. El hecho de que el gobernador sea demócrata y la oposición, republicana no tiene ningún valor en este caso porque hubiera ocurrido lo mismo a la inversa. La condena a Spitzer se extiende por todo el abanico imaginable de edades, razas, ideas o condición social. El conflicto que aquí se plantea no es ideológico, es moral y, en cierta medida, político. Spitzer no es castigado por haber practicado sexo con una prostituta. No se castiga al “cliente número 9”, se castiga al político en el que los neoyorquinos habían depositado su confianza para acabar con el crimen y la corrupción. Nueva York no está escandalizada por la narración erótica de los informativos, está deprimida por la caída de un héroe.

Por lo general, cuando los europeos eligen un cargo público saben que eligen a un ser humano, a un pecador, que si no está pecando ahora, ha pecado o pecará. Aquí no, aquí se eligen héroes. Spitzer ganó con más del 60 por ciento de los votos y era un adalid de rectitud y limpieza. Su voz hacía temblar a Wall Street, al crimen organizado y a las redes de prostitución tanto como el vuelo de Superman. Spitzer se había convertido en un héroe. Como un héroe fue en su día Rudy Giuliani.

Observar el actual panorama electoral norteamericano es como recorrer una galería de héroes. ¡Quién duda en reconocerle esa distinción a John McCain, el soldado capturado por el enemigo que prefirió el sufrimiento de la tortura antes que abandonar a sus compañeros! Heroica es también la trayectoria de Barack Obama, el joven negro surgido de la pobreza y la discriminación. Y, aun siendo la más mortal, también Hillary Clinton destaca como la heroína que soportó el acoso de la extrema derecha y salvó a su familia de la deshonra y el olvido.

Cualquier lector puede hacer el ejercicio de buscar entre sus políticos locales similares rasgos de heroísmo a ver si los encuentra. Aquí, desde Eisenhower, Kennedy o Reagan hasta el más modesto dirigente del condado presenta credenciales de divinidad. Por eso, luego no se les perdonan debilidades humanas. ¿Alguien puede imaginarse el shock que sufriría este país si mañana se supiese que Obama engaña a su mujer?

* De El País de Madrid.
Especial para Página/12.

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