SOCIEDAD › EL FRAUDE QUE CONMOVIO AL BANCO CIUDAD HACE CUARENTA AÑOS
Una banda de empleados infieles, varias sociedades externas, desvío de cheques. Estafaron al Ciudad por más de mil millones de pesos. El dinero fue recuperado: habían invertido en obras y caballos de carrera. Fue el primer caso de cuentas fantasmas.
› Por Horacio Cecchi
“Por ahora, lo que queremos de usted, González, es saber cómo se las va a arreglar para devolver los 200 millones que se llevó.” González se acomodó el nudo de la corbata, sus mejillas se colorearon un poco, miró al presidente del banco, carraspeó como quien carraspea para tomar envión y respondió firme e indubitable: “Señor, no son 200, son mil millones y algo”. Eran las once de la noche del martes 16 de enero. Enero del ’68.
La reunión tuvo lugar en la presidencia del por entonces Banco Municipal de Préstamos; quien preguntaba al tal González era el presidente de la institución, Saturnino Montero Ruiz; la cifra exacta que correspondía al mil y algo corregida por el tal González fue: 1.029.814.706 pesos, de los fuertes. El tal González a esa hora aún era conocido por pocos y apenas como Rolo o el Chongo, de 30 años.
Dos días después, el caso estallaría en la prensa y González dejaría de ser el Chongo, para ser transformado periodísticamente en el “bocho”, el “estafador, el “genio”, el “tenebroso”, o el líder de una “obra maestra de la maldad”.
Había llegado al banco recomendado desde otra institución y figuraba en las plantillas del Municipal desde hacía dos o tres años. Tenía experiencia en las operaciones de clearing, trabajaba en la sección Cuentas Corrientes en horario nocturno. ¿Su sueldo? 40 mil pesos, suficiente para alquilar un departamento, pero no mucho más. Con él, un par de empleados del mismo banco y una organización externa, una sociedad dedicada a invertir en proyectos que hoy provocarían asombro por lo avanzados para su época: entre ellos, una terminal de micros sobre Libertador y Esmeralda con helipuerto en sus terrazas.
El Chongo’s team avanzó sobre un método que después sería explotado ampliamente para el lavado de dinero: las cuentas fantasmas. Detectaba una cuenta corriente cerrada por un cliente del banco. Al cerrar la cuenta, el cliente devolvía la chequera y en ocasiones ésta todavía contenía cheques en blanco. La firma, habrá que agregar, era cuidadosamente chequeada por la entidad bancaria, para la ocasión, el sector donde se desempeñaba González.
Tomaba la chequera, llenaba un cheque con una suma importante (por lo que en general seleccionaba cuentas que correspondían a empresas o clientes con movimientos de dinero importantes, para evitar sospechas), sumas que, según los relatos de la época, rondaban varios millones.
El cheque, con la firma truchada (copiada del legajo del cliente), era depositado en los bancos donde el Chongo’s team había abierto sus propias cuentas. El banco receptor enviaba el cheque para que se verificaran los datos, la autenticidad de la firma y la accesibilidad de fondos.
El sistema necesariamente utilizaba cheques canjeables de 24 horas, pero además, los socios los depositaban en determinados horarios para que pasaran por la cámara compensadora y luego fueran enviados al Banco Municipal en horarios nocturnos, donde el Chongo esperaba ansiosamente y con los brazos abiertos. Así, cheque que llegaba para la cuenta del team, cheque que era aprobado y en minutos era devuelto al banco acreedor para que cobrara al Municipal la suma indicada y la acreditara en la cuenta de la sociedad.
Pero el operativo no terminaba allí. De dónde saldría el dinero si las cuentas estaban cerradas. En primer lugar, el dinero saldría de las arcas del banco, obviamente. En segundo lugar, las cuentas no habían sido informadas como cerradas. Y en tercer lugar, se truchaban las salidas en las planillas contables del sector CC, de modo que al final del día, el debe y el haber concluyera con la cifra, mentirosa, de que nada anormal estaba ocurriendo para tranquilidad contable y financiera de las autoridades bancarias.
Es decir, el banco pagaba sin saber qué pagaba; es más, pagaba sin saber que pagaba. Siempre y cuando detrás de las maniobras no hubiera alguien de mayor envergadura que utilizara a la banda como testaferros en negro. En fin, las mesas de dinero vienen a ser parte de ese ciclo de dinero blanco que transita por corredores negros y vuelve a la superficie intacto pero habiendo producido en negro.
Mientras tanto, por fuera del Municipal, los Chongo’s boys avanzaban con sus trámites. Habían creado varias sociedades anónimas. Los investigadores detectaron al menos cinco. Según las crónicas de época, en todas aparecía González como vicepresidente y Blanca Noemí Garfinkel de Fumberg como presidenta.
Blanca era la esposa de Santiago Fumberg, que también quedó envuelto en las investigaciones después de que saltó a la luz la mecánica del pago con chequera ajena. Pero si existía una preocupación en la banda, al margen del sano y casi natural, podría decirse, razonamiento de no ser detenidos, existía entre la banda y sus allegados una honda preocupación. Parafraseando a González en el despacho del presidente, estaban “haciendo obra”. Habían invertido en edificios, en obras, en caballos de carrera, en caballerizas, en costosísimos vehículos y en proyectos turísticos.
A tal punto habían respetado la fórmula de la inversión que la cifra recuperada superó la suma de los cheques desviados. Dicho por el propio Montero Ruiz en conferencia de prensa, en aquellos días de saldos en rojo.
En el dossier que la histórica revista Así había publicado sobre el caso, el 30 de enero del ’68, se reproducían las formales palabras del presidente del Municipal. “Tengo la impresión de que, a esta fecha, la banda está en condiciones de devolverle al banco todo lo que le robó –dijo Montero Ruiz–, porque han trabajado en negocios lícitos, con el dinero mal habido, teniendo a su favor la devaluación de la moneda. Es decir que las casas y las propiedades que ellos compraron tiempo atrás valen hoy tres veces las sumas que pagaron entonces.”
Las sociedades que habían conformado para cobrar los fondos desviados y recuperados eran disímiles. Citanova Saciiyc, con un capital de 1540 millones de pesos; Aetna, Compañía de Seguros Generales SA, con 137 millones; Compañía General de Motores Saciei, con 5800 millones; y una planta industrial en La Tablada, en el conurbano bonaerense.
Dentro de la banda había otros empleados del banco involucrados. Pero básicamente todo pasaba por las manos de González. Un empleado del Municipal, Juan Francisco Lanzillotta, no estaba vinculado directamente al desvío de fondos sino que era contratado por las empresas de la sociedad como empleado. Cobraba un sueldo en el Municipal y otro, en las empresas que el mismo banco proveía sin saber.
También se habían diversificado hacia el rubro de los pura sangre. Habían conformado la firma La Cabaña SRL, con sede en Uruguay 16, 6 piso, oficina 63, que había sido declarada para transporte de ganado de consumo en general y de pedigree, caballos de sangre pura de carrera, polo, salto, recepción y expedición, importación, exportación de forrajes, cereales, seguros, comisiones y consignaciones, y depósitos con boxes.
Habían adquirido además un stud, ubicado en la calle Asunción 855, de San Isidro, con la sociedad La Cortona SA. Dentro, los investigadores localizaron 19 potrillos.
¿Cómo descubrieron al Chongo y asociados? Seis meses antes, en el banco instalaron la primera computadora, una “máquina electrónica”, como llamaban los medios al asombroso sistema informático, capaz de hacer cuentas y almacenar datos en su memoria. La llamaban Post Tronic. Su tarea: incorporar datos de cuentas corrientes que luego se volcarían en el saldo diario final. En pocas palabras, reemplazaría la tarea de González. La fecha estaba pautada en febrero de aquel año ’68. Un mes antes, saltaba la banca.
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