SOCIEDAD › LA ANTORCHA RECORRIó BUENOS AIRES SIN INCIDENTES, AUNQUE CON ALGUNAS PROTESTAS
Con un megaoperativo policial, el recorrido se cumplió según lo previsto. Hubo grupos que repudiaron a China. Y mucho festejo.
› Por Carlos Rodríguez
“¿Ya pasó la antorcha olímpica?”, preguntó la nena, de unos siete años, instalada en la parte más alta de los canteros que rodean al Obelisco. “Sí, mi amor, ya pasó”, respondió la madre, que pronto se percató de la sensación de incredulidad que envolvía a su hija. Por eso, se vio obligada a agregar palabras de consuelo: “No te pongas mal, yo tampoco la pude ver”. El paseo de la antorcha olímpica por Buenos Aires, desde Puerto Madero al barrio de Núñez, transcurrió sin incidentes y convocó a miles de personas en su recorrido total de 13,8 kilómetros. Lo lamentable, para los que querían ver el espectáculo, es que todo estuvo encapsulado por un severo dispositivo de seguridad. Los atletas que llevaron la llama, los los dos mil policías federales que los custodiaron, más mil quinientos prefectos, tres mil colaboradores civiles y cientos de custodios de nacionalidad china pasaron frente a la multitud sin parar un instante. Aunque la distancia recorrida era de maratón, el ritmo de la carrera fue de final de los cien metros llanos. Pocos vieron lo que habían ido a ver. “Todo estuvo impecable. Fue un orgullo mostrarle al mundo lo que el pueblo argentino es capaz de hacer. Hubo respeto hacia los demás y a las diferencias”, declaró la vicepresidenta del Comité Olímpico Argentino, Alicia Morea, confirmando con sus palabras que la mayor preocupación fue la de evitar que se produjeran incidentes. Y no los hubo, salvo algunos manotazos entre los guardianes de la antorcha y los adherentes a la “contramarcha” convocada por disidentes chinos y tibetanos. Estos fueron acompañados, a prudente distancia, por militantes de izquierda argentinos que consideran que China Popular “era otra cosa mientras Mao estuvo vivo”, como le comentó a Página/12 uno de los autoconvocados en el Obelisco para repudiar al gobierno de Beijing por los actos de represión en el Tíbet.
Los que adhirieron a la contramarcha, llamada “Relevo de la Antorcha de los Derechos Humanos”, ni siquiera intentaron apagar la llama olímpica, como ocurrió en Londres, París y San Francisco, pero levantaron sus banderas con la leyenda “Free Tibet”, que identificaba a uno de los grupos más numerosos. Los que intentaron el pacífico boicot al desfile de la antorcha se reunieron, desde el mediodía, en los alrededores del Obelisco. Entre los asistentes –unas 500 personas– se destacó la presencia del actor Hugo Arana, quien ocupó la cabecera en la marcha que se hizo, a contrapelo, desde la Plaza de la República hasta la Casa de Gobierno.
“Armar una fiesta, como es un torneo olímpico, al lado de cadáveres, no es aconsejable, no es algo para apoyar. En el Tíbet se está realizando un avasallamiento de los derechos humanos y los tibetanos son perseguidos, justamente por no ideologizar. Yo no estoy contra los Juegos Olímpicos, sino contra el lugar donde se están por realizar”, explicó Arana ante la prensa. El grupo que se movilizó era heterogéneo: había religiosos, militantes políticos, activistas de entidades sociales y también algunos deportistas, entre ellos el atleta Juan Pablo Juárez.
Ante la ausencia de Diego Maradona, que iba a llevar la antorcha en el primer tramo, la figura deportiva más importante fue Gabriela Sabatini. “Portar la antorcha olímpica fue algo muy emocionante. Viví todo el día con mucha emoción, no puedo ocultar de ninguna manera la felicidad que tengo”, dijo la ex tenista luego de su llegada al Club Hípico Argentino, punto final del recorrido. Sabatini, que obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, había recibido la antorcha de manos de su amiga, la tenista Paola Suárez.
La Policía Federal estimó que unas 30 mil personas siguieron la marcha de la llama olímpica. Las mayores concentraciones se dieron en la partida, en el anfiteatro Lola Mora de Puerto Madero, y en la llegada, pero también en la zona del Obelisco y a lo largo de Diagonal Norte y de la Avenida 9 de Julio. En esos lugares se reforzó la custodia policial. En la Plaza de la República, donde estaban los tibetanos y los disidentes, hubo algunas corridas y golpes entre los manifestantes y un grupo de chinos, vestidos con ropa de gimnasia de color rojo con vivos blancos. Cuando los tibetanos levantaban sus banderas, los custodios arrojaban golpes y manotazos para que las bajaran. De todos modos, los incidentes fueron menores.
El dispositivo de seguridad era diverso y severo, incluso con los transeúntes y curiosos que se habían reunido con la única intención de ver, por primera vez en Buenos Aires, el paso de la antorcha olímpica. Una primera fila de contención estaba formada por empleados del gobierno porteño –chicos y chicas jóvenes–, apuntalados por policías de civil que se diferenciaban claramente del resto, por su aspecto y por la forma en que trataban a los que se acercaban más de la cuenta.
De todos modos, los más duros fueron los uniformados de la Guardia de Infantería. En la 9 de Julio, el oficial que encabezaba la fila de bastones, escudos y cascos, se abría paso a los gritos y con el palo amenazante: “Córranse carajo. Abran cancha, salgan, tomenselás”. El mensaje, por demás claro, hizo asustar a mucha gente que ni siquiera se había reunido allí para mirar. Algunos, apenas querían cruzar la avenida más ancha del mundo y seguir con su rutina.
La mayoría de los curiosos se quejaba por lo fugaz del espectáculo que los había convocado. “Tenías razón, era mejor que lo hubiéramos seguido en casa, por televisión. Yo no vi nada”, rezongaba una señora con acento cordobés. “Yo te lo dije”, certificó su amiga, mientras las dos regresaban a sus casas, desilusionadas, por la avenida Santa Fe.
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