SOCIEDAD › CONFESó EL HOMBRE QUE ENCERRó A SU HIJA EN UN SóTANO DURANTE 22 AñOS, EN UNA CIUDAD DE AUSTRIA
Para el barrio, Josef Frirtzl era un buen vecino. Nadie sospechó que los niños que criaba los había engendrado con su propia hija, a la que tenía cautiva en un sótano. El caso conmueve a Austria.
El buen burgués Josef Frirtzl, de 73 años, apreciado vecino de la localidad de Amstetten, a 130 kilómetros de Viena, confesó haber mantenido secuestrada en el sótano desde 1984 a su hija Elisabeth, con la que engendró siete hijos-nietos, mientras la opinión pública de Austria se pregunta qué es lo que en ese país anda “fundamentalmente mal”. Tres de los siete hijos-nietos habían sido adoptados por Frirtzl y su esposa, sin que las autoridades investigaran cómo habían llegado a ellos. Otro murió de chiquito y su padre abuelo incineró el cadáver. Los otros tres permanecieron encerrados en el sótano de la casa toda su vida, sin que la esposa de Frirtzl se diera por enterada, hasta que la mayor, ya de 19 años, enfermó gravemente y eso condujo a que todo saliera a la luz.
“Frirtzl ha confesado que encerró a su hija durante 24 años, que él es el padre de los siete hijos de ella y que los tuvo encerrados en el sótano”, anunció Franz Polzer, jefe de investigaciones criminales de la provincia de Austria Baja.
El 28 de agosto de 1984, Frirtzl drogó a su hija Elisabeth, que tenía 18 –y a quien violaba desde los 11–, la ató y la introdujo en el sótano de la casa familiar; la obligó a escribir una carta diciendo que había huido voluntariamente y sugiriendo que se había unido a una secta. Josef –quien, tras haber estudiado electricidad, trabajaba en una empresa de materiales de construcción– había prohibido a su familia bajar al sótano, donde estaba su “taller”.
Allí nacieron los siete hijos que tuvo con su hija. Uno de ellos murió cuando era bebé; Frirtzl –según su confesión– incineró el cadáver, también en su domicilio. A tres de los otros sucesivamente los subió y los depositó en la puerta de su casa, como si hubieran sido dejados ahí por Elisabeth, con cartas escritas por ella: “El bebé tendrá una vida mejor con su abuelo y abuela que conmigo”. Josef y su esposa Rosemarie obtuvieron las adopciones, los criaron y los mandaron a la escuela, donde “sacan buenas notas”, según Heinz Lenze, funcionario de Amstetten.
Los otros tres –una chica que hoy tiene 19 años, un joven de 18 y un nene de cinco– permanecieron en el sótano, de 60 metros cuadrados, que Frirtzl había dividido en tres habitaciones, sin acceso a la luz del sol. Puso un televisor. Instaló una puerta blindada, con una clave que sólo él conocía. Hace unos días, la hija-nieta de 19 años, llamada Kersten, enfermó gravemente. Josef la llevó al hospital de Amstetten. Los médicos pidieron por television la presencia de la madre, porque necesitaban datos sobre la historia clínica; Elisabeth insistió en ir. La semana pasada, Frirtzl decidió sacarla del sótano, junto con los dos chicos restantes. Le dijo a su esposa que la hija había vuelto a casa, pero Elisabeth terminó por revelarlo todo, después de que le prometieron que no tendría más contacto con su padre.
Josef Frirtzl era estimado por sus vecinos, con quienes solía ir a pescar. Con su esposa Rosemarie tuvo otros siete hijos, ya adultos, y “se ocupó muy bien de ellos”, según los vecinos. La hija-nieta Kersten está en coma, con respirador artificial, aunque “estable”, según los médicos. Elisabeth y sus hijos están en observación en una unidad psiquiátrica: sufren “un estado traumático”, según los médicos; físicamente están “pálidos pero en un estado de nutrición normal”. El menor, de cinco años, dijo “que estaba contento y que había sido fantástico viajar en un auto de verdad”, contó un funcionario municipal de Amstetten. En cambio Rosemarie, la esposa de Josef, de 69 años, se halla “en un estado psicológico preocupante”.
La revelación del caso suscitó un escándalo en Austria. “¿Qué sociedad humana aceptaría que uno, dos, tres chicos fuesen dejados en la puerta de Josef Frirtzl, y le otorgaría la adopción sin averiguar por el paradero de la madre? ¿Cómo puede ser que nadie preguntara nada?”, se preguntó Petra Stuiber, columnista del periódico vienés Der Standard, y contestó: “Sólo pudo pasar en una comunidad como la nuestra, encerrada, preocupada por las apariencias y no por la realidad. Algo anda fundamentalmente mal.”
En 2006, la adolescente austríaca Natascha Kampusch escapó de la celda sin ventanas en la que su secuestrador la había mantenido durante ocho años.
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