Mié 04.06.2008

SOCIEDAD  › UNA ORGANIZACIóN SOCIAL DENUNCIó QUE CINCO PROSTíBULOS FUNCIONAN CERCA DEL DEPARTAMENTO CENTRAL DE POLICíA

Una cámara oculta y escrache contra la trata

La cooperativa La Alameda filmó el interior de los prostíbulos y denunció en la Justicia que allí hay trata y venta de drogas. Asegura que hay menores. Anoche hizo un escrache a los locales. Luego, fue atacada la sede de la organización en Parque Avellaneda.

› Por Emilio Ruchansky

Son cinco prostíbulos enclavados en cuatro manzanas del microcentro porteño, en el barrio de Monserrat. Funcionan desde hace varios años y a falta de rock se baila reggaeton. A partir de las repetidas denuncias de los vecinos, la cooperativa La Alameda y el Movimiento de Trabajadores Excluidos decidieron hacer una cámara oculta para generar pruebas de lo que califican como “un escándalo”. Es que este circuito de trata, donde incluso habría menores de edad explotadas, funciona a sólo cuatro cuadras del Departamento Central de la Policía Federal y, según consta en la denuncia presentada ayer, una de las mujeres afirmó que “habitualmente iban policías de civil al lugar y tomaban sus servicios personales”.

Tres de estos locales, habilitados como bares, están sobre la calle Salta al 125, 178 y 308; los otros dos están sobre Santiago del Estero al 291 y al 382. “Además constatamos que en el estacionamiento y garaje ubicado en Salta y Alsina también presuntamente se venden sustancias estupefacientes”, afirma el escrito presentado por Juan Grabois y Gustavo Vera y que fue recibido por el juzgado de Jorge Ballestero. “En cada uno de estos bares –continúa–, hay entre 5 y 7 chicas que ofrecen sus servicios de prostitución y también venden cocaína.”

El horario pico de los cinco prostíbulos encubiertos es el viernes, el sábado y el domingo de 2 a 10 de la mañana. Los clientes, asegura la denuncia, “son mozos, remiseros, motoqueros, trabajadores de clase media baja en general”. También van adolescentes de 16 a 18 años (hay un colegio secundario a la vuelta), se señala en otra denuncia hecha el 29 de abril pasado por dos vecinos ante la Defensoría del Pueblo. En ese escrito se menciona la existencia “ostensible” de un delivery de drogas y, lo más grave, la supuesta presencia de menores de edad en situación de prostitución.

Celeste

PáginaI12 acudió la noche del sábado 24 de mayo al más grande de los cinco prostíbulos, el de Santiago del Estero 291. El lugar tiene tres pisos y la entrada cuesta 10 pesos. Al igual que en muchos casinos y salas de juegos, los vidrios están polarizados para atenuar el paso del tiempo, evitando que el cliente perciba las luces de la madrugada. Dos patovicas se encargan de hacer el cacheo en la puerta, afuera una patrulla de la comisaría cuarta vigila la cuadra, sin prestarle atención alguna al lugar en cuestión.

La planta baja es angosta y está dominada por una inmensa barra, donde esperan dos mujeres jóvenes. La cerveza se sirve en vasos grandes de tres cuartos y, a diferencia de los boliches, en el baño no hace falta encerrarse en el cubículo donde está el inodoro para aspirar cocaína (como se ve en el video presentado como prueba). En el primer piso hay una pequeña pista de baile rodeada de sillones y con una especie de puerta interna que la separa de la barra. Dos pibes ponen su mejor cara de poker, esperando que alguien se acerque. También hay un hombre mayor negociando con una chica. No llegan a un acuerdo y ella se acerca al cronista.

Se llama Celeste, dice que tiene 19 años y antes trabajaba de camarera. Enseguida pide veinte pesos para un trago que ella misma se apresura a preparar detrás de la barra de ese piso. No quiere bailar porque le duelen los pies y bromea: “Se me subieron las botas a la cabeza”. Después del segundo trago ofrece ir un piso más arriba, donde la música suena alta y se congregan al menos veinte hombres y cuatro chicas. Allí, se enganchan los clientes, que luego bajarán uno a uno los otros dos pisos, pagarán más tragos y de seguir puertas afuera irán acompañados a un albergue transitorio. Eso explica Celeste que, mientras habla, nunca mira al cronista a los ojos.

El cuento del tío

Dos semanas atrás, el 22 de mayo, en la oficina de una cooperativa de operadores telefónicos, a sólo dos cuadras de la Casa Rosada, Gustavo Vera, de La Alameda, se juntó con las dos personas que irían a hacer la cámara oculta y El Coach encargado de entrenarlos. El plan parece sencillo. “Vos sos el tío que viene de Chaco y vos, el sobrino que lo saca a dar una vuelta por la ciudad”, le dice El Coach a los espías de esta brigada de costureros y cartoneros que, aunque no tienen relación de parentesco, realmente parecen tío y sobrino.

El objetivo principal es encontrar menores de edad en estado de prostitución. La cámara tiene el tamaño de un walkman y el lente que filma simula un botón negro que se pone en el ojal de la camisa. Graba hasta dos horas. El Coach le aconseja al sobrino que sea él quien charle con las chicas, porque “les da asco lo paterno, pero si sos pendejo se largan a hablar más”. La otra recomendación es que en ningún momento las toquen. “Si las tocás sos uno más que viene, si no la tocás piensa que te trajeron los amigos y te cuentan todo, vida y obra”, asegura El Coach.

“Lo más difícil es juntar guita. Hicimos una colecta entre figuras de la política y la Justicia y calculamos que gastaremos 200 o 300 pesos por noche”, comenta Vera a PáginaI12 sobre el final de la reunión. Ese mismo día tío y sobrino hicieron una misión exploratoria en los dos locales de la calle Santiago del Estero. Ambos juran haber visto mujeres menores de edad aquella vez, pero no tienen pruebas porque fueron sin cámaras.

Noctámbulos

“El primer día éramos unos extraños, el segundo un poco menos y al tercero ya andábamos como chanchos por su casa”, le contó ayer a PáginaI12 el sobrino, quien llevó la cámara oculta encima. El video-prueba transcurre en la oscuridad y se lo escucha charlar con dos jóvenes, de 24 y 19 años. “Toy recansada”, le dice la mayor y él le pregunta si ese día abrió el negocio. “Sí, a la mañana de 9 a 2 de la tarde.” “El negocio” es una verdulería que ella acaba de inaugurar y de la que sueña vivir cuando deje la prostitución. La otra chica estudia informática.

El sobrino quiere “pibitas”, pero no hay. La chica de 24 le informa que el precio del servicio es de 150 pesos, “un precio razonable, porque si vos vas a un cabaret tenés que pagar 300 pesos”, le avisa. Tío y sobrino salen del prostíbulo y se meten en el de Salta 178. La situación se repite. El sobrino lamenta que no hayan podido filmar aquellas menores de edad que vieron la primera vez.

Sin embargo, hay pruebas. Como dice la denuncia, la sola existencia de prostíbulos “compremete seriamente la moral pública ya que entraña indefectiblemente la trata de personas, la rufianería y el proxenetismo, lo que atenta contra la mujer en su libertad y dignidad humanas”. El sobrino entiende que ninguna ambiciona estar en las manos de un hombre que no desea y tampoco se llenan de plata. “Es sólo un trampolín para hacer otras cosas en su vida porque no la tuvieron fácil –reflexiona–, pero estoy seguro de que ninguna nació para puta.”

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