SOCIEDAD
Una lluvia de balas cayó sobre dos chicos de siete y cinco años
Cinco patrulleros perseguían a un auto en el que dos asaltantes llevaban a un rehén. La policía dijo que hubo un tiroteo, pero según un testigo, las balas fueron todas policiales. Las recibieron dos chicos.
› Por Alejandra Dandan
“Yo lo vi con mis propios ojos cuando le dispararon: mi hermano temblaba como un perro al que se le quiebran las patas.” Diego Alvarez es el hermano de los dos chicos de 7 y 5 años que quedaron atrapados por una lluvia de balas en medio de una persecución policial. Uno de sus hermanos recibió tres impactos el estómago y la menor uno, que le perforó el abdomen. Según las versiones de la policía, las balas fueron el resultado de un fuego cruzado entre sus hombres y dos ladrones que se escapaban en una camioneta con un rehén. Según la versión de Diego, uno de los testigos presenciales del caso, los tiros que se escucharon el martes a la noche frente a su casa de La Matanza provenían del único frente que disparaba: el de los patrulleros.
La causa está en manos del juzgado de menores número tres de La Matanza y la investigación la lleva el fiscal Gustavo Banco que ayer secuestró las armas usadas por la policía. En total, el fiscal se llevó 21 armas presuntamente utilizadas contra la camioneta Peugeot Partner y contra los dos hermanos. Las armas eran de los efectivos de los cinco patrulleros que se lanzaron a la persecución de la camioneta después de una alerta del Comando de Patrullas Bonaerense. Entre los cinco patrulleros, dos eran de la comisaría de Lomas del Mirador y los otros del Comando. En el primer informe de tipo preliminar, la Policía Científica admitió que en el operativo se usaron al menos seis de las 21 armas secuestradas.
–¡Fueron sesenta disparos! –dice Diego– ¡Sesenta! ¿Sabés qué significa eso? ¡Era plum, plum, plum sobre tu cabeza todo el tiempo!
La lluvia de tiros frente a la casa de Diego empezó cerca de las siete y media de la tarde. Su familia vive sobre la calle Nazca 674, en la entrada de una de las villas de emergencia de La Matanza conocida como Santos Vega. A esa hora él estaba en la puerta de su casa pero no sabía que sus dos hermanos más chicos, Jorge el de 7 y María de 5, estaban a dos puertas de ahí, en el kiosco de Dani porque querían un alfajor.
La camioneta llegó al barrio perseguida por los patrulleros. En ella iban dos jóvenes secuestradores de unos 14 o 15 años de edad y su rehén: Roberto Lapolla, uno hombre de 49 años, dueño del vehículo. Lo habían secuestrado a pocos kilómetros de ahí, en Lomas del Mirador cuando volvía hacia su casa. Un vecino advirtió la situación y se comunicó con el Comando Radioeléctrico para hacer la denuncia. A partir de ahí se puso en marcha un operativo cerrojo en toda la zona.
Los patrulleros entraron en contacto con la camioneta en el ingreso de Provincias Unidas y Larrea. Allí empezó la persecución que fue sumando al resto de las patrullas mientras los dos delincuentes ideaban alguna vía de escape. Como ninguno sabía conducir, contó Lapolla horas después de su liberación, él era quien manejaba la camioneta guiado por los jóvenes.
En tanto, en medio de la persecución todo aquel escuadrón llegó hasta la entrada de la villa.
–Acá dijeron que fueron los chorros los que tiraron pero que me lo digan a mí –dice ahora Diego–: yo estaba a veinte metros de la camioneta, y todas las balas las tiró la policía.
Apenas entró al barrio, la camioneta se frenó en el cruce de la calle Nazca al 600. Estaba completamente cerrada: “Ni una mano sacaron los pibes por ahí, si se les ocurría sacarla se la acribillaban: si tiraban a matar como si fuera una guerra –sigue el testigo–. No les importó ni la vida del rehén que llevaban adentro”.
Los dos hermanos de Diego seguían en el kiosco. Nadie tuvo tiempo de nada. Cuando comenzaron los tiros, Diego intentó meterse dentro de su casa. En ese momento lo vio su mamá: “Los nenes –le gritó– los chicos están en lo de Dani”.
El kiosco de Dani está apenas “dos puertas” de la casa de los González. Desde esa distancia, Diego vio a su hermano Jorge caerse al piso. Todavía no sabían que una de esas balas también había alcanzado a su hermana. Ellase mantuvo erguida hasta poco más tarde, lo ayudó al hermano a correr hasta la casa y recién cuando Jorge se había ido al hospital, Diego la escuchó quejarse:
–¿Qué te pasa? –le preguntó.
–No sé –dijo ella–, siento como que me quema la panza, como fuego.
Mientras tanto, afuera un grupo de vecinos se reunía indignado con lo que estaba ocurriendo. Después de los disparos algunos policías comenzaban a advertir algún exceso en su trabajo: “Se tiraron al piso para levantar las cápsulas de las balas para que no queden pruebas”, sigue Diego. Pero las pruebas –o varias de ellas– quedaron. El frente de su casa y el paredón del kiosco donde estaban sus hermanos quedaron completamente agujereados. Además existe el testimonio de la gente del barrio, que frente a aquella situación salió a la calle a lanzarle piedras a los policías.
“Y después dijeron que fue un enfrentamiento con la gente y que los ladrones les dispararon y que por eso ellos tiraron y no fue así”, sigue explicando Diego quien a pedido de Página/12 se quedó un momento fuera del hospital de Niños de San Justo donde Jorge seguía internado en terapia intensiva. Lo operaron y la intervención duró seis horas, anoche su diagnóstico era “estable”. Su hermana María en cambio, esperó cinco horas para que la atendieran en el hospital de San Justo y después fue trasladada al Hospital Garraham. Allí la sometieron a una intervención y anoche su vida estaba fuera de peligro.
Roberto Lapolla fue liberado a salvo por la policía. Sus dos secuestradores aparentemente se escaparon. En el barrio de todos modos, aún se preguntan cómo hicieron para huir en medio de la carga de tiros. “Yo no te digo que son santitos –advierte el muchacho–, pero si están robando que los lleven presos. No pueden tirar así, no pueden esperar a estar frente a una villa para entrar y hacer estragos”.