Mié 23.01.2002

SOCIEDAD  › EL CENTRO DE DOCUMENTACION COPADO POR FUTUROS EMIGRANTES

Pasaportes para un cambio de vida

En esta época, el local de la calle Azopardo está siempre lleno de turistas que viajan al exterior. Este año las cosas cambiaron: se multiplican las familias que en el último mes tomaron una decisión drástica: irse del país.

› Por Alejandra Dandan

“Y eso que soy docente y vengo de estar firme junto al pueblo.” Pero Luis Correa ya no tiene más paciencia. El 19 de diciembre empezó la cuenta regresiva. En marzo se sube a un avión y no baja hasta Galicia. Los planes son muchos pero no los puede contar ahora. Cuando el reloj marca las 11.55, lo llaman por la pantalla electrónica del edificio de la Policía Federal. Y las cosas no están para perder los turnos, ni la hora, ni esta última gran apuesta: se va, como el resto. Las colas del edificio de Azopardo donde se tramitan los pasaportes cambiaron en estos días: están llenas de gente que no pretende hacer turismo sino partir en busca de otro destino. Estos nuevos exiliados buscan buenos aires en Canadá, Irlanda, muchos intentan instalarse en México, mientras otros se animan con las apuestas más clásicos en Europa. Es difícil la lectura en singular de cada una de estas historias; por lo bajo, todos citan la última semana trágica para hablar del origen de esta partida.
Luis Correa está a punto de marcharse hacia el Mediterráneo detrás de algunos de sus viejos familiares. No sabe si son primos, abuelos o tal vez tátara tátara abuelos o tíos novenos. Esa es una de las cosas que menos les importan a todos estos inmigrantes que buscan como sea la puerta que diga salida.
La del maestro está, parece, en Galicia. Al menos eso le prometieron cuando llamó al otro lado del mundo. Aunque no pudo averiguar con qué tipo de pariente había conversado, al menos supo que lo esperan con casa y comida. El resultado de la búsqueda fue provechosa: hasta hace un año era sólo uno de los que peleaba la actualización del pago por el incentivo docente, y ahora encontró el incentivo real entre ese batallón de familiares que de pronto apareció para salvarlo. Cuando la historia del país actual era otra, Luis ni siquiera se le había ocurrido que un día también él iba querer escaparse.
–¿Que te diga cuándo empecé con esto? –dice.
–Sí.
–Si esto empezó el día de la vergüenza.
Fue el día del estado de sitio. El 19 de diciembre levantó el teléfono y comenzó la búsqueda.
Ahora faltan cinco números para que lo atiendan. Está sentado entre butacas que por estos días se parecen un cine en día de estreno. Son muchos, tal vez la mayoría, quienes buscan ahí un modo desesperado para dejar el país. Esta dependencia del Ministerio del Interior suele tener más trabajo en verano por el turismo, pero con la devaluación las cosas debían haber sido distintas: los funcionarios esperaban menos gente en las colas, menos movimiento y hasta menos ciudadanos que pasaran por acá tan apurados.
Gustavo Gómez. Ocupación: dueño de un video club. Año de nacimiento, 1971. Destino: Irlanda, donde uno de sus amigos emigrado acaba de conseguirle algo así como un hobby: un puesto de auxiliar de cocina mientras espera a su novia. A ella “la engancharon con la plata en el corralito”, dice sobre su chica que por ahora sigue amarrada a Buenos Aires.
N. N. (no quiere ser nombrado). Profesión, empleado en ventas. Año de nacimiento, 1970. Destino, el DF mexicano, la ciudad donde ha nacido su novia que desde hace dos semanas está allá. Tiempo de elaboración de la partida: dos meses. Momento de la decisión: “La disparada del dólar, la devaluación, y los quilombos en la calle. Con todo eso todo se precipitó: no sé, allá –sospecha N.N.– alguna punta conseguiremos”.
Entre los que están aquí las vías de salida más clásicas, hacia España o Italia, aparecen con menos frecuencia. Para encarar el viaje a esos países muchos están obligados a pasar antes por las embajadas o los consulados y ya saben que las demoras los puede retener aquí algo más de dos años. Por eso, buena parte está dispuesto a irse a otras tierras con menos fama.Para muchos es suficiente saber que pueden contar con algún trabajo relativamente firme para conseguir, más tarde, estadías como residentes. Por eso, para esta parte del mundo que busca desaparecer de aquí, son fundamentales los contactos que tienen o generan con amigos que ya han partido.
Algo de eso le pasó a Viviana Bari estos días. Ahora está en la sala de espera en busca de un pasaporte para llegar hasta Málaga: tiene ahí a unos amigos. Esos amigos llevan más de un año como emigrados. Mientras intentaron asentarse en el lugar, se mantuvieron en contacto con Buenos Aires y, especialmente, con la casa de Viviana. En cada llamado, la historia volvía a ser la misma, le decían a Viviana que se fuera, que ellos habían puesto un bar, que ahí había lugar para todos, y cosas por el estilo. Ninguna de esas llamadas la convenció. Ahora ellos acaban de pasar por Buenos Aires:
–Justo –dice Viviana– agarraron ¿viste la semana de los cacerolazos?
Volvieron y la verdad, es que hasta allí pensaban quedarse. El plan dio marcha atrás y en pocos días se prepararon para irse. Allá habían dejado algunos proyectos en marcha y eso también estimuló a Viviana. En un año sus amigos parecían haber alcanzado el sueño americano: salieron de Buenos Aires con una fábrica quebrada, pusieron un bar en Málaga, juntaron plata lo vendieron y ahora hacen diseños en madera.
Alrededor de Viviana hay una tribuna tan silenciada como ella. “Somos jóvenes –dice– y yo siento que tengo mucho para dar y estoy cansada de estar gastando energías acá sin conseguir nada.” Hace ocho meses busca trabajo y no sólo nunca creyó en el sueño americano, tampoco tenía ganas de buscarlo. Acá tiene una hija de meses y un esposo con un hijo. En ese contexto, cualquier traslado significaba un costo demasiado alto.
“Mirá –propone– Yo nunca miro los informativos, no me gusta estar aturdiéndome con las malas noticias pero el 19 justo estaba planchando en mi casa cuando pasaron lo del estado de sitio: te juro me puse a llorar, me puse re-mal: como si mi cabeza hubiese hecho un click.” En ese instante pensó que se iba.
Laura Golzio. Profesión, estudiante de teatro. Año de nacimiento, 1979. Destino, Barcelona, donde desde el viernes pasado la espera su novio. En estos días, hizo todas las cuentas. Como necesita el pasaje de avión esperará hasta la temporada baja. Para llegar necesita unos 800 dólares y allá, allá está todo arreglado: 1. “Por limpiar las escaleras de tres edificios –dice– te pagan 500 euros”; 2. “Si sos camarera ganas 1.200 Euros” y 3, “por 300 tenés un piso con tres ambientes.”
Roxana de S. Profesión, psicóloga. Año de nacimiento, 1965. Destino: México o Israel. Interesados: todos sus hijos, tres en total y su marido. Tiempo de elaboración de la partida: un año. Momento de decisión: diciembre. En los próximos meses hará un sobrevuelo por México, en ese momento decidirá el destino.
Ahora son las 12.03, y desde el mostrador convocan al número 092.
Los Delgado están ahí hace algo más de una hora. En estos días, Ariel tiene algo de tiempo libre pero no anda en plan de vacaciones. Lo suyo es distinto. Es el gerente de una empresa española que está a punto de irse del país. Los dueños de esta corporación dedicada a la comercialización de maderas lo contrataron a comienzos del año pasado. Lo llamaron para una misión imposible: tenía que levantar la empresa de una caída casi anunciada. “Hasta junio o julio le tuve fe”, dice ahora sobre ese momento donde ya no supo como sostener el barco que se caía con todo el país. Después de un tiempo, dejó de intentarlo: cambió el salvataje de la empresa por el suyo.
Bartimo Argentino está a punto de cerrar en estos días. Ariel es uno de los pocos que sigue adentro mientras despide a todo el mundo: “El último que queda apaga la luz y como soy yo la apago yo.” Tal vez la próxima vez que prenda la luz esté ya en Santiago. La empresa mantiene la filial chilena y le ofreció trasladarlo. Ariel irá con toda la familia que ahoramismo espera por sus pasaportes. En ese viaje al menos se salvarán de uno de los momentos donde la pesadilla de la partida se vuelve insoportable. Como Chile no está del otro lado del océano, la familia podrá llevarse buena parte de la casa y las cosas con las que han vivido aquí. Cada una de esas cosas conservan cierto valor simbólico, cierto aire de historia, de cosas de acá.
Porque son esas cosas de acá las que a cada uno de ellos se le está yendo y es tan así como si hablaran de alguno de sus muertos. “Esto empezó siendo un tema económico pero terminó en una cuestión de libertad –dice la psicóloga que ahora está en las filas de adelante–: puedo quedarme con una economía precaria pero si no puedo administrar mi economía tengo mi libertad totalmente coartada.”
Casi al fondo de la sala, los Delgado se levantan todos juntos y ahora parecen un montón. Al lado de Ariel está Marisa Ontivero, su mujer, y todos sus hijos con la abuela que también esta vez viaja con ellos. “Mi mamá viene con nosotros –dice Marisa–: me la llevo, no la voy a dejar acá.”

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