Mar 21.10.2008

SOCIEDAD  › UN TESTIMONIO A 70 AñOS DE LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

Los recuerdos vivos del horror

Alfredo Bauer tenía 14 años cuando en Viena, como en otras ciudades europeas, se desató la persecución a los judíos, en 1938. Aquí, rememora aquel trágico episodio y recuerda su primera época en Buenos Aires. Las conmemoraciones por el aniversario.

› Por Emilio Ruchansky

El término “pogrom” se popularizó en la Rusia zarista y significa algo así como “estar al lado del trueno”, enfurecer. Fue el nombre que recibieron los ataques devastadores contra los judíos rusos, supuestamente espontáneos, que comenzaron cuando se los culpó del asesinato del zar Nicolás II en San Petersburgo en 1881. Esta práctica se extendió por Europa oriental y fue fomentada por los nazis luego de que Herschel Grynszpan, un judío polaco, matara a un oficial de la embajada alemana en París. Aquel pogrom, del que están por cumplirse 70 años, fue conocido como La Noche de los Cristales Rotos y constituyó el primer acto de violencia masiva contra la comunidad judía alemana.

Alfredo Bauer tenía entonces sólo 14 años y vivía en Viena, una ciudad con una enorme y afincada comunidad judía como la de Berlín. Estaba en la escuela cuando miles de ciudadanos comandados por oficiales del partido nazi y sus guardias de asalto salieron a quemar sinagogas, rompieron los cristales de las tiendas de dueños judíos y las saquearon. El preceptor fue llamando uno a uno a los compañeros cuyos padres habían sido detenidos. “Quedamos cinco y el profesor nos mandó a casa”, recordó ayer, sentado en el living detrás de una vitrina donde atesora objetos de aquel tiempo en su departamento en el barrio de Colegiales.

De regreso a casa, vio arder las antiguas sinagogas del primer distrito de la ciudad. Su padre y su madre trabajaban en un taller de costura y sobrevivieron. Muchos de sus familiares fueron parte de los más de cinco mil de judíos austríacos que fueron llevados a distintos campos de concentración alemanes como Dachau, Buchenwald y Sachshausen. “Los obligaron a mantenerse parados durante 48 horas y al que se movía lo fusilaban. Salieron vivos sólo dos mil”, detalló Bauer. Poco antes de aquel 9 de noviembre de 1938 en el que se de-sató La Noche de los Cristales Rotos, hubo deportaciones forzosas y una serie de medidas segregacionistas por parte del gobierno.

Su familia no practicaba religión alguna, pero era de origen judío y este dato constaba en sus documentos. Fue, reflexiona, la única forma posible de organizar el gran saqueo que incluyó a 7500 negocios en Alemania, Austria y República Checa. Pese al antisemitismo dominante, compartido muchas veces por católicos y judíos ortodoxos, a las persecuciones y las primeras deportaciones, el grado de asimilación era constitutivo. “Viena era un ciudad integrada por judíos, eslavos, italianos y alemanes. Nuestra influencia cultural era y es importantísima, Freud por ejemplo.”

Claro que este hombre de fuertes convicciones marxistas, pediatra de profesión pero escritor de vocación, no veía sólo una persecución religiosa y racial por parte de los nazis. Simplemente los define como “una manga de delincuentes que tomaron el poder” y que buscaron un enemigo interno para financiar sus aspiraciones imperialistas. Hay una cita en su libro Historia contemporánea de los judíos, donde Bauer asegura, a propósito de una declaración de apoyo al incipiente partido nazi en 1932 en la asamblea del Club Industrial Alemán de Düsseldorf, que “el capital monopolista alemán se estaba orientando abiertamente a la revancha bélica como medio de superar la crisis económica”.

La Noche de los Cristales Rotos fue tal vez la primera gran alerta para las comunidades judías en las ciudades de constitución germana. La persecución y el antisemitismo eran frecuentes en el campo, especialmente en Europa oriental (Polonia, Rumania, Rusia) donde los judíos hablaban yiddish y eran más conservadores. Muchos emigraron a las ciudades y hasta generaban el rechazo de algunos sectores de la comunidad judía, que les imponían su clasismo y su urbanidad, que “los culpaban por el crecimiento del antisemitismo de los alemanes por ser rústicos, campechanos, sucios e ignorantes”. Fueron los primeros deportados de las ciudades.

A esta deuda interna –que en un momento de la entrevista, Gerti, la esposa de Bauer, exige incluir en la nota– hay que sumarle el hecho de que el yiddish que hablaban los judíos orientales era considerado un alemán “mal hablado”, o de segunda, por los judíos alemanes. Es algo que este hombre comprendió al llegar a Buenos Aires junto a su familia y gracias a una tía suya que vivía acá y que estaba casada con un hombre con el que había huido tiempo antes.

Más allá de los círculos alemanes del Partido Comunista como la Asociación Vorwärts (de la que es vicepresidente), el afecto y la ayuda de judíos porteños que venían de Europa oriental fue esencial en su vida. “Ayudaban con los brazos abiertos”, dijo emocionado. A fines de los ’30, en Buenos Aires la mayor parte de la colectividad alemana no judía y sus instituciones estaban tomadas por los nazis. “De hecho, pusieron el partido nazi antes que Hitler”, apuntó Bauer.

“Me acuerdo de que mi madre no estaba de acuerdo con irse. Estaba muy arraigada en Viena, tenía mucha vida social, afectos. Mi padre esperaba vivir en la miseria, se hacía la idea de comer pan seco y beber agua pero el hijo tenía que estudiar. Al tiempo se pusieron el taller y al final no fue tan difícil –repasó Bauer–. El pueblo argentino era muy hospitalario, no como ahora con los bolivianos.”

“¿Qué sintió al ver las imágenes de esa especie de pogrom en Santa Cruz de la Sierra, donde la gente apaleaba a los collas en la calle?”, le preguntó PáginaI12. “La diferencia es que allá se quería expulsar a los inmigrantes porque supuestamente quitan el empleo a los nativos, pero en Bolivia es al revés, los recién llegados, los blancos, quieren echar a los habitantes ancestrales de esa tierra. Es peor todavía”, contestó Bauer, indignado al ver, como decía Marx, que “la historia se repite una vez como tragedia y luego como farsa”.

Ya lo vio pasar durante aquel pogrom que los nazis, inspirados en las cruzadas cristianas en Rusia, organizaron en Viena, esa ciudad que ama y a la que ha regresado varias veces. Donde una vez, describió, sus vecinos pasaron de “ser hipócritamente amables a honestamente agresivos”.

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