SOCIEDAD › EN SANKT PöLTEN, AUSTRIA, COMENZARON LAS AUDIENCIAS CONTRA EL PADRE VIOLADOR JOSEF FRITZL
Aceptó los cargos de incesto, secuestro, violación “en parte” y rechazó el de asesinato de uno de sus hijos nacidos de su hija Elizabeth en cautiverio y el de esclavitud. La sociedad de Sankt Pölten se enfrenta con las nutridas filas de periodistas.
› Por Horacio Cecchi
Apenas inició la audiencia, la presidenta del tribunal de Sankt Pölten, Andrea Hummer, experta en delitos sexuales, advirtió de qué se trataba el juicio. Una advertencia que sonó en dirección de los 95 periodistas acreditados de todo el mundo dentro de la misma sala: “Se trata de la actuación de una persona, no del crimen de toda una localidad ni de toda una nación”, dijo la jueza, queriendo poner límites al amarillismo y la generalización, dos instrumentos a los que el periodismo chato apela con notable facilidad en todo el mundo. Sin saberlo, Hummer dio una síntesis descriptiva de lo que desde hace días ocurre en ese poblado rural que, con 51 mil habitantes, le tocó ser capital de la mayor de las cuatro regiones austríacas, Baja Austria (Niederösterreich para quien lo prefiera). Una aldea que ahora asoma su rostro al mundo por ser sede del juicio a Fritzl, el Carcelero de Amstetten.
El rostro de Josef Fritzl en las fotos de esta nota, los títulos, y el mentado apellido, hacen casi innecesario recordar que está acusado de haber violado a su hija durante 24 años, a quien mantuvo encerrada en el sótano de su casa en Amstetten, junto a tres de los siete hijos que tuvo con ella, delitos de los que Vati (papi) Fritzl ayer se hizo cargo, si se puede llamar de esa manera a no rechazar la acusación. Sólo dijo que no había dado muerte a uno de los siete chicos, uno de los dos gemelos que Elizabeth parió en el sótano y que murió a los tres días. Vati reconoce haber incinerado el cadáver.
La aclaración de la jueza Hummer viene a cuento porque Sankt Pölten, bastión secular de la derecha conservadora rural, destila bilis por la maraña de 200 camarógrafos y movileros de todo el mundo que desde hace días acampan en sus calles a las risotadas y sin horarios, y castigan teleobjetivos y preguntas bobas sobre las fauces cerradas de los arios rurales. Y la mayoría teme más a lo que pueda el morbo periodístico y su peligrosa mezcla de Sankt Pölten, Amstetten, Austria y la imagen de Fritzl, a preguntarse qué tan lógico es que Fritzl haya engañado a su mujer, vecindario y pueblo entero durante un cuarto de siglo. Quizá, todo ese tiempo haya resultado más cómodo no preguntar. Después de todo, hasta abril de 2008, Fritzl no era sudaca ni turco ni nigeriano, sino uno de ellos.
No más antes de iniciar la primera audiencia, Fritzl llegó al banquillo acompañado por dos uniformados que prácticamente le hicieron de lazarillos, ya que Vati prefirió ocultar su rostro (o escabullir la realidad) detrás de una carpeta azul que, posiblemente, tuviera apuntes de la rapsodia que debía recitar al tribunal. Ya sentado, durante varios minutos mantuvo en alto la carpeta. Hasta que llegó la admonición de Hummer, la presentación y las preguntas. “¿Es culpable de incesto?”, le preguntó la jueza. “Sí”, respondió Vati Fritzl. “¿Es culpable de secuestro?” “Sí.” “¿Es culpable de violación?” “Sí, en parte”, respondió misteriosamente Fritzl, como si pudiera haber violado a su hija pero un poquito, como si algún rincón de Elizabeth no tuviera cicatrices.
Sólo dijo “soy inocente” cuando se le preguntó si era responsable por la muerte de uno de los dos gemelos a los tres días de su nacimiento por falta de atención médica. El rechazo quizá tenga que ver con estrategias defensistas más que con la lógica de la llave del carcelero: el asesinato puede ser condenado con cadena perpetua, y en Austria no se agrupan condenas sino que se aplica la sentencia más severa. También rechazó el delito de esclavitud, juzgado por primera vez en Austria, y con condenas de entre 10 y 20 años.
La fiscal, Christine Burkheiser, calificó de “martirio inimaginable” el cuarto de siglo vivido por Elizabeth, detrás de la llave de su padre-violador-en-parte. Y de los hijos que fue agregando al sótano de la calle Ypps, más conocida en Amstetten como la “Casa del Horror”. Burkheiser hizo un resumen descarnado de los primeros años, durante los cuales las víctimas pasaban buena parte del tiempo a oscuras en una celda que medía 11 metros cuadrados. “Luz apagada. Violación. Luz encendida... lo usaba como un juguete”, describió la fiscal.
Después, Fritzl fue describiendo su propia rapsodia relatada con retraso, su lastimada infancia, sus sufrimientos, los maltratos de su madre, los golpes, ante el tribunal y los ocho integrantes del jurado que ya nada podrán hacer al escucharlo más que ser clementes o severos.
Después, el tribunal, el jurado, la defensa, el propio Fritzl y los 95 acreditados empezaron a vislumbrar el desgarrador relato de Elizabeth, grabado en video porque admitió hablar pero no quiso hacerlo ante su padre-violador por lo traumático, por aquello de las relaciones de poder y por esa sensación de ser víctima y sentirse culpable. Hoy continuarán viendo y escuchando la historia amorfa del sótano de la calle Ypps.
La de Elizabeth será la única declaración de víctimas. Quedaban otras tres, sus hijos criados en el sótano, hoy de 20, 19 y 5 años. Se negaron a declarar ni siquiera ante una cámara de video.
El final del juicio está agendado para el viernes 20 de marzo. Entretanto, la sociedad austríaca, pero especialmente los habitantes de la capital rural Sankt Pölten, que no por rural son campesinos rústicos sino más bien alta y poderosa burguesía, mantiene su guerra santa contra los medios sin bandera. Ayer, en el inicio del juicio, mientras dos centenares de camarógrafos y movileros situaban sus lentes debajo de una enorme carpa abierta apuntando hacia las puertas exteriores del tribunal, los rurales de Sankt Pölten (¿serán santos o poltenses?) organizaron una performance, muy a la europea, producidos de gala pero maquillados con manchas de sangre, frente a los periodistas que, inmediatamente, abandonaron sus puestos para correr detrás del novedoso espectáculo al que tomaron como una protesta contra Fritzl. Hasta que los performáticos empezaron a distribuir a los periodistas, arrojar a sus pies, muñecos de plástico sin brazos, con las extremidades descoyuntadas, manchados de sangre. Entonces, el ojo que nunca se cierra comprendió que la crítica por roja era al amarillo. No importó demasiado. Hoy día el tiempo se mide con otra vara, quizá ya no se mida en minutos sino en noticias. Terminado el espectáculo, las cámaras viraron y se instalaron otra vez frente al edificio del tribunal.
Curiosa metáfora ésta, la que dejó el primer día de audiencias de un juicio por delitos horrorosos y no por ello infrecuentes. Metáfora de una sociedad incómoda por la intromisión periodística, que levanta la perfección del silencio en defensa de la intimidad de las víctimas, que son víctimas facilitadas por el silencio: ni la madre de Elizabeth, Rosemarie (qué nombre para semejante caso), ni los vecinos ni los inquilinos de la casona que en un cuarto de siglo se cuentan en decenas, ni las autoridades que dijeron buscar a Elizabeth secuestrada por una secta según su padre, ni nadie en Amstetten se hizo media pregunta ni escuchó el absurdo de tanto silencio que llegaba a gritos desde el sótano de la casona de la calle Ypps, Amstetten, a 60 kilómetros de Sankt Pölten, cabecera de Niederösterreich, Austria.
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