Jue 14.05.2009

SOCIEDAD  › EL RELATO DEL VECINO QUE YA HABíA DENUNCIADO AL MONSTRUO DE MENDOZA EN 2002

“El barrio lo sabía, nadie dijo nada”

Ariel Bueno vivía del otro lado de la medianera. Y escuchaba los gritos y las peleas. Ayer declaró ante la Justicia. Luego repitió el relato ante Página/12. Contó que la esposa decía “cortala que es tu hija”. Y el respondía “vos sos gorda, no me servís”.

› Por Soledad Vallejos

Desde Mendoza

“Vistos desde afuera, distraídamente, parecían una familia más. Pero después empezabas a ver cosas, esa imagen se quebraba. Todo el barrio lo sabía, lo increíble es que nadie más dijera nada”, dice Ariel Bueno, el hombre que alertó a la Justicia en 2002, cuando apenas una medianera separaba su casa de la que habitaban Armando L., la hija a la que sometía sexualmente, los hijos-nietos, la madre de la chica violada y la abuela materna. Bueno tiene 47 años, tres hijos y una esposa con la que, todavía hoy, recuerdan las alternativas de la familia L. que la vecindad les fue descubriendo. Por formación profesional (formó parte de la Policía Federal, fuerza que debió abandonar tras atestiguar en casos de corrupción; actualmente trabaja como guardia de seguridad), porque su mujer había tenido algún trato con la chica violada por su padre, porque uno de sus hijos jugaba con uno de los hijos-nietos, y porque no comprendía el silencio, radicó una denuncia que no prosperó y por la cual, poco después, terminó mudándose. “¿Viste el cubo mágico, que algunos lo entienden perfectamente y te lo hacen en un segundo? Yo no lo entendía, entonces cuando armaba la cara superior, en la de abajo tenía todos los colores, un bodrio; nunca lograba entender. Cuando quería entender y tener claro esto, el resto me resultaba un desastre, nada me cerraba. A mi mujer le pasaba lo mismo. ¿Cómo era posible?, recordó ante Página/12 ayer al atardecer, poco después de haber declarado ante el fiscal Gutiérrez del Barrio. En la charla, Bueno recordó los detalles de aquella denuncia, y también señaló un punto ciego evidente: “Dentro de la casa, la madre de la chica sabía perfectamente lo que estaba sucediendo, sabía que las cosas estaban mal, lo manifestaba. No era que no reconocía la gravedad de los hechos”.

–¿Cómo notaron que algo extraño pasaba en la casa de al lado?

–A altas horas de la noche se escuchaban discusiones, y el tenor de la discusión nos llamó la atención. Entendíamos quiénes peleaban porque era fácil identificar las voces: la única voz masculina ahí era él, la de la señora yo la identificaba en su momento porque nos saludábamos, era un poco amiga de mi mujer, y la de la chica también era reconocible. El reclamo de la madre de la chica era: “Cortala que es tu hija, ¿hasta cuándo vas a seguir haciendo lo que estás haciendo, hasta cuándo vas a violarla?” Y él respondía: “Vos sos vieja, vos sos gorda, vos no me servís”. Luego, mi esposa, que es cosmetóloga y depiladora, tuvo de clienta un par de veces a la madre de la víctima. Hay otra persona más ahí: una anciana, abuela materna de la chica que denunció; la señora es la dueña de la casa. Cuando mi señora va a hacerle una limpieza de cutis, estaba la abuela hablando con ella, le dice en susurros “tengo algo para contarte, vos me tenés que ayudar”. “¿Qué?”, le dice mi señora, y la anciana dice “me quiero ir de acá pero vos me tenés que ayudar, acá están pasando cosas...” y aparece esta señora, la madre de la víctima, dice “no le hagas caso, está loca”, y tampoco la dejó hablar. Dice mi señora que la abuela la agarraba de la mano fuerte. Eso es lo que observa ella, viene y me cuenta. Esa actitud, más los gritos de las noches, me hace a mí como ex policía preguntar a uno, a otro.

–¿En el barrio?

–Sí. Y en el barrio sabían, saben todos, todo el mundo sabe. Nadie dijo nada. Dicen “el monstruo”, pero el monstruo también son ellos porque podrían haber hecho algo en su momento.

–¿Qué preguntaba?

–Averiguaba disimuladamente, porque además había cosas que al verlos a ellos en el barrio no entendías: por ejemplo, no quedaba claro si los niños eran los hijos o eran los nietos, porque la mujer decía a veces mis hijos y otras mis nietos, y los chicos le decían mamá a la señora, a veces abuela... Fui preguntando: ¿por qué este chiquito así?, ¿y el novio de la chica? No, si nunca tuvo novio... Seguí preguntando hasta que me dijeron: “No, lo que pasa es que el abuelo no es el abuelo, es el papá”. Ah, ahora vamos entendiéndonos. Y ahí empecé a hablarlo con un vecino, con otro, con otro más, y lo sabían. Con todos esos datos, me contacté con una suboficial de policía que trabajaba con violencia doméstica y una línea de asistencia a víctimas; ella me dijo que necesitábamos más datos, me dijo cuáles. A los dos, tres días, se los llevo. Después ella me contactó con un juzgado; tomamos ciertos recaudos en ese sentido además porque, como la madre de la chica que denunció es oficial de Justicia, era evidente que conocía y comprendía la situación, pero la negaba hacia fuera. Esta suboficial me avisó cuando el juzgado empezó a intervenir y cuándo era posible que fuera a la casa una asistente social. Entonces yo una tarde estaba en la vereda, y llegó la asistente, la atendió la señora, la madre de la chica. Ahí me fui. Dije “bueno, ya está”. No supe si había pasado o no, si la había llegado a atender. Al cabo de unos días, no recuerdo cuántos, cambiaron de colegio a los chicos: ellos iban a la escuela religiosa de enfrente de la casa, cruzando la calle. Yo todavía me pregunto quién los cambió de colegio, quién tomó ante la institución la responsabilidad de hacerlo, y cuál fue el motivo que argumentó. Me da mucha bronca, porque es claro que ahí existió una posibilidad de hacer algo y evitar lo que pasó en estos años hasta ahora. Pero los cambiaron de colegio. El tipo salió enloquecido al otro día a la vereda, diciendo sin gritar pero hablando bien fuerte para que se escuchara “que yo no me entere quién fue porque lo voy a cagar a tiros”. Después, la poca comunicación que había, la poca relación que uno llegaba a tener se cortó.

–¿Con ustedes solamente?

–No, con todos. En el barrio antes algo hablaba, comentarios sin trascendencia, hola, el tiempo, qué calor, eso se cortó. El chico más grande, que ahora tiene 19, tenía 11, 12 años, iba a casa a jugar con mi hijo en la computadora. Yo permitía eso en cierta manera para ver si podíamos lograr algo, y no fue posible. No fue muchas veces a casa, habrán sido tres, cuatro, pero no hubo caso. Y mi señora habrá entrado, después de esa vez que la señora quiso decirle algo, tres o cuatro veces más en la casa de ellos, pero ya a la abuela no la veía.

–¿Cuándo se dieron cuenta de que no pasaba nada con la denuncia?

–Cuando cambian de colegio, cuando se cierran aún más. Ya había un control por parte de este hombre antes, pero se intensificó a partir de eso: se puso bravío. Como no supo quién era el denunciante, sospechaba de todos.

–¿Armando L. no trabajaba?

–No, los tres años que viví ahí, entre 2001 y 2003, no trabajó. Y no era que tuviera un problema físico, por lo menos no parecía. Era un tipo que sabía relacionarse, podía entablar conversación con cualquiera, físicamente no tenía ningún impedimento, al menos no a la vista, manejaba vehículo. En la vereda colocaba la estanciera, un auto viejo. El siempre le hacía algo a la estanciera, o la limpiaba, o la lavaba. ¿Qué hacía con eso? Eso era un control absoluto de quién entraba o no. Desde ya te digo que no entraba nadie a esa casa. Era un lugar inexpugnable, no podía entrar nadie salvo que él autorizara. ¿Pero qué hacía en ese momento? Tenía todo el tiempo libre, estaba siempre ahí. Cuando los chicos iban al almacén, los tenía controlados. Y si esta chica salía, salía al negocio de al lado, ahí nomás, cinco metros, y nada más, y que no se le acercara nadie. Le faltaba orinar en distintos puntos, como para marcar el territorio. A mí me daba una bronca terrible. Me le acerqué un par de veces a la chica y reaccionó con temor, ella como que no le preguntes nada... a los dos minutos aparecía él, así que jamás podíamos hablar.

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