Mar 29.01.2002

SOCIEDAD  › EL ESTALLIDO DE UNA FABRICA MILITAR PROVOCO UN BOMBARDEO. HAY AL MENOS 600 MUERTOS

El día que Nigeria vivió su propio Río Tercero

La ciudad de Lagos sufrió un horror ya conocido aquí: un incendio alcanzó un arsenal militar, que voló por los aires en sucesivas explosiones. Sobre los barrios cayeron bombas y misiles. La gente se tiró al agua para evitar el fuego y al menos 600 personas terminaron ahogadas. Muchos creyeron que se trataba de un golpe militar.

El estallido de un arsenal militar en la ciudad de Lagos, Nigeria, el domingo por la noche, provocó centenares de muertes entre la población civil, mientras que las autoridades apenas mencionaban una docena. Durante varias horas, las municiones pesadas, obuses, granadas antitanques y misiles volaron por los aires, impactando algunos hasta a 30 kilómetros de distancia, destruyendo viviendas y fábricas. Fue tal el pánico desatado que miles de personas se arrojaron a las aguas de un canal adyacente: al menos 600 murieron ahogadas. Acostumbrados a las asonadas militares, muchos creyeron que se trataba de un golpe de Estado y decidieron huir de la ciudad. Mientras volaban obuses y cuerpos despedazados por los aires, el gobierno intentó tranquilizar con la desmentida de que se tratara de un golpe militar. Como ocurrió en el estallido de Río Tercero, en Córdoba, el ejército fue responsabilizado y duramente cuestionado por la población civil. Aún se desconocen las causas que provocaron el desastre.
A mediados de agosto pasado, cuando todavía se hablaba del riesgo país como un fantasma informe que amenazaba el futuro del país –de Argentina, obviamente–, los argentinos buscaban calmar sus cucos buscándole un costado optimista a la situación: “Nigeria nos supera”. Ocurría, habría que recordarlo, cuando los 1651 puntos no alcanzaban para alcanzar el primer puesto en el ranking de países más riesgosos en el mundo: los 1972 de Nigeria eran aplastantes. Después, por obra y gracia de Mingo Cavallo y De la Rúa, Argentina batió el primer puesto.
Pero aquella lucha palmo a palmo por la corona bizarra, en cierta forma, ocultaba notas en común a uno y otro lado del océano. “Nación caótica, inseguridad, asonadas militares, enfrentamientos sangrientos, inestabilidad”, señalaban los informes de los organismos internacionales -léase FMI, consultoras, bancos–. Se referían a Nigeria, of course.
El domingo pasado, a las seis de la tarde de Lagos –14 hora local–, Nigeria volvió a emparentarse con Argentina imitándola en las noticias: el estallido de un inmenso arsenal de armas pesadas del ejército voló por los aires –no se trata de Río Tercero, obviously, porque ya ocurrió–, provocando centenares de muertes entre la población civil, aunque algunos presagian que el número de víctimas supera el millar.
De acuerdo a las primeras versiones –que no asombraría que fueran de origen castrense–, el incendio se inició en una calle comercial adyacente al cuartel del barrio de Ikeja, y no dentro de las instalaciones militares. El fuego, según esa primera versión, fue tan rápido y voraz que tomó por sorpresa al estricto control del área militar, se expandió por el cuartel, incluyendo el arsenal. Allí se almacenaba todo tipo de armamentos pesados para una posible intervención de las fuerzas de paz en Sierra Leona y Liberia, según aseguran las agencias internacionales. Había obuses, misiles, granadas antitanque, bombas de gran potencia, toda una parafernalia que no es que estalló de golpe sino que durante varias horas mantuvo a la ciudad de Lagos y sus alrededores bajo los efectos literales de un bombardeo, no ajeno sino propio.
Los barrios más golpeados fueron el de Ikeja, donde se asienta el cuartel, y el de Oshodi, ambos próximos al centro de Lagos. Las explosiones destruyeron al menos una docena de edificios y decenas de vehículos dentro del cuartel, y en el exterior una iglesia, un hospital, una decena de fábricas e infinidad de viviendas. El mayor puente de Nigeria, que une el distrito de negocios, sobre una isla, a la zona continental de la ciudad, fue sacudido también por las explosiones.
El pánico fue tal que en las inmediaciones una multitud de personas se arrojó al canal Oke Afa para escapar del fuego. Fueron tantos que los cuerpos se apretujaban bajo la superficie, apilándose unos sobre otros. Aunque aún no hay cifras oficiales, se estima que el número de ahogados supera los 600. “Conté más de 60 cadáveres aquí. Las ambulancias y familiares se han llevado más de 200 sólo de este canal”, dijo un testigo en el canal de Oke-Afa. Los soldados y otros trabajadores de rescatesacaron entre 200 y 300 cuerpos del canal adyacente de Pako, señalaron los residentes, aunque había versiones que contabilizaban cifras mayores.
Lagos era la capital de Nigeria hasta que el gobierno trasladó la sede del Ejecutivo a Abuja. De todos modos, es el centro financiero del país y, con sus diez millones de habitantes, la ciudad más populosa del país y de toda Africa subsahariana. En mayo del ‘99, los militares entregaron el poder al gobierno electo, tras 15 años de gobiernos de facto. Durante ese período, los golpes militares estaban a la orden del día. Por eso, ayer, cuando comenzaron los estallidos, miles de personas huyeron de sus casas para refugiarse vaya a saberse dónde, temiendo un nuevo golpe militar y sus desastrosas consecuencias. Casi empujado por el descrédito y por la historia reciente, el presidente Olusegun Obasanjo, antes que visitar la zona del desastre se dedicó, durante la madrugada, a desmentir por radio y televisión que se tratara de una asonada sino que lo ocurrido había sido un accidente. La tensión fue tal que el propio comandante del cuartel siniestrado, el general de brigada George Emdin, aseguró a la población que las explosiones no eran la señal de un golpe de Estado y presentó sus excusas.
El propio Obasanjo, después de visitar al día siguiente el epicentro del desastre, declaró que conformará una comisión que investigará las responsabilidades. Los nigerianos no parecen darle demasiado crédito a los resultados de la investigación, o sospechan que se determinará que el incendio se inició a extramuros del cuartel: Obasanjo es un militar retirado y la anunciada comisión estará compuesta por militares.
Mientras los políticos se preocupaban por evitar que todo estallara -una cantileja que tiene ecos de este lado del océano– y los únicos números oficiales mencionaban inicialmente la irrisoria cifra de una docena de muertos, miles de personas buscaban a sus familiares entre hileras de cadáveres. “Conté 580 muertos, 580 –decía y repetía desesperado Shola Odún–. Estoy buscando a mis hijos”.
“Creo que el número de muertos deberá contarse por miles más que por centenares”, declaró el embajador de Suiza en Nigeria, Rudolf Knoblauch, para comentar después que el arsenal se encontraba demasiado próximo al aeropuerto y debería haber sido trasladado hace tiempo. Precisamente, por orden gubernamental, debieron partir inmediatamente todos los vuelos internacionales por precaución. De todos modos, ningún misil impactó en una nave o en las instalaciones aeroportuarias.
Ayer, el ejército aún debía comunicar una cifra oficial de víctimas propias. Cientos de soldados y sus familias debieron pasar la noche a la intemperie. “Muchas personas han reportado niños desaparecidos, y hay niños buscando a sus padres”, dijo en la madrugada del lunes el Comisionado de la Policía de Lagos, Mike Okito, quien además reconoció que gran cantidad de soldados se habían refugiado en las comisarías. “Cientos de explosivos de toda clase están en el suelo y por todas partes. Algunos no han estallado”.
Igual que Obasanjo, Bola Tinubu, gobernador de Lagos, también se dirigió a la población tras recorrer el cuartel o lo que quedaba de él. Pero el tono fue distinto: “No es el acto de ningún gobierno –dijo– sino del ejército. Este es un desastre nacional. Esto es terrible”. La población ya lo estaba repitiendo en las calles. Edwin Ojila, dueño de un bar que resultó completamente destruido, declaró a los periodistas: “El ejército está arruinando a este país desde hace tantos años y ahora destruye nuestra ciudad. Están de más. Nadie les quiere ya”.
Seguramente, después de lo acontecido ayer, Nigeria intentará aproximarse al inalcanzable liderazgo argentino de riesgo país. Ya se sabe que la meta no se alcanza sin sacrificio.

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