SOCIEDAD › CóMO SE PREPARAN CHICOS Y CHICAS PARA LA VIDA NOCTURNA EN LA COSTA
Los horarios, los lugares, las costumbres y rutinas de los jóvenes y adolescentes en tren de conquista en la costa atlántica. Ellas van al estilo casual, de pareo, gafas oscuras y multibijoux. Las playas del sur, al anochecer, son punto de reunión.
› Por Soledad Vallejos
Desde Mar del Plata
La hora clave son las dos de la tarde. Si la noche anterior ha sido excepcionalmente buena, tal vez se pueda estirar la cita tácita hasta las tres. A partir de esa hora, y no antes, el paisaje del sur empieza a transformarse, a fuerza de adolescentes y veinteañeros tenaces en su voluntad de que la playa parezca un boliche, aunque el sol radiante abrume, el calor matizado por el viento no dé tregua y el mate, cada tanto, reemplace a los tragos. Es que si durante la mañana las arenas del sur bien son el reino de las familias jóvenes y ya retozonas, los corredores de ocasión y los jubilados que juegan a la mancha con las olas de la orilla, a la tarde mutan en una suerte de tempranerísima previa del pre-boliche. Casi tan lookeadas como si salieran de tragos por la ciudad ellas, personificando la versión moderna del elegante sport ellos, acuden a la mantita en la mochila, las gafas oscuras inamovibles y el ánimo predispuesto para hacer de la tarde casi la réplica de una publicidad de cerveza. “Los chicos llegan recién a la tarde”, confirma Juan, un guardavidas cercano a los paradores más roqueros. Desde el mangrullo, como pasa desde los mostradores de los bares, ¿se notan esas rutinas, se ve a la gente en acción? “Y sí, ¿qué te puedo decir? Algo hay, desde acá uno ve todo.”
Pasar no pasa nada, asegura Emiliano con menos resignación que risa por la pregunta. Él y sus cinco amigos llegaron de Córdoba hace una semana, y ya empezaron la cuenta regresiva que acabará en cuatro días más, cuando suban al micro que los vuelva a pensar en el comienzo de la facultad para algunos y a buscar los primeros trabajos para otros. Pisan la arena a las tres de la tarde porque se acuestan tarde y despiertan, en consecuencia, “a la una, las dos, y venimos para acá”, explica, mientras a su lado Patricio ataca unas facturas sabiamente custodiadas por su mochila. Si no pasa nada, ¿por qué entonces el último rincón de las playas del Sur se convierte en una versión juvenilista, entusiasta y casi discotequera de la Bristol? Será, como insiste Emiliano, que la tarde se va en ensayos y estudios previos. En realidad, dice, “acá te vas preparando” para lo que puede llegar a ser la noche: “mirás, por ahí charlás con las chicas y sabés a qué boliche van” para toparse, casualmente, con ellas en la noche. Si en el camino al extremo sur del sur el rumor de la multitud llega, de a tramos, a tapar el murmullo de las olas arremetiendo contra la arena, entre la playa Peralta Ramos y Abracadabra lo que predomina es la música. Según la hora, la banda de sonido pueden ser sones de reggae (preferidos cuando promedia la tarde) o beats rítmicos cien por ciento discotequeros, que van anunciando la caída del sol y, cuando comienza el fin de semana, alguna prefiesta con djs en plena playa. Arena, calor, trajes de baño y mucho toque para parecer casual (aunque todo denuncie la premeditación) amenizan la rutina: luego de la llegada y la instalación (como en las playas del centro, en lugares ya atestados), que puede demandar el tiempo necesario para despabilarse y en algunos casos suma el saludo para saludar a los conocidos, toca el estudio del lugar. Después de tres, cuatro días de ir al mismo lugar “te conocés” con los demás habitués, dice Eugenia, que con 16 años y otras dos amigas del colegio hace su primera escapada veraniega sin padres. “Charlás, por ahí te hacés amigos, y arreglás una salida para la noche, pero no mucho más que eso”, asegura. ¿Ella se hizo alguno de esos amigos? “Bueno, conocí un chico”, reconoce al borde del rubor, mientras intenta vanamente poner orden en el pelo larguísimo que vuela al viento. Un poco más atrás, entre la multitud de Abracadabra, otra chica se acomoda la compleja indumentaria playera que manda esta temporada: sobre el traje de baño, el omnipresente pareo (el más popular viene con la bandera de Brasil), tal vez algún pañuelo al cuello, gafas negras y sí o sí, aun cuando resulten claramente enfrentados con el agua brava de la costa, todos los accesorios de bijouterie imaginables y enormes. Y es que en el tiempo de acomodarse cada cosa, como quien juega, saben que va también la invención de códigos y de gestos que, como al descuido, terminan atrayendo miradas.
Antonella, Mayra y Thais acaban de llegar desde Quilmes. Es la primera vez que vienen, y algo de expectativa tienen, “pero no demasiada”, porque en realidad, dicen, vinieron a ver el mar. De todas maneras, “puede ser, todo puede ser”, dice Thais, aunque Antonella, un poco más escéptica apuesta más porque “si pasa algo, pasa en Alem, ponele”, pero que “en la playa medio que cada uno hace la suya”. Eso hacen ellas mismas, un poco alejadas de la zona donde chicas y chicos, con la excusa de dejarse estar bajo el sol, arman ruedas –casi encimadas– de amigos, se pasan vasos de gaseosas y charlan levantando un poco la voz, porque la música, a medida que cae el calor, va subiendo la temperatura. Hace un par de horas, en una pequeña reconstrucción de cancha de rugby auspiciada por firma cervecera, una no tan pequeña multitud de varones vivaba con energía a una rubia: pareo a la cadera, aros enormes y gafas a la moda, se animaba a patear una pelota por sobre el arco.
El sol se resiste a caer, pero que hayan pasado las seis de la tarde anuncia que mucho no faltará para que se enciendan las luces de confiterías y camionetas. También aquí funciona el argumento de la exclusividad, mientras la mano prestigiosa de los tarjeteros, que peinan la costa de a ratos, distingue con descuentos y promociones a las y los elegidos para asistir al boliche en la madrugada, o a la fiesta en la playa. En la orilla, surgen dos carriles: en uno, hacia el norte, emprenden la retirada las familias y los más grandes; en el otro, que lleva al sur, dejan sus huellas grupitos de amigos que enfilan a la zona de los parlantes cargando heladeritas. Es temprano y hay luz, pero podría asegurarse que la noche acaba de empezar.
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