Vie 13.12.2002

SOCIEDAD

“Sabía que cometía un delito, pero no me quedaban más alternativas”

El mendocino deportado desde Miami luego de estar preso tres meses por tener documentos falsos contó su odisea a Página/12. De cómo la ilusión de salir de pobre terminó en un infierno.

Hasta el 6 de setiembre, Carlos Funes fue sólo uno más de los miles de argentinos ilegales en Estados Unidos, uno más de los cientos de miles de latinos ilegales que residen allí sin papeles, que trabajan con permisos falsos y que buscan, principalmente en Miami pero también en muchas otras ciudades, el trabajo que perdieron en su país. Deportado por Migraciones y después de haber pasado 90 días preso en tres cárceles diferentes, regresó ayer a Mendoza con la misma preocupación con la que se fue hace dos años: encontrar un trabajo que le permita sobrevivir. Desde su casa en el barrio mendocino de San Lorenzo, desocupado y con parte de su familia en West Palm Beach, Funes relató su odisea a Página/12: “Sabía que estaba cometiendo un delito, pero no me quedaban más alternativas”. En su misma condición, hoy a las 10 llega la joven cordobesa Natalia Muesa y en los próximos días los otros cinco argentinos aún detenidos en Miami.
“Me detuvieron porque estaba cometiendo un delito, yo sabía que los papeles eran falsos, pero ésa es la única manera de trabajar en los Estados Unidos y de ganar más o menos dignamente, porque allá todo es muy caro”, relató Funes ni bien bajó del micro que anteayer lo trasladó desde Ezeiza hasta la capital mendocina. Ese pasaje lo pagó su familia, el aéreo Miami-Buenos Aires se lo aseguró Migraciones.
Funes tiene 44 años y es albañil. En agosto de 2000, la desesperación de ya no contar ni con las changas de las que vivía antes lo llevó a decidirse. Juntó algunos dólares y se fue con dos amigos. En la casa del barrio San Lorenzo, en los alrededores de Mendoza, quedó toda su familia: su mujer, cuatro hijos y cuatro nietos. “Para el que vive acá y pasa hambre como estaba pasando yo, no quedaban muchas alternativas”, explicó ayer a Página/12 “el mendocino deportado”. Así lo definían anteayer en Ezeiza los observadores ocasionales que no entendían por qué los fotógrafos y periodistas se abalanzaban sobre un desconocido.
Llegó a Miami y se instaló en West Palm Beach, en la casa de una hermana que también es una inmigrante ilegal. Por 80 dólares compró un permiso de trabajo falso a un mexicano y así se quedó. Casi un año después, pudo ahorrar plata y le pagó el pasaje a su hija Marianela, luego a su esposa y a su yerno. Hoy, él está de vuelta pero ellos tres y su nieto de 8 meses, nacido en Miami, siguen allá. “La última vez que los vi fue antes de que me llevaran preso. No quise que me visitaran en la cárcel porque tenía miedo de que les pasara algo, ellos también son todos ilegales”, lamentó.
Ser inmigrante ilegal en Miami, comprar residencias y permisos laborales truchos y conseguir trabajos con esos permisos, en su mayoría para tareas de limpieza, no es una excepción para los latinos emigrados a los Estados Unidos. “Es la situación de todos los sudamericanos. Por momentos, uno se siente en México, en Colombia, en Ecuador, son casi comunidades enteras que se instalaron allá y hay un mercado que se mueve alrededor de esta realidad”, comentó el mendocino que cuando fue detenido trabajaba en tres lugares diferentes con su permiso trucho de 80 dólares, incluso en la Corte Estatal de West Palm Beach. También era empleado de limpieza en un restaurante y en el aeropuerto, adonde lo fueron a buscar pocos días antes del primer aniversario del atentado a las Torres Gemelas.
Funes, como los otros seis argentinos que trabajaban en el aeropuerto y que también serán deportados, podrían haber evitado la razzia del FBI: “Se corría la voz de que buscaban ilegales en el aeropuerto después del 11 de setiembre. Cada tanto había redadas, pero necesitaba la plata y me quedé”, afirmó ayer. Lo detuvieron en su casa el 6 de setiembre. Pasó 13 días en una prisión federal y después fue trasladado al penal de West Palm Beach, a una hora de Miami. Allí convivió 68 días con otros 60 reclusos acusados de delitos que iban desde narcotráfico hasta homicidio. “No hubo más que algún grito o empujones. Me trataron como a un preso común, pero bien”, resumió Funes, que nunca antes había estado preso ni tenía antecedentes. Eso fue lo que influyó en su liberación, una posibilidad que apenas fue detenido vio como muy lejana, casi imposible: “Me apresaron y me dijeron que pagaba 250 mil dólares de multa o pasaba de cinco a diez años preso.Ahí me dije: diez años preso”, recordó el hombre. Aunque en los primeros días se sintió desamparado por las autoridades del consulado argentino, dice que la ayuda llegó enseguida gracias a “los contactos del cordobés”. El cordobés es Marcelo Saldaño, marido de Natalia Muesa, también detenido mientras trabajaba en el aeropuerto con papeles falsos. Arribará a Ezeiza el viernes próximo, una semana después que su mujer y su amiga, Gloria.
“No pensaba quedarme, sólo quería trabajar un tiempo y juntar plata para pagar las deudas de impuestos municipales que tengo acá y para arreglar la casita, que es de adobe y cada tanto hay que retocarla porque sino se viene abajo”, recordó ayer. Pero volvió “sin un peso en el bolsillo”. Antes de terminar, concluyó: “Ahora no sé qué voy a hacer. Lo que me queda es conseguir un trabajo y volver a empezar, nada más”.

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