SOCIEDAD › UN MUERTO EN EL PASAJE
No fue un taxi, como se dijo por ahí, sino un remís. El taxi hubiera obligado a sortear muchas más complicaciones que las que se anunciaban en las seis o siete horas que más o menos llevaría al trío (la abuela Gitta Jarant, la nieta Anke Anusic, y el inefable Curt Willi Jarant) desde la británica Oldham hasta su terruño original, en Berlín. De hecho, el remís fue la única complicación que lograron salvar. El problema, desde un punto de vista meramente práctico debería dar la razón al itinerario montado por Gitta y Anke: viajar desde Liverpool a Berlín, por línea aérea, en clase turista, les significaría un ahorro de aproximadamente 12 mil dólares. Es cierto. Si seguían las normas, el viaje de Willi podía resultarles extremadamente caro: Curt “my dear Willi” Jarant debía viajar fallecido. Respecto al resto, “that’s all”, todo estaba en regla. Gitta y Anke (y Willi con ellas) lograron sortear el efecto Willi sobre el remisero, pero no llegaron siquiera al check-in antes de que los detuvieran.
Los Jarant y la nieta Anke vivían en Oldham, el conurbano de Manchester o Greater Manchester, como lo llaman en la región. A mediados de marzo compraron tres pasajes en la línea easyJet, de pasajes low cost, para viajar desde el Liverpool John Lennon Airport hasta el Flughafen Berlin Schönefeld. Pagaron 216 euros, tax included, sólo con maletas de mano. El vuelo: el 7223 que partía el sábado 3 de abril a las 13.25 desde Liverpool con llegada a Berlín a las 16.20.
Poco antes de esa fecha, Curt Willi venía empeorando con sus 91 años a cuestas. De todos modos, se decidió continuar con el viaje. Del otro lado del canal los nietos esperaban con ansiedad a grandaddy. Pero la Semana Santa fue muy dura, Curt Willi fue internado en el hospital de Oldham con Alzheimer y neumonía. Un día antes del vuelo, Willi falleció. Nada que hacer. Ni la ciencia médica ni la voluntad de Willi, a esa fecha desmoronada en la desmemoria pudieron hacer nada.
Si la muerte de por sí es un impacto, la de Willi a esa altura fue tomada sí con tristeza, pero con cierto bálsamo. Por eso, tanto Gitta como Anke pudieron pensar en los pasos siguientes. “And now what?” (¿”Y ahora qué?”) se preguntaron al recordar los tickets to fly del día siguiente. Y más aún, Anke o Gitta recordaron que el traslado de Willi a Berlín, sólo para que sus nietos lo vieran, no tenía sentido por el costo: 12 mil dólares les cotizaban (para colmo había que agregar la tasa por devolución del pasaje de Willi, que ya no utilizaría. ¿No utilizaría?).
Al día siguiente, dolidas, especialmente Gitta, pero decididas, vistieron a Willi, lo envolvieron en una manta, le colocaron anteojos negros, perfume, lo sentaron trabajosamente en la silla de ruedas y contrataron un remís. Al conductor le costó creerlo. Pero trasladó al trío, mirando el espejo y muy impresionado por la lividez del mister de anteojos oscuros, mientras avanzaban por la ruta A627 y luego la M62, pasando por Manchester, Bury, Molton, Salford, Warrintgon, y finalmente el Lennon Airport, después de recorrer 60 kilómetros mirando al espejito.
Bajar fue una complicación, sin la colaboración de Willi. Un gentil empleado del aeropuerto, Andrew Millea, se ofreció a ayudar a sentarlo. No pudieron decirle que no. “Hice lo que pude para levantar cuidadosamente al hombre del asiento del auto. Para mi horror, su rostro se reclinó de costado contra mí. Estaba helado. Me dio la espina de que el hombre estaba muerto –relató más tarde, todavía tembloroso, Millea–, pero ellas aseguraban que no, que él siempre se dormía de ese modo. Pude ver al chofer y estaba shoqueado, tan blanco como el hombre. Coloqué al hombre en la silla de ruedas y lo trasladé hasta los andenes de easyJet.” Millea las dejó en la fila, pero fue a contactar a un hombre de seguridad.
Cuando la seguridad del aeropuerto detuvo a las mujeres comenzaron a decir que estaba dormido, después, que no sabían que estaba muerto, que no le habían hecho nada a dear Willi. Finalmente, quedaron libres bajo fianza hasta el 1º de junio. Mientras, con dear Willi deberán permanecer en la isla.
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