Lun 23.12.2002

SOCIEDAD

Jóvenes sin techo que aprendieron a restaurar edificios con historia

Dos de ellos trabajaban como cartoneros. Otro vivía en una plaza de Barrio Norte. Este año se capacitaron como restauradores y ya recuperaron varios edificios en el casco histórico de la ciudad.

› Por Eduardo Videla

Fabio se calza el delantal y el casco, sube al andamio y comienza a trabajar en los revoques derruidos del pasaje La Piedad, cerca del Congreso Nacional. Tiene 36 años y desde hace unos meses se desempeña en su nuevo oficio de restaurador, que aprendió en la Escuela Taller del Casco Histórico. Allí empezó a estudiar este año, tras dejar una vida de sobresaltos y abandono, como habitante sin techo de la plaza Vicente López, en Barrio Norte. Ahora es uno de los 140 alumnos de esa escuela, que aprendieron técnicas de yesería, pintura de obra, albañilería y molduras. Su itinerario es similar al que recorrieron Daniel e Iván, dos amigos salteños que no pasan los 20 años y trabajaban como cartoneros hasta que ingresaron a la escuela de restauración. Ahora son mano de obra especializada y están a disposición de los vecinos que viven en edificios considerados patrimonio histórico con problemas de conservación.
En los buenos tiempos, Fabio era mecánico dental, estaba casado y vivía con sus cuatro hijos. La vida se le desbarrancó y de golpe se quedó sin nada, en la calle, de donde “es muy difícil salir, porque no tenés un domicilio para dar cuando buscás trabajo –dice–, no tenés ni dónde bañarte y tenés que dormir todos los días con un ojo abierto”. Pero fue en la plaza Vicente López, su hogar sin techo de Montevideo y Juncal, donde se enteró, por un anuncio en uno de esos diarios gratuitos, de la existencia de una escuela de restauración.
“La Escuela Taller nació en el 2000, con la idea de capacitar a jóvenes desempleados de San Telmo y Monserrat, en oficios que se han ido perdiendo pero que tienen una gran demanda, porque el 60 por ciento de los edificios de esos barrios tienen problemas en sus fachadas”, dijo a Página/12 la subsecretaria de Patrimonio Cultural, Silvia Fajre, en cuya área funciona el centro de capacitación.
En efecto, son pocos los artesanos que se dedican a la restauración de edificios y sus servicios suelen resultar caros para los vecinos de recursos medios o bajos. A esos especialistas se sumaron hace unos días los 140 nuevos restauradores que cursaron los talleres y que, a partir de ahora, están a disposición de instituciones y vecinos de la zona. Los objetivos de la escuela coinciden con los de la Dirección de Casco Histórico de la ciudad: articular la capacitación y las prácticas con la recuperación y puesta en valor del área más antigua de la ciudad.
La escuela se convirtió además en un espacio de integración: junto a profesionales universitarios y gente de clase media con tiempo libre como para desarrollar habilidades manuales, participaron chicos como Daniel Rojas (20) e Iván Paz (19), que hasta mayo vivieron en la Villa Dulce, o en lo que quedó de ella, después de un desalojo, en tiendas o casillas sobre la calle Pergamino, en Villa Soldati. Sus vidas son como líneas paralelas: ambos terminaron el año pasado la educación primaria en una escuela para adultos, los dos vivieron de la recolección de cartones en la calle, hasta que –otra vez un anuncio en el diario– llegaron a la Escuela Taller. Y ninguno tiene documentos de identidad, pese a que están en trámite desde hace una año, porque no aparecen las constancias de nacimiento en su provincia natal.
El desembarco en la escuela les cambió la vida: primero consiguieron una habitación de hotel, de las que contrata el gobierno porteño, y después les salió una beca por cuatro meses por los trabajos que realizan como alumnos del taller.
Además de los trabajos de restauración en el Pasaje La Piedad, los alumnos de la Escuela Taller trabajaron en el Convento Santa Catalina de Siena, en 2001, y luego en el Casal de Catalunya, el Museo Eva Perón, el Museo de la Ciudad, el edificio La Prensa, la Asociación Patriótica y Cultural Española y, próximamente, en la ex cervecería Munich, en la Costanera Sur. En todos los casos, se celebran convenios entre las instituciones y la Secretaría de Cultura porteñas. “Ellos aportan losmateriales, los seguros de ART, cascos y arneses, y de ser posible, el pago de las becas. Nosotros llevamos los alumnos, que aprenden trabajando”, explica la coordinadora de la Escuela, Cristina Malfa.
El taller funciona en Moreno al 300, un local de la Manzana Franciscana cedido por su propietario, el Banco Ciudad. Allí, entre moldes de yeso y herramientas, María Laura Moreno (27) atiende la consulta de un vecino que quiere recuperar el tono original de una vieja puerta de madera, en su casa chorizo de Monserrat. Ex empleada de telemarketing, María Laura ya va por el segundo año y está entre los de mayor experiencia del grupo. Vive en el Bajo Flores y dice que seguirá cursando el año próximo, para cuando se prevén los talleres de broncería y vitrales. Su delantal gris es otra muestra de integración: fue confeccionado por el taller La Estampa, integrado por ex internas de la cárcel de Ezeiza.

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