SOCIEDAD
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Suerte de perros
› Por Washington Uranga
La Sala I de la Cámara Civil y Comercial de Buenos Aires condenó esta semana a una empresa aérea internacional a pagar una indemnización de 40 mil pesos por encontrarla responsable de la muerte “por negligencia” de un perro de raza que se le había confiado para su transporte hasta Italia, donde participaría de un concurso canino internacional. El animal murió por “golpe de calor”, según parece, en el aeropuerto de París, donde lo trataron como un perro cualquiera y no como un animal de estirpe.
Partiendo de la base de que la muerte no es buena ni deseable ni para un perro, el animalito (o, mejor dicho, sus dueños convertidos en deudos y herederos) ha tenido la suerte de que la Justicia se ocupe de su caso. Castigar a quienes generan muerte por negligencia debería ser una práctica aplicable a toda la sociedad, especialmente a los dirigentes que incumplen con sus responsabilidades y compromisos. Sin discutir lo atinado de la resolución judicial sobre el perrito de raza, es claro que, por lo menos en este caso, el animal ha logrado mejor tratamiento que muchos seres humanos que padecen y hasta mueren por negligencia de otros que no asumen sus responsabilidades. Hay 21 millones de pobres en la Argentina actual, según informa el Indec. Seis de cada diez argentinos son pobres y entre los niños menores de 14 años la pobreza alcanza al 75 por ciento.
En el último semestre fueron 2 millones de personas las que se incorporaron al grupo de los pobres que, por su sola condición, ingresan en una zona con grave riesgo de muerte, como ha quedado claramente en evidencia a través de la mortalidad infantil. ¿No habrá posibilidades de que la misma Justicia que –seguramente con razón– se ocupó de condenar por negligencia a los responsables de la muerte del aristocrático mastín napolitano, dedique tan sólo una mirada a los negligentes dirigentes responsables de tanta pobreza y de tanta muerte de seres humanos? No hay Justicia cuando no se ponen todos los mecanismos del derecho, de la política y del sentido común, a jugar en favor de la vida. ¿O será que algunos perros tienen mejores defensores que los pobres? Porque si todo se sigue limitando a acomodar el juego político en función de los intereses de unos pocos (en la Corte, en el cronograma electoral o en las decisiones económicas), ocurrirá siempre que los seres humanos, ciudadanos y ciudadanas de este país, seguirán teniendo peor suerte que la de algunos perros.