Jue 09.01.2003

SOCIEDAD  › MAR DEL PLATA BAJO AGUA CON QUEJAS DE LA GENTE

El regreso de las cacerolas

› Por Alejandra Dandan

Eran las dos de la tarde, todavía nadie se animaba a cambiar los planes. Ese cielo oscurecido durante la mañana había tenido varios remansos cielo claro. Al mediodía, las playas del centro estaban cubiertas con algunas sombrillas, lonas y las cosas indispensables que llevan los que se instalan dispuestos a largarse en cualquier momento. A las tres en punto, comenzaron las primeras gotas de lluvia, tal como indicaban los pronosticadores del tiempo, los dueños de los bares y los habitantes de Mar del Plata, dueños de un plus de sabiduría para estos casos. Diez minutos después, la línea costanera desaparecía tragada por las ráfagas de agua, viento y la bruma que desdibujaba a los que corrían para remontar la arena, las piedras, las calles hasta los refugios improvisados. La tormenta terminó con toda la zona y la Terminal de Omnibus bajo agua. Allí, los vecinos reflotaron las cacerolas para protestar por la repetición de las inundaciones.
“No hay tele, no hay sala de juegos, no hay nada que hacer con los chicos y además, si charlan, a los dueños del hotel les molesta.” Quien habla es Dora Erazo, representante legal de uno de los colegios de Tucumán que llegó con un contingente de 47 preadolescentes. Entre algunos de esos chicos está Nair. Ayer fue el último día de estadía. “Por eso –dice Nair-, queríamos estar todo el día en el agua.” Lo intentaron, fueron a la Bristol, y a las tres cuando estaban a punto de terminarse el almuerzo, el agua las sacó corriendo de la arena.
Alrededor las niñas veían correr sombrillas transformadas en paraguas. A unas cuadras, frente al Hermitage, mientras las aguas danzaban bajo los coches, un remisero se acordaba de los tormentones de verano. “Este es el punto clave”, decía señalando la línea de desagües urbanos encadenada contra los autos. En las veredas, en tanto, sobre los costados del Casino, se agolpaba la resistencia. Canastos en mano, termos, camperas y sombrillas seguían empecinados las huellas de algún colectivo que los devuelva a casa. En tanto, todas las salas de Internet explotaban.

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