SOCIEDAD › UN PREMIO OFICIAL DISTINGUIó TRES PROYECTOS UNIVERSITARIOS CON PROYECCIóN SOCIAL
Huertas orgánicas en una comunidad aborigen misionera. Asesoramiento para criar ovejas en Buenos Aires. Y una red que brinda servicios a pequeños productores rurales en Córdoba. Son las tres “prácticas solidarias” premiadas por el Ministerio de Educación.
Recorren 13 kilómetros por camino de tierra hasta encontrarse con la comunidad Tekoa Miní –en guaraní, “pequeña aldea”–. Allí, en Misiones, un grupo de estudiantes de formación superior trabaja con los pobladores para llevarles una mejor condición de vida: trabajan en huertas orgánicas y en la cría de abejas y peces. Unos a otros se nutren de la experiencia. Algo parecido ocurre en la provincia de Buenos Aires, donde los universitarios toman in situ la lección sobre producción de ovinos y asesoran a los productores en el mejor aprovechamiento de su producción. Y en Río Cuarto crearon una red para brindar servicios a pequeños productores rurales. Estos proyectos fueron los ganadores del Premio Presidencial “Prácticas Educativas Solidarias en Educación Superior”, entregados por el ministro de Educación, Alberto Sileoni.
“La propuesta es salir al medio, interactuar, confrontar saberes, conocer realidades, para lograr una formación integral del profesional”, explicó a Página/12 Manuel Schneider, docente de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC), entidad que se llevó el primer premio. En 2009, incorporó las prácticas sociocomunitarias a todos los planes de estudios de esa institución. La decisión reconoce las actividades de aprendizaje y servicio que realizan estudiantes y docentes desde hace más de una década: colaboran con una red de organizaciones sociales de los barrios para fortalecer la inclusión educativa y la seguridad alimentaria.
Es una apuesta a “pensar en un modelo de universidad diferente, con pertenencia social, que pueda a través de la construcción de conocimiento y del aprendizaje colaborar con la resolución de problemas sociales, económicos y medioambientales”, contó Viviana Macchiarola, subsecretaria de Planeamiento Institucional de la UNRC. Allí llevan adelante una red interinstitucional al servicio de las necesidades comunitarias, un proyecto de desarrollo regional y brindan asistencia técnica a alrededor de cinco mil pequeños productores en localidades rurales del norte del país. Es una “docencia contextualizada”, los jóvenes aprenden los contenidos en el territorio y es un servicio a la comunidad, de ida y vuelta. “Notamos una diferencia entre los chicos que hacen este tipo de actividad y los que no. Es una apuesta a tener egresados con mayor espíritu de transformación y copromiso social”, relató el docente.
El segundo premio fue para el Instituto de Formación Docente en Ciencias Agrarias y Protección Medioambiental de Capioví, en Misiones. Desde hace cinco años, trabajan en una propuesta socioeducativa: Capoaví Polo Desarrollo Rural Educativo, a través de un campo de práctica experimental. En ese marco, se desarrollan “múltiples experiencias didácticas productivas” que permiten vincular a los alumnos a lo largo de su formación con distintas acciones de conocimiento, contaron. Así, movilizados por llevarles “mejor calidad de vida”, en la aldea Tekoa Miní construyeron una escuela intercultural bilingüe, casas, se instaló una red de agua y energía eléctrica, se armaron huertas orgánicas comunitarias, producción de abejas, aves y cerdos, entre otras. También en la aldea El Pocito se contribuyó con la instalación y asesoramiento técnico de un estanque para la cría de peces. Las actividades contaron con la activa participación de los estudiantes y el aporte de fundaciones y organizaciones sociales. “Es un proceso de intercambio de conocimientos. Articulamos diferentes asignaturas, tratamos que la cátedra se vaya retroalimentando de la experiencia”, dijo Celso Limberger, regente de ese instituto.
Los estudiantes reconocen como “enriquecedora” la propuesta. Es saltar de las líneas del manual para adentrarse en los bagajes de la profesión. “Tuve que agarrar una oveja para revisarla, en la facultad nunca lo había hecho”, contó una egresada que pasó por el proyecto “El camino de la lana”, vinculado con el desarrollo rural, producción familiar de ovejas y producción artesanal de esas lanas. La iniciativa de la Facultad de Veterinaria (UBA), que obtuvo el tercer lugar, nació como un “compromiso con la sociedad y con aspirar a una excelencia en la educación”, dijo Marcela Coppola, docente de Producción de Ovinos. “Todavía no cursé la materia, todo lo fui aprendiendo a través del voluntariado”, manifestó una estudiante de cuarto año.
Los estudiantes asesoran en forma voluntaria a pequeños productores rurales para que con el ganado ovino del que disponen puedan mejorar sus condiciones sanitarias y la calidad de la lana y así estar en condiciones de agregar valor a sus producción. Lo vital es que se pone en marcha una “trama de enseñanza y aprendizaje que va y viene en diferentes direcciones”.
Informe: Soledad Arréguez Manozzo.
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