SOCIEDAD › MUCHA GENTE EN MAR DEL PLATA, CUIDADOSA CON LOS PRECIOS
Las carpas salen por día lo que una noche en un departamento. Los balneariosmuestran muchos baches. Y los estacionamientos superan los 100 pesos en el centro.Los guardavidas trabajan a full rescatando descuidados, pero hoy deciden si paran.
› Por Emilio Ruchansky
El primer día de la temporada en Mar del Plata transcurre con el mar picado y bajo, mucho viento, el cielo despejado y una temperatura máxima de 26 grados. Hay que hacer largas colas para tomar un taxi en la terminal de micros, retirar dinero de los cajeros o comer en lugares tradicionales, como Manolo. Según Jesús Osorno, de la Asociación Hotelera local, más del 75 por ciento de las habitaciones disponibles ya están ocupadas y lo mismo ocurre con las casas particulares. Si no explota, dice, es porque “todavía falta llegar gente, que ya reservó, que viene después de las fiestas de Reyes”. Sorprende el aumento de las carpas. En las concurridas playas de Punta Mogotes cuestan 140 pesos por día, lo mismo sale la noche en un departamento chico en el centro, a diez cuadras de la mar.
“Y bueno, acá algunos se quieren ‘hacer la América’ en dos meses y se aprovechan”, dice Oscar, un cuidacoches parado sobre la avenida Luro, a cuatro cuadras de la playa. Y no habla de las carpas, ni restaurantes que remarcaron sus menués ni de los precios de la que le vende pebetes gordos con una feta de jamón y una de queso frente al casino. “Los que se pasaron son los estacionamientos del centro. Cobran 100 pesos el día entero, a uno le quisieron cobrar 200”, dice el cuidacoches, un señor de 60 y pico, que también lava autos, vive en un barrio “del fondo” y se benefició con las subas sorpresivas.
“Igual yo cobro a voluntad, no como en la Capital Federal. Me dan 1 o 2 pesos por los coches, pero me alcanza para vivir y eso que nosotros también pagamos los aumentos, como si fuéramos turistas”, aclara Oscar. Al lado, dos hombres terminan de pegar la última de las tres partes de un enorme cartel del Bahiano. No es el anuncio del concierto gratuito auspiciado por el gobierno bonaerense. Es otro recital, también gratuito, para el 21 de enero en playa Varese. “No faltó nadie”, dice Oscar y señala a cuatro inspectores de la Agencia de Recaudación bonaerense que caminan enfrente. Hay dos mil repartidos por la Costa Atlántica y otros puntos turísticos de la provincia.
Sobre la peatonal San Martín, a metros de Córdoba, zizaguea una cola de más 50 personas, a la sombra. Es para entrar a los cajeros del Banco Provincia. Sentada frente a una mesita blanca, Carmen le toma la presión a la gente. Trabaja todo el año y tiene clientela fija, más algún que otro turista. “Pocos, porque ellos no quieren acordarse de esas cosas”, afirma. También vende dos preciados ungüentos de playa: “La baba de caracol, que sirve como reconstructor y humectante de la piel, para las manchas, las arrugas, las estrías y las cicatrices. Y Mentisán, para la tos, los refríos, las quemaduras”.
Lo que diferencia esta temporada de otras, dice, no es que haya mucha más cantidad de gente, sino que mucha gente nueva, de más bajos recursos. “Te das cuenta por cómo están vestidos –comenta–. Me parece bárbaro porque todos tenemos derecho a las vacaciones y a los comerciantes no les debe afectar, ellos ganan plata igual.” Más tarde, sobre el mar, un vendedor de helado se queja del nuevo público en una charla con otro vendedor de gaseosas, al que no le va tan mal. “No compran nada, nada. Se traen todo”, le dice, mientras ambos descansan parados sobre una escollera de la playa Bristol.
En esta playa se ve la primera reacción, masiva, a la suba de precios. Las carpas están casi todas vacías y triunfan los muchachos que venden sombrillas, a 30 pesos, lonas y banquetas desplegables: no precisan ofrecer de viva voz la mercancía. Hay que gambetear para llegar cerca del mar, donde el agua desdibuja los límites de las canchitas de tejo, de paleta, de microfútbol, de rayuela. La mayor parte del público se dedica exclusivamente a aclimatar la piel. Los más arriesgados, y los hay, se atreven al mar, muy picado, con canaletas y dos banderas: la roja de “prohibido” y la rojinegra de “peligro”.
“Son las tres de la tarde y ya sacamos trece personas del agua. No entienden, se meten igual. Picado y bajo, es lo peor. Hay pozos, así que estamos tratando de correrlos”, dice José Luna, sin perder de vista el mar. El y sus compañeros tocan el silbato a cada rato y entran en el agua para pedir a la gente que no se acerque al pozo. “Si prohibimos tampoco nos dan bola”, se queja Alhú, pariente de Néstor Nardone, el secretario general del sindicato de bañeros marplatenses. “Te imaginás si vamos a paro la cantidad de gente que podría morir”, dice al pasar, luego de recordar los reclamos que lleva adelante el gremio en estos días.
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