Vie 14.01.2011

SOCIEDAD  › UN VIAJE EN EL MICRO QUE LLEVA A LOS JOVENES DESDE LOS BARES DE ALEM A LOS BOLICHES DE CONSTITUCION

Un bondi con viaje de ida a los boliches

La iniciativa empezó el año pasado, cuando las quejas de los vecinos obligaron a los boliches de Alem a cerrar a las 5. Después de la previa, los jóvenes parten hacia las discotecas, en la otra punta de la ciudad.

› Por Emilio Ruchansky

Desde Mar del Plata

La línea 574 tiene una vida efímera pero intensa. Funciona desde el verano pasado, sólo en temporada, pasa cada veinte minutos, entre 1 a 6, y es, literalmente, un viaje de ida. Sus diez coches unen, por un peso con ochenta, los doce kilómetros que separan la previa en los bares de la calle Alem del baile en los megaboliches de la avenida Constitución. Son la opción al taxi, que cuesta 36. A medianoche, apostados en varias esquinas de Alem, un grupo de tarjeteros y tarjeteras regalan pasajes del 574 para los jóvenes que quieren autoevacuarse, sobre todo ahora que dos recientes ordenanzas del Concejo Deliberante obligan a cerrar pubs, bares y pancherías a las cinco.

“Los chicos no saben cómo ir hasta Constitución ni dónde comprar tarjetas magnéticas para el bondi. Y si tienen tarjetas, acá en Alem no las pueden recargar. Los que están muy borrachos y quieren ir en auto se pierden o los agarra el control de alcoholemia. Lo más seguro es este colectivo y además tarda sólo media hora”, asegura Nicolás, tarjetero de Sobremonte, antes de vender cuatro entradas a 50 pesos y “una free” a un grupo de mendocinos. Parece que ya casi los convence con eso de los boletos gratis del 574.

“Pará. ¿Y hay minas?”, le pregunta uno de los mendocinos antes de soltar los billetes. “Mira esa cola, flaco”, le contesta el tarjetero señalando la parada del colectivo. “Esas van todas, ninguna paga entrada.” ¡Clink caja! Al lado de Nicolás está Lucía, la tarjetera de Chocolate, otro boliche de Constitución que también recomienda tomarse el colectivo, pero no lo paga. “Bueno, nosotros no cobramos entrada a nadie hasta las 3, después cuesta 30 pesos”, se excusa la joven cordobesa. Ni ella ni Nicolás advierten al público que la nueva Ley de Nocturnidad bonaerense prohíbe entrar después de las 2 a los boliches. Sin embargo, incumplir esta norma no fue motivo de ninguna de las 19 clausuras a locales bailables, ocurridas la semana pasada.

En un rincón oscuro en el que confluyen el Golf Club de Mar del Plata y el cementerio, sobre Almafuerte y Alem, se ven las letras blancas sobre el fondo amarillo del primer servicio del 574. Lo maneja Federico, perfumado y con tres botones abiertos de la camisa, secundado por Leonardo y Carlos, dos supervisores que reciben el dinero de los que no tienen tarjeta magnética y usan una de la empresa para sacarles pasajes.

Los primeros en subir y ocupar el fondo son unos sanjuaninos, de lo más educados. Saludan al chofer, pagan con su propia tarjeta magnética y dicen, sin que se les pregunte: “No estamos en pedo”. Juan, el más grande de todos, tiene 21, dice que en San Juan la noche se corta a la 4, pero cuestan tres veces menos los tragos en la barra. Verónica, su hermana de 19, se queja de los muchachos: “No te eligen, sacan a bailar a todas”. Sus dos amigas se ríen. “Qué chamuyera”, dice una por lo bajo.

No van cinco cuadras que el colectivo se llena. “Estamos en Quintana, es la parada fuerte, acá suben los que tienen pasaje gratis”, advierte Carlos, uno de los supervisores. Diez cuadras después, él y Leonardo se bajan y vuelven caminando a la parada inicial, no sin antes desearle buena suerte al chofer, que tiene dos vueltas por delante. No bien arranca empiezan los cantitos. El primero es la cumbia de Supermerk2: “Ya se va la caravana para Mendoza, a buscar esa bebida tan deliciosa, que se hace con la uva y con el alcohol, y la tomo del cartón”.

Juan y su hermana responden enseguida. “No tomamos Coca Cola, no tomamos Seven Up, pero sí tomamos vino, porque somos sanjuaninos”, cantan. Pero nadie les gana a las tucumanas que se subieron cerca del Casino Central. Después de entonar himnos cumbieros de Gilda y Ráfaga, se despachan con una canción que entonaban en el colegio religioso donde se conocieron: “Jesús te seguiré, donde me lleves iré”. “¡Cállense, locas!”, les grita un porteño, pero ellas siguen.

Es tanta la gente que hay, que pocos advierten que un chico cordobés desafía a su barra de amigos sacando las nalgas por la ventana. “Yo se lo vi, era blanco y peludo, con celulitis y estrías”, dice Raquel, una de las tucumanas. “Mentira, no tenía estrías. Y estaba muy firme”, corrige Johana.

En un momento pasa uno de esos “trencitos de la alegría”, con gente disfrazada y música a todo volumen. Los vehículos quedan a la par y desde el trencito miran la escena. “Yo quiero ir en ese bondi”, grita un pibe vestido de Drácula. Mientras, en el 574 los muchachos tratan de romper el hielo y se oyen cosas cómo “Flaco, esperá que lleguemos para pedirme el teléfono”. El chofer pide paciencia a tres pibas abarrotadas contra el parabrisas. Faltan cinco minutos para llegar a la zona de los boliches y ya hay cola para bajar. “Me meo”, le dice un pibe a su amigo, que empieza a saltar para molestarlo. Y enseguida se prende el resto.

“Nos van a meter presos a todos”, le dice Raquel a Johana cuando bajan del 574, que todavía tiembla por los saltos, y aparece un patrullero de la Bonaerense. Pero resulta que los oficiales escuchan reguetón por la radio y hasta las saludan al pasar. “No nena, acá nadie va en cana”, dice Johana, que enseguida cruza para conseguir un buen lugar en la cola. “No me dejen solo ahora”, bromea el chofer al ver alejarse a las tres chicas. Cuando desaparecen, y sin mirar cómo quedó el interior del colectivo, apaga las luces y emprende el regreso.

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