SOCIEDAD › LOS MUERTOS POR LAS INUNDACIONES EN EL ESTADO DE RíO DE JANEIRO YA SUMAN 525
La cantidad de víctimas aumenta con las horas. Hay barrios aislados, adonde los rescatistas aún no pudieron llegar. Miles de vecinos abandonan sus casas. Las lluvias continuarán hasta la semana próxima y podrían provocar nuevos aludes.
Una lluvia fina pero constante cayó ayer sobre la región serrana de Río de Janeiro, tradicional lugar de veraneo de quienes huyen del calor carioca, y agravó aún más el panorama desolador que dejó la peor catástrofe climática de la historia en la zona, que se originó con las torrenciales precipitaciones del miércoles. Los muertos ya suman más de medio millar, pero se descuenta que la cifra será aún mayor. El saldo de víctimas aumenta con las horas. Hay zonas que quedaron aisladas, a las que no pudieron acceder todavía los rescatistas. El pronóstico meteorológico no es alentador: las lluvias continuarán en los próximos días en forma leve, pero mañana podrían ser más abundantes y causar nuevos aludes y derrumbes.
La ciudad de Nova Friburgo, una de las más afectadas por la tragedia, de 182 mil habitantes y ubicada a 130 kilómetros de la ciudad de Río de Janeiro, ofrecía ayer un escenario de caos y devastación. Largas filas de autos de vecinos intentaban abandonar la ciudad, inmersa en el barro, donde las víctimas fatales son ya más de doscientas. Pero avanzar por la ruta, semidestruida, no era sencillo: por el estrecho espacio de circulación tenían prioridad bomberos y ambulancias que ingresaban para continuar con las tareas de rescate. La ciudad no tiene luz ni agua. En algunos barrios periféricos, muchos aislados y abandonados luego de las avalanchas de lodo, se denunciaron saqueos. “Me voy de casa porque no hay electricidad, no hay agua, no hay comida”, dijo Marise Ventura, de 54 años, antes de abandonar Nova Friburgo con su padre. “Había agua por todas partes, gente gritando ‘ayuda, socorro’. Mucha gente perdió la vida, familias enteras de-saparecieron, ya no hay calles”, contó Lucio Souza mientras hacía cola en la única estación de servicios abierta. Su vecindario, en el norte de la ciudad, quedó destruido.
Hasta ayer se contabilizaban unas 525 personas muertas en los cinco municipios de la zona serrana afectados por los deslizamientos de tierras y los ríos de barro, que arrasaron todo lo que encontraron a su paso, incluidas las casas donde los pobladores dormían: Nova Friburgo, Teresópolis, Petrópolis, Sumidouro y Sao José do Vale do Rio Preto. Los dos primeros fueron los que contabilizaron más pérdidas humanas. Casas de lujo, posadas de veraneo, barrios de clase media y asentamientos más pobres, sufrieron las consecuencias de la catástrofe, provocada, según especialistas, por la gran cantidad de agua caída –lo que suele llover en un mes, cayó en apenas ocho horas– en combinación con la urbanización descontrolada en esa región.
“Las lluvias van a continuar al menos hasta el miércoles próximo. La previsión es de una lluvia débil pero continua, lo que es malo porque favorece nuevos deslizamientos”, informó ayer Luiz Cavalcanti, responsable del Instituto Nacional de Meteorología de Brasil. Y mientras cientos de personas todavía buscaban a sus familiares o intentaban reconocerlos en morgues improvisadas en locales públicos, como una iglesia y una comisaría, algunos comenzaron a enterrar a sus muertos en lo que quedaba de los cementerios locales.
“No tienen noción de lo duro que es ver llegar tantos cuerpos de niños... Es horrible”, dijo un bombero de Teresópolis, donde también se perdieron más de doscientas vidas. A la entrada de la iglesia, funcionarios de la gobernación de Río de Janeiro exhibían para su identificación fotos desgarradoras, la mayoría de niños, mujeres y ancianos con rostros enlodados, cortados o desfigurados. “No me animo a entrar, no tengo coraje”, dijo, sollozando, Ana María, un ama de casa de 40 años, que buscaba a parientes que estaban en las áreas afectadas cuando ocurrió la tragedia. Una larga fila se formó a la entrada de la improvisada morgue para iniciar el trámite de recuperación de cuerpos, mientras iban y venían personas munidas de máscaras para la boca dedicadas a la recepción y examen de cadáveres.
Los gimnasios se han convertido en centros de evacuados, donde está alojada gente que perdió todo y que está a la espera del dinero prometido por el gobierno y las masivas campañas de solidaridad que han surgido en todo el país. En uno de los centros de evacuados, en Teresópolis, el campesino Edmar Da Rosa, de 44 años, se reponía sobre un colchón. Logró sobrevivir al alud de lodo: sufrió lesiones y cortes en la cara, los pies y el resto del cuerpo. Da Rosa cuenta que una barrera de contención cedió y parte de la ladera cayó sobre su casa, donde estaba junto a su esposa, tres hijos y el nieto: “Mi esposa falleció, mi nieto llegó muerto y el resto tiene heridas y arañazos”, contó con la voz entristecida. A pocos metros, un hombre de rostro castigado y mirada perdida acariciaba una muñeca. “Perdí a mis cuatro hijas y todo lo que tenía”, relató Joao de Lima, de 59 años.
El saldo de fallecidos no es definitivo. Las búsquedas bajo capas de barro son arduas y continúan. “Nuestro gran objetivo es conseguir llegar a los lugares más aislados para llevar al menos comida, medicamentos y agua potable”, dijo el jefe de la Defensa Civil de Teresópolis, Flavio Luiz, al canal Globonews. El prefecto Jorge Mario dijo que continúan aislados en Teresópolis los barrios de Campo Grande, Pessegueiros, Granja Florestal y Santa Rita, adonde los equipos de rescate no pueden llegar tres días después de la catástrofe. En Petrópolis las víctimas fatales llegan, por el momento a 39, en Sumidouro a 19 y en Sao José do Vale do Río Preto, a cuatro.
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