En un gran estudio ubicado en Palermo hay un murmullo agudo intermitente. En primer lugar se ve una mesa redonda apoyada sobre cuatro grandes ruedas. Encima hay un papel tan grande como su circunferencia. Mientras dos nenas apoyan un pincel o van tirando pintura sobre el papel, otras dos hacen girar la mesa a la mayor velocidad que pueden.

–¿A quién le toca mover?

–¡A mí, a mí! –gritan todas juntas. Parece que hacer girar es lo más divertido para ellas.

Lo que parece aún más divertido para otra nena, pelo suelto y vestido holgado, es apoyar marcadores de fibra sobre un papel del tamaño de un disco compacto, que gira con el motor de un reproductor de cd desarmado. Apoya una fibra violeta, la levanta; luego una verde. Y así va formando distintos diseños circulares. En la mesa de al lado, con un viejo tocadiscos recuperado, hacen una experiencia similar. Ambas propuestas se desarrollan en un laboratorio de arte multimedia donde, aseguran sus promotores, “cada niño podrá desarrollar una obra, un juego y hasta un programa informático según sus propios intereses”.

“Reflexionamos acerca de cómo el soporte condiciona el trabajo”, explica Micaela Puig, coordinadora del espacio, mientras acompaña a los grupos, en una calurosa tarde de verano. Lo habitual es que el soporte esté quieto, como es el caso del cuaderno, y lo que se mueve es la herramienta, el lápiz. En esta experiencia los chicos ven qué pasa cuando el soporte es lo que se mueve y la herramienta queda quieta, explica Puig. La idea es probar, experimentar, ver las cosas desde otro lugar, para poder generar otro vínculo de los chicos y los adolescentes con la tecnología. Así describe la propuesta de Flexible, como se denomina el laboratorio donde se desarrolla la experiencia (flexiblelabo [email protected]).

Flexible nació en el 2010 y durante el verano funciona como una alternativa a las colonias tradicionales para chicos y chicas que están cansados de que los lleven de aquí para allá al rayo del sol o que prefieren estar curioseando dentro de cuatro frescas paredes. Sin embargo, esta propuesta dura todo el año.

La propuesta surgió a partir de un trabajo de investigación que comenzó Puig, sobre el espacio lúdico para chicos, desde lo formal hasta lo institucional. “Yo también como mamá (tengo tres nenas de 3, 9 y casi 11 años) andaba buscando algo más interdisciplinario, donde todo esté más integrado. Empecé a investigar, soy artista y trabajo con tecnología en publicidad alternativa, y venía trabajando desde un lugar crítico muy fuerte en el tema de la tecnología, en especial en cómo viene a presentarse no sólo para los chicos, sino también los grandes. De a poquito empecé a armar la estructura de un espacio formativo para chicos, me vinculé con gente que coincidía con mi mirada y se nos empezaron a ocurrir ideas acerca de cómo traducir nuestra experiencia como artistas para los chicos”, dice Puig.

–¿Cómo es eso?

–Tratamos de presentar la tecnología a los chicos desde otro lugar, acá los chicos no son usuarios como la tecnología pretende, la usan para crear una obra. Eso que ves ahí –señala unos cuadrados de colores– son unas alfombras sensibles que tienen asociados los chips de los teclados y a su vez están asociados a unos jueguitos que ellos mismos diseñan, en un programa que se llama Scrach, y una vez que está armado pueden jugar directamente desde el piso. De alguna manera, lo que hacemos es presentar la tecnología bastante más desnuda de como se pretende mostrar en el mercado.

“Creo que nunca les damos a los chicos la posibilidad de que ellos reflexionen sobre las cosas en general, las cosas se les presentan ya demasiado dadas. Acá los chicos se presentan muy ávidos, se nota que el espacio de la reflexión no es muy habitual.” Puig, mentora y directora, anda en shorts y sandalias entre los niños, les sirve jugo o agua, trae galletitas, y los deja mirando unos cortos de animación que tienen que ver con el tema del día, junto con otra profesora.

Antes de empezar a merendar, otro profesor los hace pensar un poco en lo que acaban de hacer. Varios chicos dicen que les gustó más el ejercicio donde usaban pintura.

–¿Por qué? –preguntó él.

–Porque tiene otra consistencia.

–Porque salpica más –simplificó un nene.

“El modo de cómo se presenta una experiencia artística para chicos todavía está muy vinculado con un acto para nenas”, explica Puig para fundamentar la mayor presencia femenina. “Por ejemplo, si hacemos cosas con robots se suman más varones o por lo menos las mamás de varones se empiezan a interesar.”

Los docentes tienen formaciones diversas. “Gerardo Della Vecchia está capacitado en ciencias electrónicas; Eugenia Díaz es medio autodidacta, como yo, ella domina todo lo que es audiovisual y fotografía. Nos pasa algo que no es menor, ya que tenemos una mirada muy crítica sobre la tecnología, pero la usamos. Esto nos parece interesante y paradójico, utilizamos la tecnología en función de lo que nuestra obra necesita. Esta crítica que hacemos al rol de usuario se la pasamos a los chicos y esto es muy interesante.”

–Entonces no es cuestión de dejar de usar pantallas sino de cómo las usamos...

–Acá los padres están enloquecidos porque ven cómo sus hijos modificaron el uso de las tecnologías, pasaron de estar todo el día con el Facebook o jugando con los jueguitos a esto. Nosotros trabajamos con software libre, lo cual es un valor agregado. Ellos usan el programa acá, se anotan cómo bajárselo y cuando van a su casa se los bajan y pueden componer música, por ejemplo. Para los padres, ver cómo sus hijos modificaron el uso de la tecnología es fabuloso. Hacen cosas que estimulan su creatividad.