Mar 15.02.2011

SOCIEDAD  › SOBRE EL LIBRO DE LA OBRA DE MARTíN BONADEO

Una obra contra el sistema binario

Un libro reúne diez años de la producción del joven artista Martín Bonadeo y varias aproximaciones a una obra que, a través de un uso bello e inteligente de la tecnología, ha sido exhibida aquí y en distintos espacios internacionales.

› Por Gustavo Buntinx *

“Uno está rodeado permanentemente por cielo”, escribe Martín Bonadeo, “que es un espacio al que uno puede acceder sin necesidad de morir”. Una parte determinante de su producción podría interpretarse desde ese anhelo. Desde esa metáfora que, sin embargo, actúa al mismo tiempo como una descripción estricta: revelar tras la grisura del cielo raso la intensidad, la densidad del cielo cósmico. El cielo pleno, proyectado en lentes esmerilados que refractan el descendimiento lumínico de las lucernas (“Cielos bajo cielo”, 2008, “Vitrum Hotel” y “Galería Dacil Art”, Buenos Aires). O reflejado en cuatro espejos subterráneos que prolongan las lumbres solares, incluso lunares, hacia lo oscuro de un túnel peatonal de cincuenta metros, donde la existencia de una planta depende de ese artilugio. Que es también un calendario astral, un demarcador de solsticios en consonancia (post)moderna con los observatorios ancestrales (“Cielo bajo tierra”, “Cruce de Artes”, Buenos Aires, 2005).

Lo arcano, lo arcaico, infiltrándose en la actualidad pedestre de nuestras ciudades profanas. Una cotidianeidad de cemento que Bonadeo fisura para injertar en ella el artificio de lo natural. Fotosíntesis bajo el asfalto. O germinación sobre el metal. Y desde un doble extrañamiento. En “Choclo interactivo” se intenta transformar en cultivo de maíz un poste de luz ya transformado por otros en espacio de arte: la Galería del Poste, ubicada frente al Centro Cultural Ricardo Rojas en Buenos Aires y destinada a exhibiciones varias. A fines de 2005 y durante tres semanas, Martín recubre ese hito vertical con centenares de choclos híbridos, cuya contextura siempre uniforme se ve interferida por la presencia ocasional de variedades autóctonas, “más ricas en forma y en color”. La grilla así obtenida ofrece una posibilidad binaria al motivar intervenciones de la “fauna urbana” (pájaros, ratas, hombres) que al desgranar las mazorcas las pixela: las recompone como ausencias y presencias, ceros y unos, de acuerdo con una programación incierta. Pero no necesariamente aleatoria: “¿Qué criterios estéticos utiliza una paloma que anida en la cornisa de un edificio neoclásico a la hora de alimentarse?”, es la pregunta sesgada que anima esta experimentación física.

Metafísica. Deliberada o no, hay una simbolización espiritual en el ave alusiva que esa frase privilegia como agente de transfiguraciones desestabilizantes para cualquier oposición maniquea entre natura y cultura. Y para cualquier sentido convencional del arte urbano. No una estetización, sino una fructificación de la ciudad. Visibilizar sus energías ocultas. Como alimento y como código. Orgánico.

Tiempo/Espacio (Omnia est vanitas)

Con soñada coherencia, y pocas excepciones, a lo largo de su trayectoria Bonadeo despliega un conjunto no de obras, sino de situaciones. Que son en realidad transiciones. Intervenciones cuya materialidad primordial es la energía. Y el tiempo: “Vanitas en tiempo real” es el título de una instalación paradigmática (2002-2007, Galería Olga Martínez, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires) que captura y diluye la imagen del espectador en los contenidos inestables de un reloj de arena diseñado a escala humana. El entorno sombrío, el sideral paisaje sonoro (obra de Oliverio Duhalde), incluso el aroma a naftalina, dramatizan la dispersión ante nuestros propios ojos de nuestra imagen propia que se enajena. La disolución del sujeto, el desvanecimiento del ser, bajo un discurrir inexorable que es el de la suprema intuición barroca: estamos hechos de tiempo. Y de barro seco: dios Chronos se agita entre esas arenas movedizas que nos configuran y consumen. Nuestra identidad y presencia es un polvo que se disgrega hasta revelarnos como la sola luz reflejada apenas en una ampolla, en una arcaica superficie vítrea. Una fantasmagoría.

Una fugacidad, una fuga. Utópica. Atención a la fragilidad conmovedora de los tres (tres) dispositivos ópticos concebidos para otra instalación de 2008, asociable a la anterior desde su propio título (“Tres minutos”, Galería Isidro Miranda, Buenos Aires). Y desde la condición efímera de los receptáculos de cera que amenazan derretirse por las velas encendidas en su interior como luz vacilante para la proyección dudosa de temporalidades inciertas: el cuarzo digital se vislumbra borroso, el segundero analógico gira en sentido contrario, los granos del reloj de arena caen hacia las alturas. “Un intento fallido”, explica Bonadeo, “por volver el tiempo atrás”.

Pero en la falla está el acierto. En su precariedad, en su condición ilusa, en su ilusionismo condicional. El papel asumido por Bonadeo en esta pieza no es el del prestidigitador o el del místico, sino el del teólogo. Su búsqueda es la perturbación de la conciencia, no el deslumbramiento de los sentidos. La interrogante de Dios, no su afirmación profética. El ejercicio espiritual de la duda metódica.

Ser/Estar. (Sinestesias)

“Quid si falleris? Si enim fallor, sum” (“Pues, ¿qué si te equivocas? Si me equivoco, soy”, San Agustín, De civitate Dei). Hay en tales proposiciones artísticas una relación filosófica con las indagaciones cartesianas sobre el ser y la materia, también sobre el ser y el estar. Las confrontaciones de la reflexión abstracta y de la conciencia perceptiva, de la res cognitiva y la res extensa. Complejizadas, además, por las incitaciones poéticas de la sinestesia. La confusión de los sentidos.

La percepción intersensorial. El entrecruzamiento de estímulos entre la vista, el olfato y el oído, a veces también el tacto y el gusto. Correspondencias vislumbradas ya por Charles Baudelaire que parecieran despertarse, como un eco lejano, en los intersticios de las inquietudes de Bonadeo. En ocasiones con una estelaridad sutil, como en las tres (tres) instalaciones suyas de 2008 donde centenares de termómetros artesanales configuran naturalezas o geografías vítreas de savia mercurial. Artefactos científicos elementales para una compleja experimentación artística. Y espiritual. Es la presencia indeterminable de los propios espectadores la que activa luces e introduce calores corporales, alterando las condiciones microambientales captadas por ese instrumental incierto. Modificaciones mínimas de temperatura distintamente registradas por cada uno de los termómetros que así florecen o estallan (“Termosíntesis”, “Vitrum Hotel”, Buenos Aires). O desdibujan las líneas de mares y firmamentos sugeridos por sus humores verdosos o azulinos, sus fluidos acuosos o celestiales (“Horizontes variables”, Galería Isidro Miranda, 2008).

La primera de esas propuestas incluye una intervención sonora. La segunda admite la interacción táctil del público. Una tercera (Pasto termosintético, Arteba, Buenos Aires) añade a tales estímulos posibles el rociado esporádico de fragancias que moderan las temperaturas, sensualizando con aromas vegetales el entorno de una caja colmada de tierra para el sembrío emergente de seiscientos termómetros llenos de pigmento clorofílico. La percepción buscada era la del crecimiento del césped, en desafío abierto a la imposibilidad de plasmar desde la pintura esa temporalidad multisensorial. Se trataba de obtener una representación pictórica tridimensional y dinámica, señala el artífice. Y al mismo tiempo una intuición renovada de la fotosíntesis, “energía luminosa convertida en energía química mediante un proceso natural y equilibrado”. Una reflexión sobre “el origen de la pigmentación y su importancia en el origen de la vida”.

La vida y sus manifestaciones sensibles. Como en el bosque de símbolos de Baudelaire, en el trabajo de Bonadeo los sonidos, los olores, los colores, se responden. También los sabores: el giro crucial podría ubicarse en una intervención temprana, menor en apariencia pero decisiva. Figuras desbordadas (2002, Galería Olga Martínez, Buenos Aires): la metamorfosis de tres (tres) “formas puras”, tres sugestivas presencias geométricas (círculo, rosca, esfera) moldeadas con sendos alimentos esenciales (zapallo, chocolate, leche), triturados y congelados para derretirse sobre igual número de recipientes. Músicas obtenidas mediante interpretaciones algorítmicas de textos sobre las nociones topológicas del borde acompañaban todo el proceso, acelerado por los calores de las luces expositivas puntualmente dispuestas frente a cada una de las figuras. Como en una caverna platónica, las sombras así logradas –y al final desaparecidas– protagonizaban el drama de la transustanciación de la materia en tiempo que se diluye en espacio.

* Curador independiente y crítico de arte peruano. Fragmento del ensayo “Contra el sistema binario”, incluido en el libro Alba mágica MMX, de reciente aparición, que resume una década de trabajo del artista Martín Bonadeo; publicado en el marco de la Ley de Mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires.

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