SOCIEDAD › RUBEN NAKAMURA, ARGENTINO RESIDENTE EN TOKIO, EXPLICA POR QUE DECIDIO IR AL SUR DEL PAIS PARA HUIR DEL RIESGO
Hijo de japoneses, vive en Tokio desde hace 22 años con su esposa brasileña. Dice que creía en la información oficial hasta que vio cómo se contradecía con la realidad. Muchas mujeres y niños se van de la capital hacia el sur.
› Por Mariana Carbajal
“Tenemos miedo”, dice Ruben Daniel Nakamura, desde Japón, donde vive hace 22 años. Este argentino, que nació en la ciudad de Buenos Aires y es hijo de padres japoneses, trabaja como diseñador gráfico para una empresa en Tokio. Pero el lunes, con su esposa, brasileña, Sayumi, decidieron emprender el éxodo hacia el sur del país para huir del riesgo de la contaminación con radiaciones, después de ver por televisión, en vivo y en directo, una explosión en uno de los reactores de la central nuclear de Fukushima I, situada 250 kilómetros al nordeste de su hogar. “Estamos ahora parando en un hotel en la ciudad de Otsu, provincia de Shiga, a unos 430 kilómetros de Tokio. Hemos resuelto alejarnos de la capital con varios matrimonios más de argentinos”, cuenta a través del teléfono. Se lo escucha calmo. La vida en Otsu, una localidad muy turística por su enorme lago Biwa, el más grande de Japón, transcurre con absoluta normalidad, alejada de los estragos que dejó el terremoto y el tsunami en Sendai y de los cortes de electricidad y el racionamiento de combustible que persiste en la capital nipona, dice. “Mi esposa fue muy clara en su trabajo. Le dijo a su jefe: “Tengo miedo. Si me asegurás que en cinco años no desarrollo un cáncer o no estoy radiactiva, me quedo.” La decisión de dejar el trabajo fue en realidad unilateral, pero en la empresa entendieron. Y entonces cada uno anunció que se tomaba vacaciones pendientes, explicó Nakanura, de 47 años, la misma edad que Sayumi. No tienen hijos. Nakanura se queja por la falta de información gubernamental sobre el riesgo atómico: teme que les estén ocultando la verdadera gravedad que podría tener la situación por las fallas en los reactores nucleares.
El terremoto del viernes lo encontró a él en su hogar, “una típica casa japonesa antisísmica, con armazón de madera”, precisó. Se trata de un conjunto de departamentos de dos pisos. El suyo tiene 40 metros cuadrados de superficie, por el que pagan 1200 dólares al mes de alquiler. “Estaba trabajando cuando empezó el sismo. Después de los dos primeros minutos me di cuenta de que iba a ser más fuerte que en otras oportunidades. Se sintió muy fuerte en Tokio. Al tsunami lo vi casi en directo, por la televisión. Creo que hubo unos cinco minutos de diferencia, para limpiar las imágenes más impresionantes. Mi señora estaba trabajando en el centro de Tokio”, relató. En seguida intentó comunicarse con ella, pero las líneas telefónicas estaban ya saturadas y le resultó imposible. Por la suspensión del transporte público, Sayumi, que trabaja en un banco, tuvo que caminar unos 16 kilómetros ese día para regresar a su casa. “Así empezó nuestro periplo”, apunta Nakamura. El sismo no dejó en su vivienda más que algunas pequeñas grietas. “Sólo se cayeron unos CD de una estantería”, grafica. “El domingo hicimos una vida más o menos normal. De hecho nos juntamos con otros matrimonios –eran cuatro personas argentinas y tres extranjeras– a comer un asadito para comentar los acontecimientos”, recuerda. Pero con el correr de las horas la amenaza de un estallido nuclear los llevó a Nakamura y a su esposa a querer alejarse de Tokio, con rumbo al sur del país. “En un principio, yo era de la idea de quedarnos. Hasta que me di cuenta de que nos estaban mintiendo. El lunes a las 10.50 aparece el portavoz del gobierno en la tele y dice que la situación en el reactor N 3 de Fukushima 1 estaba controlada. Y en ese mismo momento en que él hablaba la pantalla mostraba otra pequeña ventana abajo donde se veían imágenes en vivo y en directo desde la central nuclear. A las 11.01, es decir, apenas diez minutos después, se ve cómo explota un reactor. Fue algo que me chocó mucho. Hasta ese momento creía en el gobierno japonés y no quería moverme de Tokio. Pero esa escena me hizo cambiar de idea y le dije a mi mujer: ‘Vámonos’.”
Entonces, cargaron su camioneta con un bolso con ropa y una carpa que suelen usar para hacer camping y se dirigieron hacia el sur del país junto con dos matrimonios, uno de una argentina y un argentino, que tienen un bebé, y otro conformado por una argentina y un cubano, que tienen dos hijos, de 2 y 4 años. Se fueron en dos vehículos, la camioneta de Nakamura y otro auto. Primero pasaron una noche en un hotel en Nagoya, a unos 350 kilómetros de la capital japonesa. Allí se encontraron con otros dos argentinos, que trabajan en empresas multinacionales, que estaban parando en otro hotel de la misma ciudad, con quienes se vieron. La pareja de la argentina y el cubano –contó Nakamura– resolvió ir a la ciudad de Osaka, desde donde podrán seguir trabajando, dado que allí hay una filial de la compañía en la que están empleados. El otro matrimonio de argentinos se instaló en la casa de unos amigos en la provincia de Shiga, a 430 kilómetros de Tokio. Y Nakamura y Sayumi siguen viviendo en un hotel, pero ahora en Otsu, también en Shiga. “En esta ciudad la vida es rutinaria, como si no hubiera pasado nada”, describe Nakamura. En su raíd, vieron largas colas para cargar combustible en estaciones de servicio de la ciudad de Kanagawa, donde las filas llegaban a cuatro kilómetros. “Este tipo de detalles me ayudó a convencerme de que nos teníamos que ir de Tokio”, dice. “Me parece que el gobierno japonés nos estuvo engañando sobre la gravedad del problema nuclear”, agrega. Nakamura tiene la esperanza de que se trate de una crisis momentánea, que no llegue a los niveles del accidente en Chernobyl.
Dice que él y su esposa son exponentes de la típica clase media nipona, donde los dos necesitan trabajar para tener un buen pasar. Con la recesión que vive el país desde hace más de un año, sus posibilidades de ahorrar se han ido achicando. Pero la crisis económica, aclara, no la siente tanto la población –que recibe ayuda estatal si la necesita– como las empresas que, en todo caso, ganan menos. El índice de desocupación llegó a 12 por ciento, “que es muchísimo para este país”, apunta.
Ayer, a su esposa el banco en el que trabaja le ofreció enviarle una computadora configurada para que pueda retomar su actividad o le propuso trabajar desde Nagoya, que es la cuarta ciudad más grande de Japón, capital de la industria automovilística, y está localizada en la costa del Pacífico en la región de Chubu. “Ella tiene ganas de trabajar porque hacer ocio, estar 24 horas pendiente de las noticias, te mata. Podríamos volver, son 150 kilómetros de acá”, explica.
–¿Y han evaluado irse de Japón? –le preguntó Página/12.
–Hay varios países como Suecia, Francia y Alemania que han recomendado a través de sus embajadas a sus ciudadanos que se vayan de Japón. Vamos a ver cómo sigue la cosa. Tenemos miedo. Hoy un amigo que llevó hasta el aeropuerto a Pablo Bastianini, el delantero argentino del Yakohama Marinos, que se iba del país, me dijo que el aeropuerto era un caos, que se estaban yendo todos los extranjeros. Me contó que un pasaje que salía 300 dólares a Filipinas o Corea lo están vendiendo a 2500 dólares. También me llamó un argentino que quería irse, pero me dijo que no tenía la plata para sacar los cuatro pasajes que necesita para él y su familia: cada ticket aéreo cuesta alrededor de 4000 dólares.
–¿Otra gente se está yendo, como ustedes, para el sur del país?
–El lunes nos dedicamos a ver las placas de los autos: de cada 10, tres eran de la región de Kantos, que es donde está Tokio. Hoy, de cada 10, seis eran de allá. Te das cuenta de que la gente está saliendo. Pero la que está saliendo es la mujer con los hijos, o con su madre y los hijos. Los hombres se quedan trabajando.
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