SOCIEDAD › ALEJO RAMíREZ, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACIóN IBEROAMERICANA DE JUVENTUD
La OIJ es un organismo intergubernamental para fomentar en la región las políticas a favor de los jóvenes. El argentino Alejo Ramírez fue elegido por unanimidad para dirigirlo. Su visión del área, los avances y los pendientes. Y su historia como hijo de un desaparecido.
› Por Mariana Carbajal
Recién mudado a Madrid, vive en un departamento prestado mientras busca otro para instalarse por los próximos cuatro años con su esposa y su pequeño hijo. El argentino Alejo Ramírez es el flamante secretario general de la Organización Iberoamericana de Juventud, cuya sede central está en la capital española. De paso por Buenos Aires, conversó con Página/12 sobre los ejes de su gestión. “Por cada dólar invertido hoy en jóvenes se ahorran siete dentro de diez años en cárceles, procesos judiciales, fuerzas policiales y represión”, advirtió. La “estigmatización” de la juventud en medios de comunicación, la necesidad de “políticas específicas para incluir a las mujeres jóvenes”, las “vergonzosas tasas de embarazo adolescente” en Latinoamérica y la desocupación entre los jóvenes, que duplica las tasas generales, fueron algunos de los puntos de la charla. “Hay que dar un debate a favor de la juventud en la opinión pública y en los medios”, consideró.
Ramírez tiene 37 años y más de una década de trabajo en políticas públicas para la juventud, primero en la provincia de Buenos Aires y luego a nivel nacional, en el Ministerio de Desarrollo Social. Con militancia peronista, llegó al frente de la OIJ en diciembre, elegido por unanimidad en una reunión en República Dominicana por las cabezas del área Juventud de los países de Iberoamérica, con el respaldo del gobierno argentino. La OIJ no es una ONG: es un organismo multigubernamental creado en 1992 para promover la cooperación y el fortalecimiento de las políticas en materia de juventud en la región, aclara Ramírez.
No es afecto a hablar de su vida privada, pero se atreve a abrir una ventana, ante una pregunta de este diario sobre su padre, Norberto Julio Ramírez, un médico pediatra y neonatólogo desaparecido durante la última dictadura militar. El “enfoque de derechos humanos en políticas de juventud” será uno de los ejes de su gestión, indicó.
–¿Por qué cree que los jóvenes suelen quedar olvidados en la agenda política?
–En general, la gente se mete en los temas de juventud como una continuidad de la militancia. Pero después crece y los abandona, a diferencia de lo que sucede con el activismo en temas de género. Siempre lo digo en chiste: las mujeres nunca dejan de ser mujeres, pero los jóvenes dejan de ser jóvenes. Los logros que se ven en cuestiones de género tienen que ver con que hay una continuidad en la lucha. Cuando cumplen 30 años, en los partidos políticos les empiezan a decir que dejen el lugar a los más jóvenes. Entonces, la continuidad se ve truncada y tal vez por eso no se logra que en Latinoamérica los temas de juventud estén instalados en la primera línea de las políticas públicas. Se sigue pensando que los jóvenes son los que toman la birra en la esquina. Se tiene una posición estigmatizante o que los invisibiliza, que son dos miradas tremendas para la creación de política en un gobierno.
–¿Cuál es la situación de la juventud en Latinoamérica?
–Con excepción de Cuba y Uruguay, los jóvenes tienen un peso demográfico en Latinoamérica como nunca antes. Representan un promedio de entre 23 y 25 por ciento de la población. En Argentina son el 22 por ciento. Y es un porcentaje que va en aumento. Como todo en la política, la verdad se ve en los presupuestos más que en los discursos. Hay que invertir en los jóvenes. Y esto no lo dicen solamente las organizaciones más garantistas como puede ser la OIJ, lo dice también el Banco Mundial. En su informe de 2007, advierte que por cada dólar invertido hoy en jóvenes, en inclusión, en empleo de calidad, participación y calidad educativa, se ahorran siete dólares dentro de diez años en cárceles, procesos judiciales, represión y fuerzas policiales. Hay una buena cantidad de países de América latina que lo está entendiendo así y está empezando a invertir en ellos. Argentina es un gran ejemplo.
–¿Por qué?
–La Asignación Universal por Hijo, además de ser una gran decisión, presiona sobre la tasa de inscripción educativa. Hoy hay 25 por ciento más de inscripción. Eso significa un gran desafío en políticas educativas. Conectar Igualdad es una buena respuesta. ¿Es toda la respuesta que hay que dar? No. Pero el hecho de que Argentina esté invirtiendo casi el 6 por ciento del PBI en educación es otra buena decisión. Lo que los Estados todavía no están pudiendo resolver es el problema del desempleo, que entre los jóvenes duplica al promedio general.
–¿Hay problemas específicos que afectan a las jóvenes?
–La mujer joven tiene dificultades mayores para la inclusión en procesos educativos y laborales. La tasa de deserción escolar es mayor entre las mujeres porque muchas de ellas se ocupan de las tareas domésticas; las familias las destinan al cuidado de la casa, de sus hermanitos, y se suma, en algunos casos además, el tema del embarazo adolescente. Es un fenómeno del que América latina debería avergonzarse porque encabeza las tasas a nivel mundial de embarazo adolescente, particularmente la región andina.
–¿Qué responsabilidad tienen los medios de comunicación en esa mirada polarizada sobre los jóvenes, a través de la cual son estigmatizados o invisibilizados?
–El último informe de la OIJ en 2008 junto a la Cepal marcaba que hay una mirada pendular en torno de los jóvenes. Por un lado, la sociedad admira a los jóvenes por su vitalidad, su capacidad, su dinámica. Muchos adultos, incluso, pretenden imitarlos a través de cirugías estéticas o su vestimenta. Pero por el otro lado se observa a los jóvenes como disruptores, que rompen la paz social, que nos molestan, se drogan o roban. Es una mirada tan contradictoria que sumada a la invisibilidad que también se cruza, dificulta mucho el vínculo intergeneracional entre adultos y jóvenes. En ese contexto un gran porcentaje de los medios de comunicación refuerzan esa tendencia, con mayor inclinación por ver al joven estigmatizado que al idealizado. Un relevamiento de la organización Periodismo Social mostró que del total de notas, crónicas o reportajes sobre juventud en diarios en sólo el 4 por ciento aparece la voz del joven, su mirada. Para algunos medios resulta más fácil cuando un joven es protagonista de un delito grave, apuntar a la baja de la edad de imputabilidad de los menores, que analizar cuál es el porcentaje de jóvenes que están realmente involucrados en ese tipo de hechos.
–¿Van a trabajar con los medios para cambiar esa mirada?
–En breve desde la OIJ vamos a lanzar un Observatorio de Medios y Juventud. Hay que dar un debate a favor de la juventud en la opinión pública y en los medios.
–El renacer de la militancia entre los jóvenes que quedó al descubierto con la muerte de Néstor Kirchner, ¿es un fenómeno que trasciende las fronteras del país?
–Es un fenómeno que atraviesa América latina. Acabo de estar en Ecuador y hay también una militancia juvenil increíble. Se está dando un proceso de participación muy interesante en la región. En Argentina creo que se vincula con las políticas públicas, como la Asignación Universal por Hijo, Conectar Igualdad, la defensa del trabajador y del trabajo, la decisión de no reprimir (la protesta social), el matrimonio igualitario, que genera una empatía entre el proceso político y los jóvenes, que es importante destacar. En muchos países de Latinoamérica el promedio de edad en los ministerios es de 60 o 65 años; en Argentina, hoy hay jóvenes de 25 o 30 años que están liderando procesos en diferentes lugares del Estado. Ese reconocimiento de los jóvenes motiva a la militancia y a la participación.
–Su padre fue secuestrado y desaparecido durante la última dictadura militar. ¿Contaría un poco más de su historia?
–Mi viejo desapareció en marzo de 1978. Yo tenía cuatro años. Nunca más supimos nada de él. Con el tiempo nos enteramos un poco más de lo que había sucedido. Era pediatra, neonatólogo, trabajaba en varios hospitales y clínicas. En sus ratos libres tenía un centro de atención para niños en un asentamiento en el sur del conurbano, en Lomas de Zamora. Mi viejo tenía un gran compromiso social, pero no tenía militancia efectiva en una organización. Pero aceptó colaborar como médico con Montoneros si había algún herido de la organización. Lo interesante es que le consulta a un amigo que tenía militancia, que había estado muy perseguido en la universidad, y él le recomienda en diciembre del ’77 que no se metiera. De esto me entero no hace mucho tiempo. Y mi viejo le responde algo muy piola: “Yo tengo miedo de que el día de mañana mis hijos me pregunten qué hice durante la dictadura y yo les diga que no hice nada”. Aceptó el ofrecimiento y está desaparecido hasta hoy. Jamás recuperamos su cuerpo. Con mi hermano nos sacamos sangre y nos hicimos un estudio de ADN para cotejarlo con los restos encontrados por el Cuerpo de Antropología Forense. Fue muy movilizante para no- sotros, pero no coincidieron.
–¿Se integró a algunas organizaciones de derechos humanos?
–Participé de algunas reuniones, pero no me enganché. A partir del 2003, con toda la movilización que se generó en torno de la temática de los derechos humanos, y a partir de una amistad que entablé con Juan Cabandié, empecé a tener un enfoque totalmente distinto del que tuve durante 25 años, que implicaba una mirada como superadora. Y me permitió entender desde otro lugar el rol de mi viejo, de mucho coraje, de un compromiso que es un desafío para mí. Mi viejo un día creyó que eso era lo que tenía que defender. Desde un lugar de hijo siempre tuve un sentimiento de extrañarlo, de querer tenerlo como papá. El mayor legado que me dejó es que hay que comprometerse por lo que creés y por las convicciones que tenés. Lamentablemente en un tiempo comprometerte implicaba el riesgo de desaparecer, hoy comprometerte es un imperativo categórico en términos kantianos.
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