Jue 10.11.2011

SOCIEDAD  › OPINIóN

Codicia y burrada

› Por Martín Granovsky

La codicia es el apetito excesivo de riquezas. La burrada no hace falta explicarla. Mientras los peritos trabajan para saber qué pasó en Bartolomé Mitre al 1200, tal vez sea útil explorar una hipótesis: desastres así responden a la maldita combinación de burrada y codicia.

Cromañón es un antecedente porteño de burrada más codicia. El 30 de diciembre de 2004 el boliche estaba lleno por demás, con negreo de entradas. Buena vibra, explican algunos músicos de rock. Y más dinero, hay que agregar. Que la ganancia era un objetivo mayor que la vibra queda probado porque, al menos que se sepa, la banda no pensaba donar la ganancia extra para programas dedicados a recuperar chicos del paco. Y Omar Chabán tampoco. Después estaban, claro, la burrada de las bengalas y el veneno de la media sombra. Pero sobre todo las puertas. Las puertas que abrían para adentro y apilaron cadáveres de adolescentes que iban muriendo al no poder salir. Y las puertas cerradas. ¿Recuerdan la pericia de Bomberos? La publicó Página/12. Con todas las puertas abiertas y las hojas girando hacia afuera, Cromañón hubiera quedado desagotado en dos minutos y medio. Ningún muerto. Quizá ningún intoxicado irrecuperable. Con las puertas habilitadas ese día y no tapiadas, desalojo en poco más de cuatro minutos. Quizás algunos intoxicados. No 194 muertos.

La discusión sobre el boliche de Once se hizo tonta muy rápido. Abstracta, más que tonta. El debate sobre la calidad y orientación de las puertas fue tan corto y pobre que hasta hoy los edificios son cárceles de las que no se puede salir sin llave. Y las puertas abren hacia adentro. Casi en soledad Alberto Ferrari Etcheberry, un experto en comercio de granos y relaciones con Brasil siempre generoso con la sensibilidad por la cosa pública y el apego a las soluciones concretas, desparramaba ya entonces, después de caminar por la zona de Cromañón y ver todo con sus propios ojos, su desesperación por lo que le parecía el problema más obvio de todos. Y la salida más concreta.

Cromañón tiene otro elemento que hoy vale recordar. Pocos días antes de la tragedia, Callejeros había celebrado un concierto en el estadio de Excursionistas. El entonces jefe de Gobierno explicó que ese día sí había habido inspectores porque la legislación lo obligaba, cosa que no ocurría en el caso de boliches de la escala de Cromañón.

El fetichismo por las leyes y los reglamentos y la indignación fácil (caras de una misma moneda) sirven para escaparse de la realidad.

¿Cuántos recitales como el de Cromañón había en Buenos Aires el 30 de diciembre de 2004? ¿Tres? ¿Cinco? ¿Diez? Si la legislación no obligaba a inspeccionar, ¿acaso la sensatez lo prohibía? ¿No había diez inspectores disponibles? A veces las cosas se pueden hacer con voluntad política y vocación por trabajar sobre la realidad. No hubo. Y todo sigue igual al ver las puertas públicas y privadas que continúan siendo un peligro de asfixia.

Sucede lo mismo hoy con las grandes construcciones de Buenos Aires. Ya es grave que Mauricio Macri no haya reglamentado una ley de inspecciones escalonadas votada en la Legislatura con el aporte de miembros de su mismo partido. Pero también es grave la falta de espíritu práctico que reveló la grieta de Bartolomé Mitre al 1200 y demuestra la discusión de estos días, tan pobre como la de Cromañón y por eso tan riesgosa para el futuro.

¿Cuántas excavaciones de pozo había el viernes 4 de noviembre en la ciudad de Buenos Aires? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Cincuenta? Si está claro que tocar los cimientos del edificio lindero es un problema crónico, ¿no hay cincuenta inspectores capaces de concentrarse en las construcciones donde se juegan más vidas? ¿O puede ser igual de importante verificar los estudios de suelo y la praxis o mala praxis de las excavadoras que controlar el cambio de azulejos de un baño?

No alcanza con las leyes. No basta con cumplirlas. No son suficientes las reglamentaciones. No se arregla todo con eliminar la corrupción. Si el Estado porteño no sabe qué es lo decisivo y la sociedad no distingue qué controlar en serio y cuándo, la codicia producirá desastres. Si Macri tiene alguna duda puede llamar a marxistas como Barack Obama y Angela Merkel. Le contarán qué pasó por la codicia de los bancos, la burrada de gerentes privados y el aporte de los funcionarios públicos al mundo donde se entremezclan la codicia y la burrada.

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