SOCIEDAD › PAUTAS PARA TRATAR EL TEMA CON LOS CHICOS
› Por Mariana Carbajal
Los asesinatos de Tomás, en Lincoln, y de Gastón Bustamante, en Miramar, pusieron en primer plano la violencia más atroz contra dos niños. La ferocidad de los ataques, aunque rodeados de circunstancias disímiles, causa conmoción y genera preguntas sobre los alcances de la maldad humana, particularmente perpetrada por hombres hacia criaturas indefensas en situaciones cotidianas como la salida de la escuela o adentro de la propia casa jugando con una computadora. Frente a tanto horror, ¿cómo hablar del tema en la casa con los chicos? ¿Y en las aulas? Con la idea de reflexionar a partir de los crímenes de Tomás y Gastón, Página/12 consultó al psiquiatra infanto juvenil Norberto Garrote, director del Hospital de Niños Pedro de Elizalde de la ciudad de Buenos Aires, más conocido como ex Casa Cuna, donde dirigió por casi dos décadas –hasta hace dos años– la Unidad de Violencia Familiar. “Más que decir conviene actuar siendo contenedores, ofreciéndoles a los chicos afecto, cariño, resguardo”, subrayó el especialista. “Estos hechos nos deben llevar a reflexionar sobre la situación de vulnerabilidad de los chicos y cómo terminan siendo la variable de ajuste de familias disfuncionales. Pero hay que dejar de lado el amarillismo y hacer prevención”, enfatizó.
A lo largo de su extensa trayectoria, Garrote tuvo frente a sí a padres y madres que habían maltratado violentamente a sus hijos, en algunos casos, dejándolos con lesiones graves. Pero nunca –aclara– le tocó el extremo de que llegaran a matarlos. “Maltrato físico, negligencia y abuso sexual infantil no son cosas nuevas. Pero es bueno que la sociedad –a partir de casos con gran trascendencia en los medios– tome conciencia de que existen. Hay que tener en claro que la conmoción social se genera cuando estamos frente a un caso en que la víctima trágica es un chico”, señaló Garrote, en diálogo con este diario.
–¿De qué forma se puede trabajar en prevención?
–Es importantísimo poder trabajar en prevención (del maltrato y la violencia contra los niños y niñas). En las escuelas todavía no se trabaja con programas que apunten al autocuidado. Está legislada la educación sexual integral pero hay sectores que se resisten a que se dicte. Confunden la educación sexual con la genitalidad.
–En los contenidos mínimos curriculares está contemplado que se aborde la prevención del abuso sexual infantil desde jardín de infantes...
–Sí, pero no sólo tenemos que trabajar para prevenir el abuso sexual. Se debe apuntar además al cuidado personal de los chicos, qué permiten y qué no permiten con su cuerpo. No admitir golpes pero también cómo se deben transmitir los afectos, para cuidar su propia intimidad.
–¿Observa que hay más saña en el maltrato y la violencia contra los chicos y chicas?
–Es algo notorio que en alguna medida la sociedad naturaliza ciertos comportamientos violentos. Hay una baja tolerancia a la frustración y hay un actuar compulsivo, sin mediar la reflexión. No quiero entrar en ninguna situación puntual. (Tanto en el caso de Tomás Dameno Santillán como de Gastón Bustamante) Es necesario hacer una aproximación mayor. Cuando hablo de hacer prevención, me refiero a tener la capacidad de poder detectar tempranamente sin llegar a situaciones extremas. En el caso de Tomás, al parecer había dado elementos anticipatorios: un kiosquero contó que le decía que le tenía miedo (a la ex pareja de su madre), también lo dijo un tío. Hay que escuchar a los chicos.
–Los indicios sugieren que Tomás fue víctima de la violencia de género. Adalberto Cuello habría amenazado a la madre del nene diciéndole que le pegaría donde más le duele. Ella incluso lo había denunciado. ¿Cómo impacta la violencia de género que se vive en una pareja en los hijos?
–De manera negativa desde ya. Toda esta constelación familiar es víctima y victimario. Se van repitiendo estos modelos. Detrás de un victimario hay una historia cargada de situaciones donde no se contemplaron sus necesidades afectivas, como también las mujeres que son víctimas. Lo importante es poder acompañar a las mujeres que son víctimas de violencia de género. Tiene que ser un acompañamiento sostenido, más allá de que pueda hacer la denuncia, para que pueda modificar sus vínculos, su forma de relacionarse.
–¿Los agresores de niños y niñas son personas comunes?
–La mayoría de quienes actúan violentamente contra un chico no son portadores de una patología psiquiátrica. Hay chicos que terminan seriamente castigados y con lesiones, ante un desborde de un adulto que no tiene la capacidad de tolerar la frustración: sienten y actúan.
–¿Cómo hablar de estos casos, tan conmocionantes, con los chicos en las casas? Es difícil que no se enteren por la profusión de las coberturas periodísticas de la televisión.
–Más allá de lo que pueda suceder en las casas, la escuela tiene una responsabilidad muy grande. Se pueden aprovechar estos casos para estimular a los chicos a pedir ayuda frente a situaciones que le resultan desagradables o coercitivas. Esto habilita otros canales. Si se sienten incómodos con una persona en particular, tienen que tener referentes confiables para poder contarles esa situación. Más que decir, conviene actuar, siendo contenedores, ofreciendo afecto, cariño, resguardo. Vale que el adulto asuma abrir el juego, ver primero qué lectura hace un chico de estos hechos. No es lo mismo, claro, trabajar con un chico de 5, 10 o 14 años. Es importante que haya comunicación y contención.
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