Lun 31.03.2003

SOCIEDAD  › EDGARDO ESTEBAN, EX COMBATIENTE DE MALVINAS

“La guerra fue un episodio de la dictadura”

Mañana se cumplen 21 años de la aventura de Galtieri, el crimen de la dictadura que ya se transformó en “la gesta”. Uno de los veteranos de ese invierno de locura y horror sigue contando lo que los militares quieren olvidar y silenciar: el hambre, la torpeza, los estaqueos y hasta el abuso sexual.

Por María Esther Gilio

–Tenía nueve años cuando mataron a su padre.
–Sí, nueve años, un hermano de siete, una hermana de cuatro y mi mamá con un embarazo de seis meses que perdió.
–De la angustia.
–Cuando fueron a buscar a mi padre a mi casa le dispararon a mi hermana, a consecuencia de lo cual tuvo convulsiones. Fue todo muy trágico. Este señor, que fue a buscar a mi padre, a quien mataron, fue merecedor luego de que pusieran su nombre a una calle de Morón.
–¿Por qué merecería ese semejante homenaje?
–Era jefe de prensa de López Rega. El nombre a la calle se lo puso el intendente de Morón, Rousselot.
–¿Estaba haciendo el servicio militar cuando se decidió lo de Malvinas?
–Sí, tenía 19 años y estaba haciendo el servicio como cualquier cristiano. Era bastante tonto, bastante ingenuo, muy obediente y cuando empecé a cuestionar a los militares no era desde lo ideológico –cosa a la que estaba ajeno– sino desde las cosas cotidianas que nos iban haciendo.
–¿Por ejemplo?
–Nos llevaban a un campo de cardos y nos hacían arrastrar. Yo llegué a tener espinas hasta en los testículos. Mi bronca empezó con esas cosas.
–¿Dónde estaba cuando empezó la guerra?
–Estaba de licencia por tres días en Buenos Aires. Fuimos a Plaza de Mayo con mi madre. Y, no sé, como la mayoría entré en esa fiebre colectiva que fue Malvinas. Todos queríamos ser protagonistas de la historia.
–No pensaba que podían matarlo.
–Sólo por momentos. En realidad lo que la mayoría pensaba era que íbamos a las islas, pero no a pelear. Que las tomábamos y allí quedábamos ocupándolas.
–¿Los ingleses iban a aceptar algo así? ¿Se iban a quedar tranquilos?
–Claro que no, era un disparate, pero era lo que creíamos. Que éramos una potencia y que después de haber tomado posesión de las islas nadie nos movería. ¡Qué iban a venir los ingleses desde tan lejos! ¿Para qué, para sacarnos de ese lugar que ellos sabían que nos pertenecía? Yo no sé si los militares tenían conciencia de que el combate era contra la OTAN. –Galtieri había vuelto de Estados Unidos convencido de su poder de convicción. Se sentía un triunfador.
–Galtieri estaba convencido de que EE.UU. se mostraría retributivo por la colaboración argentina respecto a Centroamérica.
–¿A los “contras” en Nicaragua?
–Sí, hubo gente del ejército ayudando a los contras y hubo gente del ejército en la Escuela de las Américas en Panamá.
–¿Enseñando o aprendiendo?
–La mayoría enseñando, aunque también aprendiendo. Tipos de la categoría de Seineldín o Rico, enseñando, claro.
–Cuénteme su salida y sus emociones en ese momento.
–Yo llegué allá en un vuelo, el 25 de abril a las 10 de la noche. No tuve ni tiempo a pensar. Casi no pude avisar a mi mamá. Cuando la llamé desde Córdoba pensó que la estaba cargando. Nos dieron un minuto para hablar con la casa.
–¿Y por qué estabas en Córdoba?
–Porque yo elegí paracaidismo al entrar al Servicio Militar.
–¿Paracaidismo?
–Sí, esa locura. No sé qué esperaba.
–Cruzarte con algún ángel.
–Sólo eso. La cosa fue que llamé a mi vieja y cuando le dije: “Me voy a la guerra”, se mataba de risa. Pensaba que la estaba cargando. Cuando la convencí de que era verdad y empezó a llorar se acabó el minuto y me cortaron. Al rato salimos hacia Comodoro Rivadavia en un Boeing 727 a las islas. Cuando aterrizamos todos los que estábamos atrás pasamos al frente.
–Era un avión de carga.
–Era un avión de pasajeros al que habían sacado los asientos. Llegamos, y esa noche dormimos a la intemperie.
–Haría mucho frío. Las islas están a la altura de Ushuauaia.
–Mucho frío. Pero a nosotros, todavía no nos preocupaba el frío. Estábamos viviendo una aventura.
–Llegaron, entonces, durmieron y al otro día fueron a ver la ciudad.
–No, a la ciudad no íbamos, sólo la atravesábamos, en camión, cuando nos llevaban a bañarnos.
–Sin embargo hay fotos de soldados en las calles.
–Son fotos de los últimos días, cuando nos replegamos.
–Usted volvió a las islas después de la guerra, ¿por qué?
–Porque empecé a trabajar como periodista, y cuando se daba de ir, yo me postulaba. Siempre que puede volví.
–¿Por qué?
–Sentía deseos de volver. Cuando el gobierno británico permite a los argentinos ir a las islas yo voy. Era el primer viaje, un viaje realmente histórico. Y...
–¿Qué le pasó en ese viaje? ¿Algo no le gustó?
–Fue complicado. Algunos me criticaron por ir. Y se sintieron molestos por comentarios míos sobre la guerra. Yo cuestiono mucho la actuación de los militares. Algunos no aceptaban estas críticas. Incluso hay organismos de derechos humanos para los cuales la guerra fue una isla dentro de la dictadura, cosa que no comparto. Para ellos la dictadura terminó el dos de abril.
–El día en que empezó la guerra.
–No estoy de acuerdo con esto. La guerra es un episodio de la dictadura.
–Un episodio que al comienzo quisieron oscurecer. ¿Sentían vergüenza por su conducta?
–Andá a saber. Orgullosos no podían estar. Pero desde el año pasado y gracias a López Murphy que era ministro de Defensa en el gobierno de De LaRúa, se comienza a valorizar esta guerra para contrarrestar el 24 de marzo.
–Así la triste aventura se transformó en la patriótica “gesta”.
–Claro. En realidad festejan una derrota. Algo peor que una simple derrota, ya que todo lo hicieron para perpetuarse en el poder. Sin embargo, en cuanto pueden, se ufanan de ser los grandes protagonistas. Los únicos héroes que hay acá son los chicos que murieron. A quienes una vez al año llaman héroes y los trescientos sesenta y cuatro días restantes son muertos de hambre, tipos sin trabajo, con problemas de incapacidad, de alcoholismo, de drogadicción, tipos que la gente rechaza y margina.
–Eso pasa hoy. Pero cuando volvieron, ¿qué pasó?
–También. Pasó lo mismo. “No se habla más”, dijeron. Como si hubiéramos perdido un campeonato de fútbol. “No se habla más.” A otra cosa.
–¿Estuvo en Campo de Mayo a la vuelta de Malvinas? ¿En el momento en que los conminaron a callar y olvidar?
–Por supuesto. Nos dijeron que nos teníamos que olvidar del tema. Nos hicieron hasta firmar una especie de documento.
–¿Qué explicación daban?
–Que ya todo había pasado, y no teníamos por qué entrar en detalles. Te hacían hacer una especie de declaración jurada explicando algún acto de heroísmo que hubieras presenciado.
–Datos para la historia futura. Cuénteme su primer combate.
–Fue el primero de mayo. Yo era artillero, fui a la guerra a hacer logaritmos. (En una hoja dibuja la geografía del lugar.) Acá estaba la ciudad, acá el aeropuerto, acá los montes. Aquí la base militar. Todo esto que te dibujo estaba en un mapa cuadriculado. Yo, a partir de las distancias que la cuadrícula marcaba calculaba los tiros. Así sabías dónde podían caer. Yo estaba en una unidad de artillería.
–¿Cómo sabía tanta matemática?
–Del secundario. Yo quería ser agrimensor. Y bueno, a partir del dos de mayo empezamos a tener hostigamiento naval todos los días. Nos hostigaban para que no pudiéramos dormir. Tiraban de día y de noche. Dormíamos dos, tres horas por día. Además, hacía ya muchísimo frío. Llegó a hacer veinte grados bajo cero. Pero aparte estaba el problema de los estaqueados.
–¿Quiénes eran los estaqueados?
–Los que habían robado. Como no nos daban de comer, muchos salían de noche a robar. Cuando te agarraban, te ataban de pies y manos y te dejaban sobre la turba mojada.
–¿A quién robaban?, ¿a los kelpers?
–Sí, a los kelpers, en la ciudad.
–¿Por qué no había comida?
–Yo no dije que no había. Cuando terminó la guerra había unos galpones inmensos llenos de comida. Pero ellos trataban de ahorrar porque especulaban con que íbamos a estar hasta setiembre. Vos ibas a buscar la libra de chocolate que correspondía a cada soldado y decían: “no, media libra”. Al final te daban una barrita. Recuerdo que en un momento se empezaron a encontrar mensajes dentro de los chocolates. “Que Dios te proteja”, “Cuando lo comas pensá en mí”. Mensajes cariñosos, que había puesto allí gente que enviaba chocolate a los soldados. Chocolate que nunca llegó, se lo quedaba no sé quién y volvía al circuito comercial.
–En definitiva que tenían frío y hambre.
–Mucha hambre y mucho frío. Porque gran parte del tiempo la pasábamos sobre la turba húmeda, que era como estar sobre una esponja gigante. Se nos mojaba la ropa y pocas veces teníamos posibilidad de cambiarla. Vivíamos húmedos, ni trincheras se podían cavar, se llenaban de agua. Se hacían unos techos, algo que llamábamos “pozo de zorro”, donde poníamos cartones y maderas. De cualquier modo el frío llegó a ser terrible.
–Contame sobre lo más duro de la guerra, miedo y muerte. Contame de tu experiencia en ese terreno.
–Nosotros terminamos de combatir a las siete y cuarenta del catorce de junio. La guerra duró setenta y dos días. Los más terribles fueron el once, doce y trece. En esos días murió un montón de gente.
–¿Compañeros suyos?
–Algunos. Particularmente un chico que murió en mi lugar.
–¿Por qué en su lugar?
–Era el anochecer y yo estaba con un poco de miedo de dormir en mi pozo de zorro. Me fui para abajo, donde se hacía la guardia. Ahí, el chico que tenía que tomar el relevo se demoró. Entonces, como yo estaba en el lugar, me mandaron hacer la guardia que le correspondía a él. Cuando el compañero, de nombre Vallejos, apareció, diez minutos tarde, le dijeron: “Llegaste tarde, ahora te jodés, ya Esteban tomó tu lugar. A vos te toca la hora de Esteban”. En esa guardia, que era la mía, él muere.
–¿Por qué había tenido tanto miedo esa noche?
–Te dije que el ataque en esos días había sido el peor de toda la guerra. Yo rezaba como nunca y ovillado como un chico pedía a la Virgen y a mi padre muerto que me ayudaran. Lo que más me aterraba era la idea de que podían herirme sin que nadie se enterara, y yo quedara ahí muriendo por horas.
–Entonces hace la guardia en lugar de Vallejos. ¿Y?
–Cuando termino, él toma mi lugar. Pero te digo algo... (queda en silencio). Perdoná, no tengo ganas de hablar de esto. Buscalo en el libro que te doy.
De Iluminados por el fuego, de Edgardo Esteban y Gustavo Romero Borri:
Un sargento me vio y me gritó:
Gringo, vení, ¡ayudá! ¡No te quedes ahí!
Había otros soldados rodeando el pozo. Estaba Burgos y le pregunté qué había pasado. Burgos no reaccionaba, estaba mudo, como fuera de sí, sin comprender nada; quizás aturdido por el impacto, por la situación. Vallejos yacía dentro del pozo, con todo el pecho abierto. Una masa de ropa y sangre. Cuando me acerqué, me miró a los ojos, como queriendo hablar. Yo intenté agarrarlo y cerró los ojos. Mientras tanto el fuego seguía acosándonos y los silbidos de los proyectiles atravesaban el aire en todas las direcciones y los impactos se mezclaban con los gritos de los soldados. La confusión no nos permitía dudar.
De pronto me sentí mejor: había cobrado más coraje. Dejé de pensar en protegerme y atravesando las explosiones llevamos a Vallejos hasta la casita verde. En el trayecto nos cruzamos con Gustavo, que había bajado a avisar al médico Foresi. La verdad es que Vallejos había muerto en el momento de cerrar los ojos. Tenía un puñado de esquirlas incrustadas en el pecho, y nuestras esperanzas de salvarlo habían sido pura ilusión. En el galpón, pegado a la casita verde, nos recibió Foresi. Nosotros dejamos el cuerpo de Vallejos y nos fuimos.
–¿Por qué le duele tanto?
–Porque pienso que debía haber muerto yo. Eso me quedó como una especie de cicatriz. No consigo olvidarlo del todo. Un tiempo más tarde me hice muy amigo del hermano. Ahora justo me mandó un e-mail.
–¿Cómo se creó esa relación?
–Yo estaba en Radio del Plata, en el año noventa y cuatro, y dije algo. El, que estaba de maestro en Santa Fe, me mandó una carta muy linda. Entonces yo lo fui a visitar. Charlamos muchísimo y a partir de ahí quedamos muy amigos. No pasa lo mismo con sus papás, que no me quieren para nada. Tienen todo el derecho. Lo que pasa es que los militares que no me quieren nada deben haber dicho cualquier cosa, porque yo digo lo que pienso y ellos no se bancan que nadie diga la verdad. Que hable de los estaqueados o de los abusos sexuales o de malos tratos.
–¿Había abusos sexuales?
–Un cabo, el que manejaba la comida, se acostaba con los soldados.
–¿Los muchachos aceptaban acostarse con él porque tenían hambre?
–Sí, claro. El pagaba con comida. No se puede, ya te lo dije, hablar de Malvinas. Los militares nos exigen silencio como parte de un pacto de honor. A mí con eso no. Para mí es un orgullo haberlo roto. Pienso en los seiscientos cuarenta chicos que murieron injustamente. Y pienso también en algo que me indigna, que nadie asuma la responsabilidad de esta guerra perdida. Nadie dice “perdimos”, “fracasamos”. Nadie lo dice. Eso sí, los dos de abril se hace todo el circo de “la gesta”.
–¿Se enteraron del hundimiento del “Belgrano”?
–Fue duro eso. Creo que ahí nos dimos cuenta de que la guerra no era joda. Fue el dos de mayo, a dos días de que empezaran los ataques. Cuando todo el mundo pensaba en la rendición y en la paz.
–¿Cómo se imaginaban la vuelta?
–Imaginaba que todo mi barrio me iba a recibir con pancartas, abrazos. Como a un héroe. Yo, por una promesa que había hecho, llegué de rodillas a mi casa. Cuando di vuelta a la esquina vi a mi mamá, una luz blanca y un perro ladrando.
–¿Y qué dijo el barrio?
–Yo era el loco de la guerra. Te sorprende, pero así fue.
–Hay algo que siempre me llamó la atención, una especie de marginación, a la que están sometidos los combatientes de Malvinas. ¿De qué se los acusa?
–Andá a saber. ¿Se terminó la guerra? Hay que olvidar. Estaba en plena marcha una campaña de desmalvinización. No hablar, tapar, marginar a los ex combatientes por el temor de que empezáramos a hablar. Que contáramos lo que estoy contando. El gran logro de ellos es habernos neutralizados.
–Piensa que lo lograron.
–Sí, lo pienso. No hubo todavía el debate que Malvinas merece. Este aniversario hubiera sido un buen momento para el debate.
–¿Cuál cree que debe ser el corazón del debate?
–Que los militares sabían que esta guerra se perdía. Lo supieron en cuanto vieron que la OTAN se movilizaba. ¿Cómo podían chicos con veinte días de instrucción batirse contra profesionales de la guerra que tenían el apoyo logístico de los satélites, de submarinos nucleares y de Estados Unidos?
–Vuelvo al tema del rechazo a los ex combatientes. No consigo entender. Los he visto en la calle, con muletas, pidiendo limosna.
–No se hizo nada. Ningún gobierno hizo lo que debía hacerse. Ayuda psicológica, médica, un censo para ver las situaciones de todos. Hoy las estadísticas dicen que son más los muertos por suicidio que por combate. Se dice que los suicidas son doscientos sesenta y nueve. Los muertos en combate fueron doscientos sesenta y cinco.
–¿Por qué se mataron los que se mataron?
–Porque nunca tuvieron una respuesta de la sociedad. Yo también estuve muy mal. Yo no soy una excepción. Lo que hago es correr mis fantasmas. A mí esta charla me cuesta horrores. Yo no quiero hablar más de Malvinas. Dije en el libro lo que quería y ya está. Tengo buen trabajo, familia, amigos. No estamos en el ochenta y dos. Hay que mirar adelante, apostar a la vida, pero yo también estuve a punto de suicidarme. Tuve una depresión terrible. Lo único que me decían era “callate la boca”. Y yo estaba hecho mierda. Tenía veintidós años y me preguntaba ¿qué hago?, ¿voy para acá o voy para allá? Elegí un camino que me sirvió.
–¿Qué lo sacó del pozo en el ochenta y cuatro? ¿Se enamoró?
–Nooo, si mi novia me había dejado. Estaba a punto de quebrarme y pensé: “A mí esto no me va a quebrar”. Empecé a hacer terapia. Primero individual, después de grupo. Y después escribí el libro.
–Con el libro están haciendo una película.
–Sí, Trambauer, el director que hizo la película de Borges y la de Cortázar.
–Me dijeron que en Malvinas se hizo amigo de una señora kelper que lo encontró muy abatido en el cementerio de Malvinas, junto a la tumba del soldado que murió en su lugar.
–Sí, en cuanto se pudo volver, volví. Yo trabajaba como periodista y cuando abrieron la frontera pedí para ir. Con esa señora nos conocimos en el cementerio. Fui a su casa. Un tiempo después ella vino a visitarnos a Buenos Aires. Conoció a mis hijas, se hizo amiga de mi mujer. Hemos hecho una lindísima relación. Te voy a decir algo que pasa con Malvinas. Imaginate que tenés en tu casa un poster de Yves Montand. Le ponés velas y lo mirás con ojos amorosos. Un día lo encontrás por la calle, te invita a su casa y vos decís: “No”. Volvés a tu casa y seguís con las miradas y las velitas. En estas Malvinas, las reales, las de caminar, sentir el viento, el frío. La de entrar a un café, sentarte ahí, mirar a la gente, tal vez hablar, en estas Malvinas nadie piensa. Para la mayoría las Malvinas sirven para hacer discursos en las fechas patrias y dibujos alusivos en la escuela. Tenemos que acercarnos. Los kelpers son dos mil, si un día las islas pasan a ser argentinas, ¿los vamos a matar a todos? Los militares, en lugar de intensificar una relación que existía, lo que hicieron fue poner más barreras entre ellos y nosotros.
–¿Cuántos soldados fueron a Malvinas?
–En el año ‘82 eran doce mil. Después de Menem fueron veinticuatro mil.
–¿A quién beneficiaba el cambio?
–Hoy hay hasta periodistas que cobran pensión. Este es un país kafkiano.

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