SOCIEDAD › DEBATES. LOS LíMITES DEL HUMOR
› Por Beatriz Gurevich *
Me presentaron su historieta anticipándome que era ofensiva. No lo tomé en cuenta. Como estaba sin anteojos un amigo me leyó el texto y entreví los dibujitos. Literalmente, mi panza se anudó como la de mis interlocutores. (Ahora se sabe que hay células nerviosas en el estómago.) Volví a casa, busqué el diario y recorrí el comic con detenimiento. Descubrí que lo que me irritó fue su cinismo ante el sufrimiento. Su relato es tan polisémico que puede regocijar a un antisemita filonazi y homofóbico, y también provocar la sonrisa en una persona ingenua. Una tercera mirada podría percibir que está atravesado por una cierta condescendencia –tal vez inconsciente– con los que hicieron jabón con grasa humana y pantallas de velador con piel de sus víctimas. Eso ocurrió.
Hay historias con las que no es legítimo jugar, menos aún cuando se corre el riesgo de banalizarlas. Para hacer humor con este tema hay que haber sentido el dolor de la víctima, como Art Spiegelman, el autor de Maus. En cambio, su comic parecería indicar que usted no encuentra aberrantes las atrocidades cometidas. Con ello no queremos decir que hay que “solemnizar” los genocidios o regular la libertad de expresión respecto de éste u otro tema. Muy por el contrario, jamás estaríamos a favor de los silencios. Pero sí a favor de que quienes comunican lo hagan con conocimiento, verdad, empatía y responsabilidad. Para bien o para mal son constructores de cultura, formadores de mentalidades y, por ello, también de sociedad. Dicho rol debería obligar moralmente a quienes disponen de tan insondable poder. Estamos en contra de toda forma de autovictimización y de manipulación de la condición de víctima. Estamos a favor del respeto por el sujeto humano. Ello necesariamente implica empatía hacia sus sentimientos.
Pensamos como Maimónides que el mal obrar es producto de la ignorancia acerca de la condición humana y del mundo en el que los seres humanos convivimos. Compartimos que el error en la comprensión lleva al error en la conducta. Y que el mal obrar sobre otro sujeto finalmente perjudica al colectivo. Compartimos la convicción de que a través del conocimiento cabal de los hechos, la enemistad, el resentimiento y el odio disminuyen. Así lo dice la Guía de los Perplejos (Guía, III:11). Vale la pena recordar que la escritura, en este caso su comic, es una forma de conducta. Y por ello nos dirigimos a usted.
Imagino que no hubo mala fe ni intención aviesa de su parte, pero la displicencia de su conducta evidenciada en la confusa ambigüedad del texto lanzado al espacio, sin reparar en que aborda un tema que lacera heridas producto de la más deleznable violación de los derechos que les asisten a las personas, muestra un tipo de mentalidad que, con tal de hacer reír, repara poco en los potenciales daños. Ciertamente sus dibujos llegan, sus ocurrencias son inteligentes y unos y otros se conjugan, retroalimentando el efecto. Pero mi paseo por “Una aventura de Claptan Varsky, el guitarrista judío en: La Oferta” y por “Una aventura de Monseñor Poncharelo, el cura de tránsito en: Sonamos”, me indica que poco atiende a las implicancias de consolidar estereotipos negativos. ¿Qué duda cabe de que hay curas, imanes y rabinos, además de tantos otros personajes públicos, cuya conducta contradice totalmente los valores y principios declarados? Pero temo que el tipo de humor que practica usted no contribuye a que se supere lo que denuncia. Y hasta podría tener el efecto contrario. Tratemos de evitar que crezca el malestar en la cultura. ¿Es mucho pedir?
* Socióloga e investigadora.
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