Jue 02.02.2012

SOCIEDAD  › OPINIóN

Lecturas y aprendizaje

› Por Eduardo Aragundi *

Diversas investigaciones señalan la vinculación de la lectura con el rendimiento escolar. Sin dudas, las lecturas asociadas al ocio pueden ser una fuente valiosa. Despiertan la curiosidad y la imaginación y permiten a los chicos ampliar su vocabulario.

Pero lo que vale destacar es que los efectos positivos que sobre el aprendizaje tiene la lectura, sea ésta de literatura diversa o aun la asociada a los libros escolares como los llamados “de texto”, es un dato que surge de investigaciones y estudios de evaluación y se asocia a ciertos indicadores que no se limitan a la lectura en vacaciones.

El Operativo Nacional de Evaluación que el Ministerio de Educación realizó en 2010 y cuyos primeros resultados se conocieron en 2011 muestra claramente que los niños con mayores posibilidades de acceso a libros en sus casas obtienen mejores resultados en las distintas áreas de conocimiento.

De los niños que declaran disponer de escasa bibliografía, sólo el 7 por ciento alcanza rendimientos altos en las pruebas de lengua, y en matemática, ese porcentaje se reduce a un 5 por ciento.

Por el contrario, entre los niños que declaran disponer de entre 50 y 100 libros en sus hogares, un 30 por ciento muestra rendimientos altos en lengua y un 21 por ciento en matemática, y las cifras son aún más elocuentes para los niños que disponen de más de 100 libros. Sólo alrededor de un 15 por ciento de ellos exhibe desempeños poco satisfactorios en lengua y en matemática.

La cantidad de libros presentes en el hogar es ciertamente un indicador de cuántas posibilidades tienen los chicos de acceder a la lectura. Pero también otros indicadores reflejan una relación positiva de la lectura con el aprendizaje de los chicos. Por ejemplo, la cantidad y la utilización de recursos didácticos en las escuelas.

En las escuelas con buena provisión y utilización de recursos, entre los que “el libro” ocupa un lugar preponderante, la cantidad de niños con desempeños altos en lengua duplica a la de aquellos que obtienen rendimientos bajos.

Estos resultados corroboran de un modo científico los efectos de las políticas educativas ejecutadas por el gobierno nacional en estos últimos ocho años, entre las que se destacan la distribución de 45 millones de libros, la construcción de más de 1500 escuelas nuevas, la refacción y remodelación de otras miles y la potente política de distribución de 3.200.000 netbooks para alumnos y docentes.

Cada vez son más las certezas respecto a que estas políticas destinadas por cierto a promover la inclusión educativa son también acciones con un fuerte impacto en la calidad de los aprendizajes escolares. Los resultados de diversos estudios así lo confirman.

Pero los logros en materia de aprendizajes alcanzados por las escuelas públicas argentinas no deben sólo verse como el resultado de las políticas estrictamente educativas llevadas a cabo por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Un reciente informe que se desprende del estudio PISA muestra que cuando los papás comparten lecturas con sus hijos, les narran historias o simplemente hablan con ellos acerca de lo ocurrido en la escuela, los aprendizajes de los chicos mejoran sensiblemente.

Y lo más novedoso que señala el informe es que cuando estas actividades ocurren en los primeros años de la escolaridad, sus efectos positivos sobre el aprendizaje se trasladan a toda la trayectoria escolar de los niños.

Una advertencia: a veces la lectura compartida se asocia a la necesidad de acompañar a los niños en desentrañar intrincados textos. Por su parte, la pregunta acerca de lo que han hecho en la escuela parece inevitablemente ligada a otras como “cuáles son las ayudas que puedo ofrecerte”. Entonces todo pareciera estar limitado por la capacidad de los padres de ser ellos mismos lectores expertos o profesionales avezados y a una disponibilidad de tiempo que no siempre existe. Nada más lejos de la verdad. Los estudios muestran que las actividades que los padres pueden hacer junto a sus hijos para ayudarles a mejorar sus rendimientos insumen a veces poco tiempo, son muy sencillas de ejecutar y no suponen ningún conocimiento especializado.

Entonces, cuando los padres tienen trabajo, cuando la economía doméstica mejora sustancialmente y cuando las condiciones habitacionales de las familias se transforman positivamente como ha ocurrido en estos últimos años, se recuperan la organización familiar, el tiempo y los espacios para las actividades compartidas entre padres e hijos.

Sencillamente, cuando las familias ya no necesitan del comedor comunitario para obtener un plato de comida, se recupera la mesa familiar y con ello el tiempo y espacio suficiente para que los padres pregunten a sus hijos acerca de su día escolar y por qué no para que intercambien relatos, ¡siempre y cuando la tele esté apagada!

Cuando las familias disponen de trabajo decente y de un ingreso digno pueden, por ejemplo, abandonar la nocturnidad del “cartoneo” y entonces la noche vuelve a ser un espacio para que padres e hijos compartan la lectura de un cuento.

Como sociedad comenzamos a recuperar esos espacios que revaloran el rol de la familia. Y para los que aun así no lo crean, sirva tal vez como muestra el relato de un papá que tal vez no sea de los que pueden gozar de vacaciones en centros veraniegos pero que sin dudas pertenece al grupo de aquellos que han recuperado la posibilidad de estar “más cerca de sus hijos”.

En el marco de la investigación llevada a cabo por seis universidades nacionales sobre aspectos educativos de la Asignación Universal por Hijo, un papá de la escuela Anexo EEGB Nº 934, de Chaco, nos dejó esta frase: “Antes tenía que pelar todo el día el lomo en el monte, ahora puedo estar más tiempo en mi casa...”. Quien esto escribe se permite pensar que ese mayor tiempo en casa, “papá” lo invertirá en interesarse por la escuela de sus hijos, le narrará alguna historia del monte y hasta compartirá la lectura de un cuento breve.

* Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa. Ministerio de Educación de la Nación.

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