El 11 de marzo de 2011, un sismo en el Pacífico derivó en un tsunami. Hubo casi dieciséis mil muertos. Y luego explosiones y fuga radiactiva en la central de Fukushima Daiichi. La zona de exclusión, la contaminación y las críticas al gobierno permanecen, un año después.
Por segunda vez en la historia de su país, cientos de miles de japoneses se han convertido en involuntarios participantes de un gigantesco experimento sobre seres humanos: los efectos a largo plazo de la radiactividad; no se trata ya, como en Hiroshima y Nagasaki, de los daños causados por una intensísima fuente puntual; hoy, en Fukushima, son los daños que serán generados por niveles de radiación bajos, pero que continuarán durante décadas. Hoy, exactamente a un año del terremoto y el tsunami que provocó el desastre en la central nuclear de Fukushima Daiichi, más de un millón de personas no han podido rehacer sus vidas: porque quizá nunca más puedan volver a sus casas –si vivían en la zona de exclusión alrededor de la central–; porque las tierras que cultivaban son ahora radiactivas; porque no se atreven a abrir las ventanas por miedo a la radiación. Los expertos no saben cuáles son los niveles seguros de radiación ni si existen niveles seguros y los damnificados se quejan de la mezquindad y reticencia de la compañía Tepco, operadora de la central siniestrada, a la hora de indemnizar. También hay quejas respecto del gobierno, por no informar adecuadamente sobre la magnitud de los riesgos y por no haber controlado antes a la empresa prestadora del servicio y, ahora, a las empresas que, a cargo de la descontaminación, no protegen adecuadamente a sus operarios.
El 11 de marzo de 2011 un terremoto en el océano Pacífico provocó un tsunami que arrasó la costa de Japón: hubo casi 16 mil muertos y unos 3300 heridos. Pero luego hubo más catástrofe: las explosiones y fugas radiactivas de la central Fukushima.
“No tengan hijos, nunca”, es la terrible advertencia que Yoshiko Ota, enfermera, de 48 años, les da a sus propias hijas. Teme que sus nietos nazcan con defectos causados por la radiactividad. Yoshiko vive en la ciudad de Fukushima –a 55 kilómetros de la central siniestrada– y, como sus vecinos, mantiene las ventanas siempre cerradas y no cuelga ropa al aire libre.
Es que, un año después de la catástrofe, no han terminado los trabajos de limpieza de sustancias radiactivas en Fukushima. Operarios retiran de plazas y jardines privados toda la capa superior de tierra. Esto ha permitido reducir los índices de radiactividad, desde 1,5 microsievert por hora tras la catástrofe, a 0,2 microsievert. Pero el índice normal, previo al desastre, era cinco veces menor. Y los trabajadores que desarrollan esta tarea, en vez de equipos de protección especial, usan a menudo guantes y máscaras convencionales. Se acusa al gobierno japonés de no controlar a las compañías privadas a quienes confió la tarea.
Pero lo peor es que “no existe una dosis segura de radiación”, tal como advirtió, entre otros expertos, Hiroaki Koide, profesor en el Instituto de Investigación de Reactores de la Universidad de Kioto. Explicó que en realidad “es imposible descontaminar la tierra” y que “el gobierno sólo está moviendo la lugar radiactividad de un lugar a otro”. El hecho es que el gobierno todavía no decidió dónde almacenar la tierra y residuos contaminados que se están retirando. Mientras tanto, se deposita todo en un lugar de las montañas que rodean la región, pero los residentes temen que, como en una película de terror, las sustancias desciendan.
Tampoco se resolvió dónde almacenar el agua que quedó contaminada durante los trabajos de enfriamiento de la central destruida. El gobierno japonés prevé gastar 12.300 millones de dólares en los trabajos de limpieza, que no terminarían antes de marzo de 2014, pero la radiación no ha cesado de brotar de la central dañada, aunque a un ritmo más lento. Si al principio el mayor peligro era la exposición directa a altos montos de radiación, hoy el principal riesgo es consumir alimentos y agua contaminadas. El material radiactivo se ha acumulado en el suelo, es absorbido por los vegetales y se concentra en sus hojas.
Por eso las escuelas de la región han restringido las actividades al aire libre. En los hospitales, miles de personas están en lista de espera para verificar qué nivel de radiación llevan en sus cuerpos; saben que están contaminados, pero no saben qué riesgos implica la radiactividad que portan. Se admite que Fukushima será un caso testigo acerca de la exposición a largo plazo a bajas dosis de radiación. Algunos expertos dicen que los riesgos son “bastante reducidos” para las personas que viven por fuera de la zona de exclusión –en un radio de 20 kilómetros desde la central dañada–, pero recomiendan no comer alimentos de producción local y no permanecer en lugares “calientes” donde se acumula la radiación, como zanjas y zonas con follaje; también sugieren, a los que puedan hacerlo, viajar periódicamente fuera del área. Para los chicos, los riesgos son mayores. Más de 280.000 personas residen actualmente en la ciudad de Fukushima y varios centenares de miles viven en áreas cercanas, incluidos muchos de los cien mil que fueron evacuados de la zona de exclusión.
“La gente tiene un terror mortal”, señaló, desde Fukushima, Wolfgang Weiss, director del Comité Científico de Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica. Se critica al gobierno por haber impartido un sesgo optimista a la información a fin de evitar el pánico. Autoridades municipales de Fukushima insistieron en que una exposición a 100 milisieverts de radiación por año es segura, pero los expertos admiten que eso no puede demostrarse. En esa ciudad la exposición es de entre 20 y 50 milisieverts.
Entretanto, Yukiya Amano, titular del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), sostuvo que “una de las razones que permitieron el accidente fue la falta de independencia del organismo japonés de regulación de las empresas de energía nuclear: la supervisión sobre el operador era débil”. Amano suavizó sus dichos al manifestar que, hoy, “Japón está en proceso de crear su organismo regulador nuclear independiente”. Sin embargo, el anunciado proyecto de trasladar el control de las centrales nucleares desde el Ministerio de Energía al de Medio Ambiente no se concretó todavía.
De las 54 centrales nucleares existentes en Japón, sólo hay dos en funcionamiento. Tras el desastre de Fukushima, a medida que se iban cerrando para inspecciones de rutina permanecieron inactivas y no volvieron a abrirse hasta ahora.
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