SOCIEDAD
“La tortura resulta ser el arma más eficaz contra la democracia”
Inge Genefke, del Consejo Internacional para la Rehabilitación de Víctimas de la Tortura, asegura que esa práctica se funda en un saber metódico que debe contrarrestarse en el tratamiento a las víctimas.
› Por Pedro Lipcovich
“Por primera vez en la historia de la humanidad, sabemos más que los torturadores”, se enorgullece Inge Genefke, fundadora del Consejo Internacional para la Rehabilitación de Víctimas de la Tortura (IRCT). Su afirmación lleva implícito que la tortura, lejos de ser manifestación de barbarie, se funda en un saber siniestro y sutil, que circula y se enriquece entre los profesionales que la practican institucionalmente en por lo menos la mitad del mundo. El saber del torturador lo lleva a elegir para su práctica los instrumentos más adecuados a cada país –el ají picante en Sri Lanka, la brasa del cigarrillo en muchos lugares, el pico de la botella en todo el mundo– y, siempre, la ambición del tormento va más allá de arrancar información o descargar violencia: exige marcar para siempre la subjetividad de cada torturado para sostener la organización social a la que el torturador sirve. Para contrarrestar esa sabiduría maléfica, el ICRT organizó un centro de información (accesible por internet) que incluye 40.000 trabajos especializados, fruto de la experiencia de 30 años de asistencia a víctimas de la tortura, a través de 250 centros de rehabilitación en todo el mundo. Inge –reconocida internacionalmente por su actividad en derechos humanos– visitó la Argentina y dialogó con Página/12.
“En 1974, Amnesty International nos pidió, a un grupo de médicos, definir criterios para ‘diagnosticar la tortura’ y así certificar la veracidad de denuncias por ese motivo: primero tratamos de reunir lo que la medicina sabía sobre la tortura, pero resultó que era cero; nada se sabía de las consecuencias psíquicas, físicas y sociales de la tortura; apenas se admitía la posibilidad de diagnosticar sus secuelas físicas”, recuerda Inge Genefke, quien es danesa y visitó recientemente la Argentina como invitada especial al XIX Congreso Argentino de Psiquiatría de APSA.
El que entonces se llamaba Grupo Médico Danés de Amnesty International “empezó a trabajar sobre todo con refugiados procedentes de América latina, especialmente de Chile –tras el golpe militar de 1973– y, después, de Argentina y Uruguay. También con víctimas de la dictadura militar que padeció Grecia desde 1967”, relata Inge.
Muy pronto –agrega– “advertimos que el mayor problema de la tortura eran sus secuelas psicológicas”. Sin embargo, “no es que las víctimas queden ‘enfermas’. Pero suelen tener problemas: depresión, angustia, dificultades para concentrarse, fallas en la memoria y, también, lo más difícil de comprender, sentimiento de culpabilidad” (ver recuadro).
Esos efectos, lejos de ser un daño colateral, definen el sentido mismo de la tortura. “Los torturadores son muy inteligentes –observa Inge–: hay una metodología, los resultados se comunican, hay un aprendizaje de un país a otro; muchos torturados han dado testimonio de cómo, encapuchados, escuchaban acentos de diversos idiomas.”
La metodología de la tortura admite “diferencias culturales”, observa Inge: “En Sri Lanka se utiliza ají picante en polvo, que, aplicado en el interior de la nariz o en los genitales de la víctima, produce dolor y ardor: es el mismo que en la cocina de ese país se usa cotidianamente, de modo que, cuando el torturado salga de prisión, cada día, en cada comida, recordará la tortura. Por el mismo motivo se quema a la gente con cigarrillos: cuando la víctima salga por fin de la cámara de tortura, cada cigarrillo, en cualquier lugar, lo devolverá a la angustia”. Por la misma causa, existe una herramienta universal de violación “que es la botella -observa la doctora Genefke–: en todas partes se la usa para violar a mujeres y a hombres que, una vez en libertad, revivirán la tortura infinitamente, ante cada botella que vean”.
Es que “el propósito último de la tortura no es hacer que la víctima confiese sino destruirla psicológicamente, y esta destrucción tiene a su vez el propósito de atacar toda posibilidad de democracia: la tortura resulta ser el arma más eficaz contra la democracia”, sostiene la titular del IRCT. Operar esa arma es, según Genefke, la función del torturador profesional. “Por supuesto, siempre hay personas a quienes les gusta infligir dolor a otras, pero no se trata de eso sino de la profesionalización: los torturadores aprenden, van a escuelas donde se enseñan metodologías”.
El otro borde de la pinza con que la tortura ejerce su presión sobre las sociedades es la impunidad. “Es difícil resolver las secuelas psicológicas si los torturadores permanecen impunes: la justicia cura”, resume Inge. Una dificultad preliminar para establecer justicia es que “mucha gente y muchos gobiernos prefieren taparse los ojos, y a esto contribuye el hecho de que la experiencia de la tortura es difícilmente comunicable: es otro mundo, un mundo que es real pero es otro y parecería requerir otro idioma, un idioma que no existe, para poder hablar de él.”
En los 250 centros de rehabilitación que la IRCT tiene en cuatro continentes, sí se puede hablar de la tortura. “Trabajamos en equipos conjuntos de médicos, psicólogos, fisioterapeutas, asistentes sociales: trabajamos con las víctimas, con sus familias, con sus redes sociales.” No hay una técnica unificada sino un proyecto compartido, y los profesionales aplican distintas estrategias, como el psicoanálisis o la teoría sistémica.
“Hay que tomar precauciones: por ejemplo, a una persona que haya sido torturada con electricidad puede serle imposible tolerar los electrodos de un electrocardiograma, o puede sufrir un ataque de angustia si debe acostarse en una camilla de metal parecida a la que usaron con él aquella vez; un examen de la vista con luz fuerte puede ser terrible para algunos, y a quienes han visto demasiada sangre puede ser muy difícil hacerles una extracción para un análisis”, enumera Inge.
Es que, como puntualiza la fundadora de la IRCT, “la tortura es el trauma más grande, el peor, sin comparación con ningún otro porque es causado por un hombre, de manera precisa y deliberada, a otro hombre”.
El Centro de Información de la IRCT, en Copenhague, cuenta con 40.000 trabajos, que incluyen libros, artículos, filmes y diapositivas. Gran parte del material es accesible por Internet: www.irct.org
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