Mar 22.04.2003

SOCIEDAD • SUBNOTA

La culpa y otros síntomas

› Por Pedro Lipcovich

“Una chica que había sido torturada, terriblemente torturada durante la última dictadura militar en la Argentina, después se sentía, ella, culpable: sin embargo, no había delatado a nadie, no había dicho nada bajo la tortura. Su sentimiento de culpa se vinculaba con que los torturadores le habían dicho que, cuando estuviese dispuesta a hablar, hiciera una señal con la mano, y en la tortura ella hacía movimientos involuntarios, ellos por momentos creían que estaba dispuesta a hablar y, años después, ella no se lo podía perdonar.” Quien narra el caso es Lucila Edelman, del Equipo de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP), entidad vinculada con el Consejo Internacional para la Rehabilitación de Víctimas de la Tortura (IRCT).
“Para empezar a entender esa culpa –continúa Edelman–, hay que tener presente que en toda situación de tortura está en juego la humillación: el signo que los torturadores solicitaban era, para ella, el signo de la humillación, y lo que estaba en juego era la posibilidad de resistirse a la humillación. Es habitual que el sentimiento de culpa esté presente en las personas que han sufrido tortura.”
En la experiencia del EATIP, “la tortura tiene una secuela traumática que, aun muchos años después, puede manifestarse como angustia incontrolable ante determinados estímulos que hagan recordarla, o ante situaciones de crisis como una intervención quirúrgica o una separación matrimonial. De todos modos, no hay que olvidar que muchas personas, después de sufrir la tortura, han podido sostener sus vidas y llevar adelante sus proyectos”, destaca Edelman.

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