SOCIEDAD › A PROPóSITO DE UNA INVESTIGACIóN CIENTíFICA
El físico y doctor en Neurociencia Mariano Sigman llevó adelante una investigación sobre cómo los hombres miran los senos y los glúteos de las mujeres. La difusión periodística del trabajo, dice el autor, trajo aparejadas algunas confusiones que busca aclarar en este texto.
› Por Mariano Sigman
Opinión
Hace unos meses publicamos un artículo titulado “Eye Fixations Indicate Men’s Preference for Female Breasts or Buttocks” (“Las fijaciones oculares indican la preferencia de los hombres por los pechos o los glúteos femeninos”) en la revista Archives of Sexual Behavior. La comunicación de prensa de este trabajo en una nota en la revista Veintitrés ha generado controversia. El aspecto más crítico quedó bien reflejado en un comentario de Dolores Curia publicado en el suplemento Las12 de este diario.
Por una serie de razones que aquí esbozo, la nota de la revista Veintitrés no reflejó adecuadamente el contenido ni la intención del trabajo. Aquí hago unas clarificaciones que considero importantes, referidas en primer lugar a la investigación misma y en segundo lugar a la siempre difícil tarea de expresar el contenido de la actividad científica en los medios masivos.
Como lo indica el título, éste es un estudio sobre los hombres, sus preferencias y sus sesgos. Por supuesto no es indiferente que este estudio no es sobre cómo el hombre mira paisajes o textos (que por cierto lo hacemos, por lejos, en mayor medida), sino sobre cómo mira senos y glúteos.
La concepción misma de este estudio parece responder a un estigma, a una preconcepción. ¿Por qué estudiar la mirada del hombre sobre los senos o los glúteos? La respuesta a esto la damos en el texto mismo del artículo1.
La motivación principal de este estudio lamentablemente no fue expresada de manera transparente y precisa en la comunicación de prensa que se ha hecho del mismo.
Lo hablemos o no, lo investiguemos o no, hay una presión desmesurada de la sociedad que lleva a muchas mujeres a someterse a una cirugía para cambiar sus formas. ¿De dónde sale esta presión? En nuestro estudio discutimos largamente esto y referenciamos a una gran cantidad de trabajos previos que han mostrado cómo el gusto sigue tendencias impuestas por la cultura. Es decir, cómo esa preferencia que aquí cuantificamos emerge de una compleja interacción de factores, la mayoría de ellos sociales.
Nosotros no festejamos ni alabamos esto, simplemente lo explicitamos.
Como en muchos otros aspectos espinosos de la psicología humana, una posibilidad es hacer como el avestruz. De eso no se habla. Eso no se investiga. Eso no se mira. Como si silenciar preferencias mundanas de algunos hombres fuese una manera de revalorizar a la mujer.
Otra posibilidad es investigarlo sin miedo, sin vergüenza. Nosotros creemos que el sexo, sus preferencias, sus motivaciones y sus deseos no deben estar ajenos al ejercicio intelectual, ni de la literatura, ni del cine y tampoco de la ciencia. Fundamentalmente construimos sobre la premisa de que hacer estos asuntos explícitos y comenzar a comprender su origen puede ayudar a entenderlos y actuar sobre ellos.
Presento aquí otro ejemplo provocativo, para argumentar que esta problemática se refiere más genéricamente a aspectos de nuestro comportamiento que son más estereotipados de lo que intuimos. ¿Qué hace que uno confíe en el otro, que considere a una persona cándida o, por el contrario, que agencia malas intenciones? Mi respuesta es que este juicio debe basarse en un entendimiento profundo del otro, un conocer de sus acciones, pero además de sus circunstancias, de sus dificultades, de su historia. Sospecho que éste es un punto de amplio consenso.
Miren las fotos que están abajo y consideren de manera espontánea, cuál creen que es una persona más cándida y cuál es una persona de la que desconfiarían.
Un estudio experimental muestra una clara preconcepción general: la de la izquierda parece ser una persona más confiable, de quien se presumen mejores intenciones. Esta preconcepción condiciona opiniones, impresiones, la manera de actuar y de relacionarse. Sin este estudio creo que era difícil intuir que la curvatura relativa de las cejas y de la boca y el ancho de la nariz condicionan la percepción sobre la credibilidad del otro.
Decidir si corresponde dar crédito a este juicio trasciende el ejercicio de la ciencia y se corresponde con creencias, filosofía, política. Mi visión es que entender este tipo de inferencias sirve para poder elaborarlas y eventualmente cambiarlas.
Nuestro estudio se embarca dentro de esta premisa. Preguntamos a mucha gente si consideraban que daban mayor importancia a los senos o a los glúteos en el proceso de decidir si una mujer les parecía atractiva. El primer resultado –el menos importante– es que una leve mayoría (alrededor de un 60 por ciento) declaraban que le daban más importancia a los glúteos. El segundo resultado es que –pese a que existía la opción explícita de responder que se les daban importancias similares– esta opción quedó prácticamente desierta.
La segunda parte del estudio –que le da el título– es observar la mirada. La observación de la mirada es una de las herramientas ubicuas para entender la toma de decisiones y en general una gran gama de aspectos del pensamiento humano. En este caso particular, observamos si los hombres que declaraban una marcada preferencia focalizaban la mirada –como uno podría suponer– de acuerdo con su preferencia. Encontramos que, por el contrario, la mirada se repartía uniformemente entre pechos y glúteos aun para aquellos que declaraban una preferencia muy marcada. Sin embargo, la última fijación de la mirada sí se correspondía de manera precisa con la preferencia expresada. Lo que nosotros inferíamos de esto (inferencia que, como siempre en ciencia, puede ser errónea) es que hay un proceso de camuflaje, o de intención de no denotar la preferencia. Nuestro trabajo sugiere, por lo tanto, que aun cuando un hombre considera sólo dos rasgos (aquí los senos y los glúteos) en el proceso de decisión de atracción por una mujer tiende a focalizar fuertemente en uno de ellos y que la mirada denota este sesgo, pero de una manera sutil.
Enfatizo los conceptos más relevantes. La mujer no es la mirada del hombre sobre ella. No pensamos eso, no creemos eso, no pensamos que este estudio suponga eso de ninguna manera. Por el contrario, pensamos que explicitar y desnudar esta mirada puede ayudar a mejorar una realidad actual en la que se hace evidente que grandes aspectos de la mirada (no sólo del hombre, sino también de la mujer, por supuesto) parecen tener un peso enorme que incluye desórdenes alimentarios, una ejercitación física desmesurada en pos de la imagen y pasar por un procedimiento quirúrgico. Ojalá en un futuro las mujeres no se operen para cambiar su forma, tal como sucede hoy en día.
Muchos científicos se dirimen sobre si expresar sus resultados en los medios, por la tensión entre la intención natural de divulgar y el miedo a que el mensaje no llegue claro y preciso. Cualquier investigador sabe que el título, las frases destacadas o seleccionadas fuera de contexto y la necesidad de explicar nociones complejas en pocas palabras terminan vertiendo un mensaje en el que no se reconoce a sí mismo. En algunos casos, como cuando están en juego asuntos médicos que pueden generar falsas expectativas, esta distorsión se vuelve más sensible.
No es mi objetivo aquí hacer un estudio exhaustivo sobre este asunto, sino referirme concretamente a la difusión de nuestro estudio sobre la mirada a glúteos y pechos y en particular a la nota en la revista Veintitrés que fuera criticada en este diario por Dolores Curia.
Mi primer mensaje es de reconocimiento de esta crítica y de un sincero pedido de disculpas a cualquier persona a la que aquella nota le haya generado malestar. La comprensión de una nota, de su mensaje, es una mezcla compleja que reúne frases dichas, fotos, recortes, títulos y convenciones implícitas. El conjunto de todas ellas fue claramente en contra de lo que hubiese querido expresar.
Hay dos elementos puntuales que quiero explicitar. El primero refiere a donde digo (enfatizando que es una ironía) que una conclusión simplista del estudio es que “las mujeres invierten mal la plata porque en su mayoría se operan las tetas cuando los hombres son más culeros”. Esto es, como está dicho, un chiste (malo e inoportuno) que, fuera del contexto de lo que dije después –que no quedó en la versión editada de la nota– y que era un llamado a la reflexión seria sobre por qué acaso nos operamos, carece completamente de sentido. Enfatizo aquí nuevamente, por la importancia que tiene, que creo que como sociedad tenemos que hacer una reflexión importante para preguntarnos por qué hay cada vez más mujeres que se someten a cirugías.
Lamento que en la edición final, de la que por supuesto yo no tuve control, nada de esto se perciba. Esto resultó de una conjunción de factores: mi incapacidad de transmitir bien algunos conceptos, no haber recibido el tiempo necesario para revisar la versión editada de la nota y de decisiones editoriales sobre las que no tengo ninguna injerencia; sobre cómo ilustrar o contextualizar la nota que nada tienen que ver con cómo yo hubiese querido que esto se expresara.
En segundo lugar, siento haber usado un lenguaje chabacano. He tenido una amplia actividad de divulgación científica y siempre he intentado hacerlo con un lenguaje liso, llano. He tratado de evitar jerga y hablar con un lenguaje lo más cercano posible al lenguaje cotidiano. Si bien creo que en general ésta es una buena manera de contar ciencia, comprendo y siento que en esta circunstancia no fue atinado ni ayudó de ninguna manera. En vez de hacer el mensaje llano como hubiese deseado lo que hizo fue banalizarlo o estigmatizarlo.
Motivó esta iniciativa generar un debate que considero importante. Que el deseo sexual, aun en sus aspectos aparentemente más mundanos, no es propiedad exclusiva de la banalización y del abordaje superficial.
Reflexioné sobre un momento del cine en el que mostrar un seno o un pene en cámara se veía como un escándalo asociado a la trivialidad y de cómo creo que hemos madurado desde el arte, el cine y la novela para no asociar sistemáticamente la expresión de sexo a lo chabacano. Creo que la ciencia puede sumar y contribuir a este ejercicio intelectual y ojalá este mensaje más preciso sirva para promover este debate.
1 “Enfatizamos que la elección de este estudio de ninguna manera implica que estos dos rasgos sean los más relevantes o especialmente distintivos de una mujer. Simplemente buscamos observar cómo se combinan en la formación de la preferencia masculina porque identificamos que –en Argentina– esto ha sido un asunto de debate folclórico que no había sido sujeto de una investigación rigurosa. De hecho, la pertinencia de la forma de los pechos y los glúteos en la cultura moderna se evidencia en el número de cirugías estéticas, más de 1.500.000 en el 2008 en Estados Unidos. El procedimiento más popular es el de aumento de pechos, con más de 300.000 procedimientos en Estados Unidos en 2008. Esto corresponde a un crecimiento del 46 por ciento en la última década y a un costo de más de mil millones de dólares. (American Society of Plastic Surgeons, http://plasticsurgery. org/). Este estudio por lo tanto se refiere de una manera formal y cuantitativa a un aspecto de la ciencia natural con amplia pertinencia en la economía y en la salud, que ha sido fundamentalmente relegado al folclore y al conocimiento anecdótico.”
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