Mar 06.05.2003

SOCIEDAD  › COMO HACE LA GENTE DE CLASE MEDIA PARA SOBREVIVIR A LA INUNDACION

Entre la necesidad y la vergüenza

No se contabilizaron como evacuados porque se fueron por su propia cuenta. Algunos están en hoteles pagados por ellos o sus empresas. Pero otros, pese al pudor, ocuparon casas vacías o reclaman algún tipo de asistencia.
Crónica de la clase media inundada.

› Por Carlos Rodríguez

Desde Santa Fe

La clase media, uno de los bastiones que tuvo siempre el ex corredor de autos Carlos Alberto Reutemann para subirse dos veces al podio de la gobernación, también quedó esta vez bajo las aguas del Salado. Ellos hoy tratan de salir a flote como pueden: instalándose en hoteles por su cuenta o por un gesto solidario de las empresas en las que trabajan, convirtiéndose en culposos y avergonzados “okupas” por obra y gracia de las circunstancias, o saliendo a trabajar como voluntarios en los barrios más pobres, olvidando por esta vez el auto, la casa y los bienes materiales que quedaron atrapados por la caudalosa desgracia que acongoja a todos los santafesinos por igual. Algunos no desaprovechan la oportunidad de disparar una catarata de palabras sobre el frágil bote en el que Reutemann navega contra la corriente. “Nosotras lo votamos las dos veces, nos parecía un hombre honesto y tal vez lo sea, pero no sirvió para nada. Esta vez, al menos, no sirvió para nada.” Rocío y María Luisa, esposas de bancarios, siguen el correteo de sus hijos, de entre 4 y 9 años, en un salón de la planta baja del Hotel España, que desde hace varios días es su compartido living comedor.
Dos empresas, Prosegur y el Banco de Santa Fe, contrataron en total 29 habitaciones –“a precios diferenciales”, aclaran fuentes del hotel– en las que se acomodaron como pudieron cerca de 70 personas, la mayoría mujeres, niños y ancianos. Los maridos siguen trabajando de día y por las noches vigilan, con un ojo abierto mientras duermen, en los techos o en las húmedas habitaciones de sus viviendas, para evitar hipotéticos robos. “Nosotros somos del barrio Roma (un complejo habitacional de clase media). Yo me vine con los chicos, porque era imposible tenerlos en el departamento del segundo piso, aislados de todo, ya que en los primeros días, para entrar, mi marido tenía que llegar en bote y después meterse por la ventana de un vecino.” María Luisa suspira y se consuela pensando en una amiga suya: “Ella vive en una casa que se llenó de agua y se le arruinó todo: los muebles de algarrobo, los electrodomésticos, los libros, todo. Nosotros, por lo menos, tenemos la casa seca”.
En el Hotel Río Grande, ubicado también en pleno centro de Santa Fe, doce habitaciones están ocupadas todavía por unas 30 personas, mujeres y niños, que tienen el respaldo de la firma Movicom. “Yo soy empleada y mi marido también. La verdad que se portaron bien porque nosotros perdimos todo, absolutamente todo, hasta el auto. Tuvimos que salir corriendo y ni siquiera pudimos subirnos al coche, porque la correntada se lo había llevado. Nos sacaron del complejo La Florida en un vehículo anfibio”, cuenta Marcela, mientras lleva sus dos manos a la cabeza. Fernando, de 52 años, empleado municipal, habla con Página/12 asomado al balcón del primer piso de un departamento de ese mismo barrio, que tiene cinco torres y decenas de casitas bajas ahora inutilizadas.
“Mi mujer y mis hijos estuvieron en el Hotel Niza y ahora se fueron a casa de unos tíos, porque es imposible bancarse el costo de la habitación. Yo me quedé encerrado acá para cuidar la casa (muestra un arma de bajo calibre que confiesa que ni sabe manejar). Esto es una desgracia que se la debemos al gobierno, y pensar que yo lo voté. En esta carrera abandonó, ni siquiera llegó segundo.” La alusión que hace Fernando sugiere que Reutemann tiene ahora un nuevo karma que puede dañar en forma definitiva su futuro político. “Se volvió a quedar sin nafta”, insiste Fernando, aludiendo a una recordada frustración deportiva del Lole en el Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires.
En el Hotel Niza se refugiaron varios inundados. Algunos se fueron luego de dos días y el resto se tuvo que retirar en procesión. “Nos quedamos sin luz y sin agua por tres días porque se dañó una conexión subterránea. Nosotros también fuimos afectados y todavía tenemos agua en el subsuelo”,comenta a este diario una de las encargadas del hotel ubicado en Rivadavia y Eva Perón. En el Hotel Castelar hay una familia que vino de Recreo, una ciudad ubicada 20 kilómetros al norte de Santa Fe que también sigue bajo las aguas. “Había otras dos familias, pero se fueron por el costo”, informó una empleada. En los primeros días también estuvieron llenos de afectados los hoteles Brigadier y Cervantes. En este se alojó personal del gremio docente que ahora está realizando tareas como voluntario en los centros de atención a los inundados.
“Yo estoy dando apoyo psicológico, pero a la vez lo estoy recibiendo, porque yo también soy una inundada, aunque mi caso no es tan grave como el de aquellos que perdieron hasta lo poquísimo que tenían.” María Pía es psicóloga con vacaciones obligadas porque el consultorio, instalado en su propio domicilio, es un lugar inaccesible, aunque está en un piso alto de un edificio de departamentos. “Al auto lo perdí, ni siquiera apareció cuando bajaron las aguas.” María Pía salió a calmar su dolor tratando de calmar dolores ajenos en los barrios Roma y Chalet. Tiene un hijo de cuatro años que por ahora está viviendo con su ex marido. “Los afectados de la clase media tenemos vergüenza de ir a pedirle algo al gobierno. Sentimos que nuestra situación es mejor que la de otros. De manera tal que no somos ni evacuados ni autoevacuados”, las dos calificaciones que les dan las autoridades a los 70.000 afectados reconocidos oficialmente. “A veces pienso que somos parias o exiliados. No sé qué es lo que somos”, dice María Pía con una triste sonrisa.
Leonardo tiene 35 años, es empleado bancario, y tiene miedo de que su nombre completo aparezca en los diarios. “Esto es todo un aprendizaje, es empezar de nuevo. Nunca pensé que pudiera ser un piquetero y un okupa. Ahora, de hecho lo soy, aunque creo que estoy justificado. En verdad, ahora también comprendo mucho más a los que tienen que vivir de esa manera. Pero es duro, te juro que es muy duro.” En Garay al 3000, un grupo de personas, todos autoevacuados, se cansaron un día de vagar con sus hijos por las calles y resolvieron tomar una casa que tenía un cartel invitador: “Se alquila”. Como no tenían un peso en el bolsillo resolvieron cambiarle el rótulo y le pusieron “se ocupa”. Y allí están, además de Leonardo, otros treinta, la mayoría de clase media, aunque hay algunos que sólo se diferencian ahora porque tienen “una mayor cultura de la calle a la hora en que llega el agua”.
El líder natural de la ocupación es Alberto, que llegó escapando de las olas que lo seguían desde el barrio San Lorenzo, uno de los 14 que todavía siguen bajo las aguas. “Nadie nos daba bola en ningún lado y no tuvimos más remedio que forzar un poco la cerradura. Fue fácil hacerlo, pero difícil tomar la decisión. De todos modos, teníamos al Salado atrás y al Paraná adelante. No teníamos opción.”

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