SOCIEDAD › REPORTAJE A SEBASTIAN CUATTROMO DESPUES DEL FALLO CONDENATORIO AL EX CURA QUE LO ABUSO A LOS TRECE AÑOS
Le costó muchos años hablar de lo que sufrió en el Colegio Marianista y otros doce lograr que la causa llegara a juicio. El martes vio cómo el abusador, ex docente y ex religioso recibió una condena a doce años de prisión.
› Por Mariana Carbajal
“Me costó mucho tiempo ver lo que me había pasado como lo que era: un descomunal abuso de poder, una notable injusticia, una relación dispar, asimétrica”, dice Sebastián Cuattromo, sobre los abusos sexuales que sufrió cuando tenía trece años, de parte de un ex religioso y docente del Colegio Marianista del barrio de Caballito. Se siente aliviado. El martes escuchó con satisfacción el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N° 8 que condenó a doce años de prisión por los delitos de “corrupción de menores agravada, reiterada y calificada” a su agresor. Esta semana se leerán los fundamentos del fallo. En una entrevista con Página/12 contó sobre el impacto en su vida de esos hechos, sobre la culpa que sentía por no haber podido defenderse de los ataques sexuales, sobre el silencio en el que los mantuvo durante diez años, el momento en que pudo ponerlos en palabras frente a un amigo, su lucha de más de una década para llevar al imputado al juicio y la decisión de hacer pública su historia, como una forma de que su experiencia individual trascendiera. “La sensación de reparación fue importante”, señaló en relación con el fallo condenatorio.
Una de las circunstancias que lo paralizó durante tantos años para contar lo que había vivido fue la repercusión del famoso caso del ex técnico de San Lorenzo Héctor “Bambino” Veira, denunciado por intento de violación de un chico de trece años. “Lo mío ocurre a fines de los ‘80. De alguna manera es contemporáneo al llamado “caso Veira”. Yo era muy futbolero, hincha de San Lorenzo de Almagro. En esa época iba mucho a la cancha y recuerdo la sensación de estar en una tribuna y ver a miles y miles de personas mofándose de ese tema. En el caso particular de la tribuna de San Lorenzo, había que hacer una reivindicación de Veira y la tribuna de enfrente se encargaba de cargarlo. Eso también me marcó mucho en ese momento. La sensación que tenía era que el mundo de los adultos, si yo intentaba hacer algo con esto (los abusos), me iba a aplastar, me iba a destruir. Eso fue muy claro”, dijo en diálogo con este diario.
–¿Qué sintió cuando escuchó el veredicto?
–Primero me costó caer. Fue algo muy breve, fugaz, casi intempestivo. El Tribunal había pasado a deliberar y de pronto los jueces volvieron a la sala y en menos de dos minutos leyeron el veredicto. Lo primero que hice fue abrazar a mi compañero de lucha de todos estos años y a los pocos afectos que pudieron estar presentes en ese momento en la sala, mis padres, amistades.
–Tengo la sensación de que en estos doce años que le dedicó a impulsar este juicio puso su vida en una especie de paréntesis.
–Hay un poco de eso. Sí. Al mismo tiempo con todo el valor simbólico que tiene la conclusión del juicio, con este veredicto condenatorio, ahora se mezclan sensaciones de mucha incertidumbre en relación con la nueva etapa que inevitablemente se abre a partir de la conclusión de toda esta lucha judicial de tantos años.
–¿Cómo piensa que sigue ahora tu vida?
–Por un lado me gustaría seguir vinculado con toda esta lucha social y colectiva a favor de la ampliación de derechos humanos pensando en niñas, niños y adolescentes. Sentir que estoy contribuyendo en ese camino sería muy importante para mí. En el juicio nos acompañaron algunas organizaciones a través de amicus curiae como el Colectivo de los Derechos de Infancia, el Comité de Seguimiento de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, DNI, la Comisión Provincial de la Memoria, de la provincia de Buenos Aires, particularmente su presidente, Hugo Cañón, que estuvo en más de una audiencia. En un plano más personal, ahora tengo una necesidad muy fuerte de reorganizar mi vida. No deja de ser bastante artificial el hecho de participar activamente de un proceso judicial: es un mundo, una realidad aparte prácticamente, con sus códigos, sus rutinas. Cuando uno se involucra muy intensamente dentro de ese universo quizás puede llegar a perder el contacto con otras dimensiones de su vida. A mí, algo de eso me ha sucedido. Creo que ahora mi vida va a pasar por un profundo reacomodamiento.
–¿Cómo lo afectó haber sido víctima de abuso sexual a los trece años? ¿Qué impacto tuvo en su vida?
–Siempre lo viví como una profunda injusticia. Atravesé distintas etapas. Por un lado, ha tenido influencias y consecuencias muy negativas en mi vida. Podríamos hablar de un trauma muy complejo, muy profundo, en las cuestiones afectivas, sexuales, relacionales en general. Cuando sufro el abuso tenía 13 años y esa etapa de pubertad, y adolescencias en muchísimos aspectos la viví casi con un gran distanciamiento de los demás. ¿Cómo me afectó? Durante muchos años sentí una suerte de anulación.
–¿Pudo formar pareja?
–Pude en mi juventud. Ahí sentí una influencia fuerte de lo que fue aquel Colegio Marianista, que me inculcó una impronta machista, violenta, autoritaria muy clara, que inclusive creo que en mi juventud la reproduje, entre otras cosas, porque se postulaba como el único modelo, la única manera de ser varón, un modelo de masculinidad hegemónica muy claro, en el cual el hecho de haber sido un varón abusado por un varón adulto, en ese contexto, representaba el más profundo de los disvalores. ¿Cómo un varón no supo reaccionar y hasta violentamente ante una agresión de otro varón y de connotación sexual? Eso fue algo que a mí me mortificó mucho, me pesó muchísimo.
–¿Se culpabilizaba?
–Sí. La sensación de autoincriminación fue muy fuerte. Me acuerdo porque estos abusos ocurren cuando estaba terminando la escuela primaria. Luego durante toda la secundaria, en ese ambiente, con esas características culturales, entre nosotros –aunque la secundaria fue mixta, seguían siendo mayoría los varones– el peor agravio que podía haber ahí adentro de un varón a otro era decirle “sos homosexual”. Eran muy habitual el hostigamiento, las cargadas. Esto que era cotidiano yo lo sufría terriblemente, con esta carga de este episodio. A mí me costó mucho tiempo verlo como lo que era: un descomunal abuso de poder, una notable injusticia, una relación dispar, asimétrica.
–¿A su familia cuándo le cuenta lo sucedido?
–Diez años después.
–¿Sentía que no tenía el ámbito para contarlo?
–No y paradójicamente crecí en una casa con padres piolas en cuestiones políticas, sociales, ideológicas. No era una familia reaccionaria ni de derecha, pero en el terreno de la sexualidad predominaba una mirada muy conservadora. Se daba esta contradicción. No había ámbito, no había espacio, no había clima.
–¿Cuándo y a quién le contó por primera vez de los abusos sexuales que había sufrido?
–Hubo una decantación de todo este proceso, de diez años. Ya cuando estoy en mi juventud, entre otras cosas, había tomado una distancia de años de aquel mundillo marianista. Y me permitió compartirlo con los demás. La primera persona a la que le conté fue un amigo muy cercano. A mí me sorprendió. No sé cómo pudo irrumpir esto. Me sorprendí de estar nombrándolo ante otras personas.
–En esos diez años de silencio, ¿había olvidado los episodios de abuso o eran escenas presentes en su vida?
–Coexistieron las dos cosas. Hubo momentos de olvido, sí. Creo que es casi como una cuestión para sobrevivir a un episodio de este tipo. También hubo otros momentos donde estaba presente como un factor de profunda perturbación.
–¿Hizo algún tipo de terapia para sobrellevar la situación?
–Sí. Pude tratar el tema en terapia. Hay muchas posibilidades siempre de recuperación para quien fue víctima de delitos contra la integridad sexual.
–Algunos de sus compañeros de séptimo grado que también fueron abusados por el mismo docente decidieron no llevar sus casos a la Justicia, aunque declararon en el debate oral como testigos. ¿A usted qué le dejó la experiencia de llegar a un juicio?
–Muy buenas sensaciones. Por un lado, el hecho de haber sido protagonista de una lucha noble, por búsqueda de justicia, la reparación con sentido colectivo, como siempre intenté darle. Sentirse protagonista en una causa judicial no deja de ser complicado. Todavía hay una lógica dominante dentro del Poder Judicial que permanentemente te ubica como un denunciante, testigo, y te transmite el mensaje de que ya el caso no te pertenece, que son ellos los que desarrollan la investigación. La sensación de reparación fue importante. Yo venía de muchos años casi de mucho ninguneo que es lo que suele suceder con este tipo de injusticias. Tuve un acompañamiento estos meses a nivel terapéutico de una organización, el Comité para la Defensa de la Salud, la Etica y los Derechos Humanos, que asiste a víctimas de delitos de lesa humanidad en los juicios. Desde el primer momento ellos me advertían: no pases de largo con el juicio, no lo desaproveches. Dentro de la sala de audiencias sentí que de alguna manera afloraba el dolor de aquel niño que fui.
–Demoró doce años en llegar el juicio oral. Un tercio de su vida.
–Sí. El trajinar en el sistema judicial en estos años fue bastante intenso para lograr que avanzara la causa, que se enviara el pedido de captura internacional cuando estaba prófugo el imputado, que se lo extraditara. La sensación final es que valió la pena. Pesa mucho la dimensión de dar a conocer mi historia, de hacerla pública, de transmitir sentidos que no reduzcan esta experiencia a lo estrictamente individual, es algo que a mí me reconforta mucho. Quizás otra persona sin esa perspectiva puede llegar a padecer casi una experiencia de muchos años de lucha dentro del sistema de la Justicia penal.
–¿Por qué decidió hacer público un asunto tan privado?
–Tiene que ver con mi historia personal, por mi pasión por lo político, por lo social y colectivo. La idea de que “lo personal es político”, también pesó.
–Muchas veces a las víctimas de abuso sexual infantil hay interlocutores que no les creen. ¿Alguna vez sintió que no le creían?
–Aun siendo adulto, sí, en algunas circunstancias.
–¿Fernando Picciochi les pidió disculpas a usted y a las otras víctimas de sus abusos?
–No. Negó siempre los hechos en el juicio, aunque lo hizo de un modo poco convincente.
–¿Cómo le resultó encontrarse frente a frente después de tanto tiempo?
–Fue casi como una conmoción, lo vi desmejorado físicamente. Sentí satisfacción al ver las cosas en su lugar. Lo que no dejó de dolerme mucho fueron sus agresiones: nos agredió verbalmente todo el tiempo.
–¿Declararon autoridades del Colegio Marianista y de la congregación?
–Entre otros, en la instrucción y en el debate oral declaró el hermano y sacerdote Luis Augusto Casalá, quien era la máxima autoridad de los marianistas en la Argentina cuando ocurrieron los hechos denunciados, era presidente del Instituto Marianista cuando se inició la causa y actualmente es consejero regional de la Compañía. Casalá admitió el conocimiento institucional de la agresión de Picciochi a otro alumno, del secundario, en 1991, de decir, posteriormente a los abusos contra mí y Fernando. Casalá calificó al episodio (de tocamiento de partes íntimas del estudiante) como un supuesto “juego”, y un “alerta amarillo para la congregación y el colegio” sobre la conducta del entonces hermano Picciochi. También, el padre Casalá declaró que “había sometido” a Picciochi a “un psicodiagnóstico”, que habría dado por “resultado” la “conclusión” de que nuestro abusador era “una persona normal, no homosexual”. Esas fueron sus palabras. Luego, cuando el Tribunal le solicitó al Marianista la presentación del supuesto “psicodiagnóstico”, la institución no pudo acreditar ningún papel. Quedó claro en el juicio que los marianistas no querían quedar pegados al abusador. Y adoptaron una actitud políticamente correcta. Pero vale recordar que el año pasado, en otro colegio de la misma congregación, en el partido bonaerense de 9 de Julio, tuvieron otro juicio por abuso infantil, donde fue condenado otro hermano marianista. A partir de la difusión se puso en contacto conmigo la familia de aquel niño. En ese caso, la actitud del Colegio Marianista fue claramente corporativa, para proteger y encubrir al abusador y para seguir tratando de violentar y agredir a la familia del niño víctima.
–¿Se conectaron con usted otras personas que sufrieron abusos sexuales en su infancia a partir del juicio?
–Sí, eso fue algo que me sorprendió mucho. La mayoría víctimas de abusos intrafamiliares. Muchas me dijeron que nunca lo habían contado.
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