SOCIEDAD › SUSANA TRIMARCO, EN UNA MISA POR EL CUMPLEAÑOS DE MARITA VERON
La madre de Marita estuvo con su nieta Micaela en la Basílica Nuestra Señora de la Merced, del colegio donde la joven tucumana cursó la primaria. Trimarco le pidió a la Virgen que ayudara a su hija. Ayer fue el cumpleaños número 34 de Marita Verón.
Desde San Miguel de Tucumán
La oración empezó: “Santísima Virgen de la Merced, redentora de cautivos”. Ante el altar, en las escalinatas, Susana Trimarco y Micaela Catalán eran las primeras en la fila de quienes leían la imploración a la patrona de la ciudad en la Basílica Nuestra Señora de la Merced. Ayer fue el cumpleaños número 34 de Marita Verón, y, como hace al menos ocho años, Trimarco quiso pedir por ella en el templo de la orden rectora del colegio en el que su hija cursó jardín de infantes y primaria. Caía la noche cuando empezaba la misa; estaba oscuro ya cuando terminó y en el atrio de la basílica los festejos de chicos que habían terminado el secundario se entremezclaban con los saludos de familiares y amigos de Trimarco, muchos de ellos integrantes de la Fundación María de los Angeles. “La Virgen de la Merced –dijo la madre al salir– es la liberadora de la gente en cautiverio; yo le pedí que ayude a mi hija.”
Marita cursó sus primeros ocho años de escolarización en el colegio que la orden tiene a unas pocas cuadras de la basílica, histórica en la ciudad por ser una de las primeras y también la elegida por Belgrano para orar antes de la Batalla de Tucumán. Trimarco, que es profundamente creyente y católica practicante, elige elevar sus oraciones por Marita en este templo desde hace unos ocho años, según contó una familiar que, además, es colaboradora cercana en la Fundación. Ayer, entonces, en el décimo cumpleaños que Marita no puede celebrar en su casa, su madre y su hija estaban allí, en la cuarta fila de bancos, acompañadas por los abogados Carlos Garmendia, Germán Díaz, el defensor del Pueblo de Tucumán, Hugo Cabral, psicólogas, asistentes sociales y más integrantes de la Fundación que lleva su nombre.
Empezó puntual. A medida que pasaron los minutos, el templo se pobló de fieles. En los bancos del fondo, una señora de mantilla; en otro lateral, otra que pasó arrodillada toda la celebración; sollozos y llantos de niños acompañaban, de tanto en tanto, la palabra del cura.
En la basílica, ubicada a una cuadra de la Plaza Independencia, donde pocos días atrás cerca de diez mil personas se congregaron ante el palacio de gobierno para reclamar justicia, el calor apretaba. Era tan intenso que, durante la celebración del oficio, en uno de los laterales, otro sacerdote tomaba confesiones sentado en un banquito ante el cual los confesantes hacían fila. Que el calor no respetaba jerarquías era evidente: al sacerdote la casulla blanca le revoloteaba por un ventilador. Avanzada la ceremonia, leyó por quiénes se elevarían pedidos a la Virgen: “pedimos por María de los Angeles Verón, Marita, que el señor también la acompañe, porque es señor de la vida”, dijo, antes de recordar “que hoy cumple 34 años”. Más adelante, el sacerdote pediría “para que los gobernantes provinciales y nacionales y los responsables de la justicia y la paz de nuestra tierra no oscurezcan sus corazones por ambiciones”.
Casi sobre el final, pidió que todos aquellos que habían elevado sus intenciones pasaran a las escalinatas ante el altar. Trimarco pasó llevando de una mano a una niñita y al otro lado a Micaela; luego pasaron las chicas, los chicos, los señores que se encomendaban en sus propios aniversarios. A la salida, un chico hacía lo imposible por escapar de sus amigos, armados con tijeras, que pretendían cortarle el pelo de prepo. En un rincón, flamantes ex compañeros de colegio se saludaban con más mesura. Trimarco y Micaela permanecieron rato largo más dentro. Estaban recibiendo saludos, acompañamientos.
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