Vie 05.04.2013

SOCIEDAD  › MERCEDES MARTORELL, MAGISTER EN SALUD MENTAL Y PSICOLOGIA SOCIAL

Las secuelas de una catástrofe

La especialista trabajó con los inundados de la ciudad de Santa Fe en 2003. Y lo sigue haciendo, los sigue acompañando en sus reclamos. Con esa experiencia, cuenta qué consecuencias trae en las personas y el tejido social una tragedia de este tipo.

› Por Mariana Carbajal

“Es mucho el sufrimiento. La gente queda arrasada. Es una cuestión muy profunda porque la inundación arrasa con la identidad construida, al llevarse tus objetos cotidianos. Pero no sólo te quita los objetos, la silla, la mesa, el mate; también los ritos cotidianos. Y te sentís perdida, sumado a todas las carencias, desde lo más íntimo, como una bombacha, hasta la comida.” Así resume Mercedes Martorell cómo es el día después entre las poblaciones afectadas por una inundación. Martorell es psicopedagoga, magister en Salud Mental y Psicología Social y cofundadora y directora de la Primera Escuela de Psicología Social de Santa Fe Dr. Enrique Pichón Riviere. Desde ese ámbito acompañaron –y lo siguen haciendo– a los damnificados por el trágico desborde del río Salado, que ocurrió el 29 de abril de 2003, y que inundó la mitad de la ciudad de Santa Fe, con un saldo de 23 personas que murieron en el acto, ahogadas, y muchas más –alrededor de 150 calcula Martorell– por causas asociadas al drama vivido. En una entrevista con Página/12, Martorell se explayó sobre la experiencia de la Escuela en aquella oportunidad y las lecciones aprendidas para ayudar a los inundados. Las secuelas que deja este tipo de fenómeno, advirtió, dependen de las respuestas sociales y de los referentes políticos.

Cada martes, y todos los 29 de cada mes, en la plaza San Martín, de la ciudad de Santa Fe, frente a la Casa de Gobierno provincial, se repite la marcha de las antorchas, pidiendo justicia, por las responsabilidades políticas que generaron aquella inundación. En esa plaza se colocaron cruces por los muertos. “Es el lugar de la memoria”, dice Martorell. La catástrofe ocurrió durante el gobierno de Carlos Reutemann. En la causa judicial hay documentos que dan cuenta de que el director de Hidráulica provincial alertó sobre la inundación dos días antes de que sucediera. Y que hubo voces que advirtieron sobre las deficiencias en las defensas que debían proteger a los barrios del oeste de la ciudad, los que resultaron más afectados.

Estos días, contó Martorell, se sentía rara, angustiada. Cuando recibió el llamado de este diario, para entrevistarla por su experiencia en la inundación de una década atrás en Santa Fe, se dio cuenta de que el malestar tenía que ver con revivir aquellos momentos en las imágenes que la televisión mostraba de las ciudades de Buenos Aires y La Plata. “La emoción sigue estando ahí presente”, dice. Y se emociona. “Esta inundación en La Plata llegó en un momento muy particular para nosotros. Se están cumpliendo diez años”, agregó. La Escuela de Psicología Social, que ella encabeza, acompañó a los damnificados de la inundación de Santa Fe, primero ante la emergencia, “después como una decisión ideológica, así como se milita el 24 de marzo, militamos el 29 de abril”, recordó. En los centros de refugiados al principio, en la plaza del barrio Santa Rosa de Lima, uno de los más perjudicados, después. En la propia Escuela, también. En esos ámbitos escucharon y acompañaron a los damnificados, durante meses y meses. E incluso en los años siguientes. “Muchos de los inundados se convirtieron en referentes sociales, símbolos que buscan justicia, queridas personas”, describió.

–¿Cómo impacta un fenómeno de este tipo en la gente más damnificada?

–Observamos que las patologías de base aumentaron. Oficialmente se contabilizaron 23 muertos, personas ahogadas. Pero hubo muchas más que fallecieron por electrocución, paros cardíacos, ACV, patologías que se agudizaron. Uno no puede afirmar que se murieron por la inundación, pero hubo mucha gente que sintió que su vida había terminado porque todo lo que había construido se le había ido bajo el agua.

–¿Qué se debería hacer ahora para ayudar a la gente afectada?

–Básicamente hay que ver qué necesita. A la víctima se le exige que haga el mayor esfuerzo, que vaya a determinado lugar, que haga cola. La gente regala cantidad de agua, pero la gente que la necesita no tiene forma de ir a buscarla. Hay que organizar a los damnificados. La organización es más que la entrega de cosas. Cuando suceden este tipo de tragedias, todo es un caos. Todo lo que estaba seguro desaparece. La organización ayuda a cuidar y proteger, por eso son muy importantes los planes de evacuación. No sólo para proteger las cosas materiales, sino para la protección subjetiva. Saber que te están pensando, ayuda. Los centros de evacuados suelen ser un amontonamiento de gente. Es importante que cada lugar tenga su organización. Que los inundados sean protagonistas, para sentirse menos víctimas. Sentirse parte no sólo de la tragedia, sino de la salud. Sentirse protagonista es saludable. Debería haber reuniones de vecinos para ver las prioridades, por cuadra o por manzanas. Ver qué se necesita. Siempre en relación con otros vecinos, no en contra.

Martorell advierte sobre cómo puede repercutir en sectores sociales medios que no están acostumbrados a que les falten cosas. “Hay una historia que tiene que ver con lo material y otra con lo simbólico”, dice. Y señala que lo más difícil de reconstruir para la gente damnificada es la identidad. “La gente te habla del diente del hijo que perdió, de las fotos que ya no tiene. Ese es el soporte de la identidad, donde se reconoce. Cuando eso no está, parte de uno no está. Y no tiene que ver con lo material”, precisa. Las secuelas que deja en la psiquis este tipo de fenómeno, señala, depende de las respuestas sociales y de los responsables políticos. “Las distintas condiciones externas generan la intensidad del estímulo para que sea más o menos estresante y produzca o no enfermedad en los inundados. Dependerá de si las autoridades comandan acciones de ayuda, o si hay imprevisión”, explicó. “Es muy distinto que alguien se sienta abrazado y contenido al principio y después sea discriminado y estigmatizado. Eso sucedió en Santa Fe. Genera mucho daño lo que nosotros llamamos la desmentida de la percepción: cuando el discurso apunta a acusar al

inundado por haberse inundado, en lugar de que se hagan responsables los que no hicieron lo que debían hacer para evitar la inundación. Por ejemplo: desde los sectores de poder se empezó a instalar la idea de que la gente había elegido lugares inundables para vivir, que tenía la culpa, cuando el gobierno de Santa Fe dejó parte de la defensa abierta porque había una cancha de golf. Así se ocultan y diluyen las responsabilidades y eso causa mucho daño en la gente. Otra estrategia que se aplicó fue resquebrajar la solidaridad: se empezó a hacer correr rumores, se decía que a algunos vecinos les habían dado ayuda y a otros no. Otra de las inducciones fue psiquiatrizar la lucha por justicia, y entonces en una marcha hubo claramente infiltrados que hicieron desmanes y se empezó a señalar a los inundados como loquitos y violentos. También hizo daño que se generaran discusiones dilemáticas: se decía que los chicos del centro estaban tristes porque no podían ir a la escuela, porque eran centros de evacuados. Finalmente, se minimizaron los efectos y se afirmaba que había sido una desgracia con suerte, porque no había habido tantas víctimas fatales, que las pérdidas habían sido materiales. Pero no se tomaba en cuenta todo el arrasamiento interior de los inundados”, enumeró Martorell.

–¿Qué otras cosas aprendieron?

–La gente tiene un daño por el arrasamiento de los objetos perdidos. Pero hay otros daños. Por ejemplo: saber que no debería haber pasado la inundación. O visibilizarse en estado de vulnerabilidad e indefensión porque estos hechos terribles pueden volver a ocurrir. Otro daño fue producido por la permanente manipulación de las necesidades. En Santa Fe había que tener carnet de inundado para recibir ayuda. Otro daño es la impunidad. Los inundadores se reciclaron en cargos. Hay procesados, pero no son los principales responsables políticos. Los fiscales que demoraron las causas judiciales ahora son jueces. Los inundados han aprendido a ser arquitectos, ingenieros. Es muy impresionante lo que saben, como la memoria colectiva. Así como después de muchos años comenzaron los juicios por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar, ellos siguen juntando papelitos. La mayor reparación es la justicia.

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