SOCIEDAD › OPINION
› Por Julián Axat *
Durante estos dos días estuve en los distintos barrios afectados por el temporal de La Plata y he visto a mucha gente ayudando, preocupada por los demás, militando, poniéndole el cuerpo, donando lo que tenía. He visto a gente que nunca hubiera abierto su casa ofreciéndola a extraños con sus niños en brazos. Los he visto a los vecinos que, bajo el paraguas de la inseguridad se miran en el día a día con hostilidad y miedo, y ante la misma calamidad pueden compartir un mate, agua y frazadas. Por primera vez he visto a gente cercana que dice ser apolítica y que se vayan todos, sentirse unos inútiles frente al televisor que les hace saber los muertos a cuentagotas, diciendo que quieren salir a ayudar o a donar (no ya lo que les sobra, sino lo que pueden tener). Los he visto cargar de todo en sus autos y dirigirse a los lugares de distribución, y no sólo para quedarse con la conciencia tranquila, sino para marcar un aporte o hacerse responsables de algo. Aunque he visto cómo pérdidas materiales y cadáveres se siguen apilando en inundaciones ante la incapacidad de cálculo de gobernantes que sobreactúan ante la catástrofe y ni siquiera han sido vistos en el lugar de los hechos y hasta patean la pelota para otro lado. He visto cómo en el momento en el que el agua baja, los que más sufren son los vulnerables del asentamiento, los del arroyo sin entube, los barrios marginales que hunden sus patas en el barro y la casilla de madera, y son desaguadero de los desechos de otros barrios urbanizados. Los que perdieron todo, hasta su DNI, y no tienen forma de recuperarse ni bajo crédito blando. He visto nóminas de ancianos y niños pobres desaparecidos, arrebatados por el agua de los brazos de sus hijos y madres, y que no aparecen, y a esas madres desesperadas buscando en todos los rincones, destruidas e impotentes esperando la identificación de cadáveres en la morgue, publicada en los diarios de mañana. He visto salas complejas del Hospital de Niños sin luz, y a funcionarios de bajo vuelo buscando equipos electrógenos con urgencia, para que en los medios no se enteren de tamaña vergüenza. Patotas de punteros distribuyendo algunos víveres a unos sí y a otros no, a los que pergeñan saqueos en las peores horas para generar más malestar del existente, o aquellos que claman por la completa militarizacíón de la zona del desastre dado que para éstos era hora de que los militares salgan a la calle. He visto que el estrago reclama presencia, “estar ahí” frente a los hechos y los más débiles. He visto a ministros que comúnmente hacen demagogia punitiva, y ahora se colocan el disfraz de piloto de tormentas para ofrecer su tranquilidad a diestra y siniestra. Pero a los que sí he visto, y de esos no me olvido, es a los que tienen capacidad de estar y entienden que la situación límite es una puesta a prueba del nivel de solidaridad de los argentinos aniquilado por dictaduras y cortado por años de neoliberalismo. En estos días he visto al miedo al “no te metás”, a la miseria del “sálvese quien pueda”, al temor “a esa gente peligrosa”, chocar y hacerse añicos contra el muro de la solidaridad y participación. Pues en este encuentro de tan solo dos días, he visto una cadena nada improvisada de lazos militantes juveniles vinculada con los propios vecinos afectados, absolutamente unidos y organizados, claramente comprometidos, rotando entre la mañana y la noche. Los he visto actuar desinteresadamente, mostrando algo de la entrega y generosidad que tuvieron sus padres diezmados o desaparecidos; y –acaso– meditando, que la misma tarea reclamará el día a día, y no sólo esta ocasión excepcional.
* Defensor Público Juvenil de La Plata.
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