SOCIEDAD › FALLECIO ROBERT EDWARD, CREADOR DE LA TECNICA DE FERTILIZACION ASISTIDA
En 1978 logró el primer nacimiento de un “bebé de probeta”. En 2010 le otorgaron el Premio Nobel de Medicina por su desarrollo.
Más de cuatro millones de niños le deben la vida. Robert Edwards, creador de la fertilización asistida, murió ayer, a los 87 años, en su país natal, Gran Bretaña. En 1978, después de más de dos décadas de trabajo, concretó la primera fecundación in vitro exitosa: el nombre de la bebita, Louise Brown, se hizo célebre. A partir de ese momento su trabajo fue reconocido mundialmente; antes, la comunidad médica lo había cuestionado por preocupaciones éticas y el temor de que diera lugar a malformaciones, y aun en 2010, cuando recibió el Premio Nobel de Medicina, la Iglesia Católica siguió rechazando la práctica fundada por él. Hasta hace pocos años continuó trabajando en su especialidad, y en 1989 visitó la Argentina, donde sus colegas lo recuerdan “por su brillo intelectual y por su sencillez”.
“Con gran tristeza, la familia anuncia que el profesor Sir Robert Edwards, ganador del Premio Nobel, falleció tranquilamente mientras dormía, tras una larga enfermedad”, dijo el comunicado difundido ayer por la Universidad de Cambridge, a la que perteneció el científico.
Había nacido el 27 de septiembre de 1925 en Inglaterra, en una familia de clase trabajadora. Luego de servir en el ejército desde 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta 1948, estudió biología y fisiología en las universidades de Gales y de Edimburgo, Escocia.
Se doctoró en 1955 con una tesis sobre el desarrollo embrionario en ratones. Edwards contaría después que la primera idea sobre la fecundación in vitro se le presentó en esos años, cuando trabajaba con embriones de ratón y ensayaba preparados hormonales que indujeran la ovulación en ratones hembra. En 1963 empezó a trabajar en la Universidad de Cambridge.
Pero durante muchos años las instituciones médicas juzgaron que sus intentos eran éticamente cuestionables, y el gobierno británico le negó apoyo económico. Uno de los temores era que el método condujera al nacimiento de bebés con malformaciones.
Edwards recurrió entonces al financiamiento privado y continuó sus investigaciones en un estrecho laboratorio en el poco conocido hospital de Oldham, en las afueras de Manchester, junto con su colega Patrick Steptoe, fallecido en 1988. Varias veces por semana, Edwards manejaba su auto tres horas desde Cambridge hasta el pequeño centro de salud.
Allí tuvo lugar el nacimiento de Louise Brown, el 25 de julio de 1978, por cesárea. Fue la primera “bebé de probeta”, como se llamaba entonces a los niños gestados a partir de la fertilización asistida. Sus padres, John y Lesley Brown, habían buscado en vano un embarazo durante nueve años.
Edwards, por su parte, había intentado la fertilización in vitro con unas cien mujeres, pero sólo había conseguido un embarazo ectópico, es decir, fuera del útero. A partir de ese éxito, Edwards y Steptoe fundaron la primera clínica de fertilización asistida. Más de cuatro millones de niños nacieron ya en el mundo por este procedimiento.
En 2010, Edwards obtuvo el Nobel de Medicina –no pudo recibirlo, ya que estaba afectado por demencia senil–. Al fundamentar el otorgamiento del premio, el Instituto Karolinska de Estocolmo recordó que el científico tuvo que vencer “retos monumentales” y superar “la fuerte oposición del sistema”, que alegaba obstáculos éticos respecto de sus investigaciones. Y destacó que su método llevó a “una revolución en el tratamiento de la infertilidad”, problema que, según se estima, afecta a cerca del diez por ciento de las parejas en el mundo.
La Iglesia Católica denunció el otorgamiento del Nobel, aduciendo que la vida humana no debe comenzar en forma “artificial” y que Edwards “carga una responsabilidad moral por todos los siguientes desarrollos en tecnología de reproducción asistida y por todos los abusos que hizo posible la fertilización in vitro”. En 2011, la reina Isabel II lo nombró caballero “por sus servicios a la biología reproductiva humana”.
Claudio Chillik, ex presidente de las sociedades argentina y latinoamericana de fertilización asistida, comentó que “a lo largo de los casi 30 años desde que conocí a Edwards, jamás escuché que nadie hablara mal de él, todo lo contrario: no sólo revolucionó la medicina reproductiva, sino que hasta hace pocos años continuó investigando activamente y publicando los resultados de sus investigaciones”.
“Fue admirable tanto por lo brillante que era como por su sencillez –recordó Chillik—. Era un visionario, que asombraba con su capacidad admirable para prever el futuro.”
Edwards había visitado la Argentina en 1989, cuando participó en un congreso internacional de su especialidad.
Lo sobreviven su esposa Ruth, cinco hijas y doce nietos.
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